Blade Runner: construyendo un universo de ovejas eléctricas
Los mundos distópicos y apocalípticos creados en estas historias como Blade Runner suelen tener un denominador común que se concentra en la figura de un elemento discordante, que suele funcionar como el héroe que salva al mundo.
En un ambiente tecnológico, y de una naturaleza casi inexistente, se desarrolla el filme basado en la novela de Philip K. Dick, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, con un halo de suciedad y podredumbre que se intenta suplir por un espasmo continuo de alusiones a un futuro desenfrenado de avances, que poco aportan al ser humano. Más bien todo lo contrario, lo sumen en la mayor miseria y advierten que cualquier época anterior fue mejor.
En la película, encontramos en todo momento evocaciones al pasado, incluso en la muestra arquitectónica de las pirámides aztecas que construyen una ciudad icónica de destrucción de todo lo que se asemeja al ser humano, y ansiosa de mercadear con los valores, que hasta ahora consideramos como inherentes al hombre.
Parece ser que Ridley Scott ni siquiera se molestó en leer el libro de Dick, y pensó que el material aportado por Hampton Fancher (guionista de la película) era suficiente para recrear una idea, en la que simplemente vio una oportunidad de éxito en un mundo que hasta entonces poco se había mostrado en el cine. Desde ese momento serviría de inspiración tanto para escritores como cineastas, por su manera de mostrar un futuro distópico, entendido como una utopía a la inversa, en la que el caos apocalíptico se apodera de la sociedad y las ilusiones se ven frustradas por la imposibilidad de escapar de un universo creado por ideales de poder, que solo llevan hacia la putrefacción de la mente.
El título de la novela que inspiró la película no era santo de devoción del equipo técnico del filme, así que Ridley Scott decidió tomar como referencia el de la novela de William S. Burroughs, autor que en 1979 decide escribir algo así como un híbrido entre novela y guion cinematográfico, que tituló The Blade Runner (a movie), y contaba cómo un grupo de jóvenes contrabandistas traficaban en Estados Unidos con material quirúrgico.
De este modo, la película adquirió un título un poco más comercial y dejaba a un lado el impacto de androides y ovejas bastante recomendable para la lectura, pero muy poco atractivo para el espectador masivo, que bien podría rechazar su visionado solo por un nombre que derrochaba surrealismo en exceso.
Así que, después de encontrar una buena historia y utilizar un buen título, ya solo faltaba un componente muy importante que también fue superado con creces y es la banda sonora de Vangelis, que mezcló de manera majestuosa el ritmo pausado del clasicismo y la distorsión de sintetizadores, creando una escena recurrente en la mayoría de las secuencias.
De este universo brota un tipo de literatura en los años 80 que se convierte en icono de la búsqueda de un mundo despojado de elementos humanos, algo así como «la deshumanización del arte»… que en este caso sería la deshumanización del Todo… y se comienza así la andadura de una corriente literaria denominada cyberpunk, por su ambiente tecnológico y su gusto por la rebeldía.
Los espacios que crean los autores de esta literatura, de nombre muy acertado, muestran cómo las máquinas poco a poco ganarán terreno y podrán llegar a hacerse con la debilidad de una naturaleza que se encuentra en claro declive, y por la que no solemos mirar en exceso.
Los mundos distópicos y apocalípticos creados en estas historias suelen tener un denominador común que se concentra en la figura de un elemento discordante, que viene a funcionar como el héroe que salva al mundo de su demolición absoluta.
Por otro lado, en estos mundos, aparecen realidades propias de los videojuegos, ordenadores y juegos de rol. No en vano, recordemos la relación de Neo (Matrix) y el conejo blanco que primero aparece en la pantalla de su ordenador, y más tarde se materializa en el tatuaje que lleva la chica que le hace seguir el rastro, hasta caer en el mundo paralelo a la realidad en que vive (y a su vez, un guiño claro a la idea que ya proclamaba Lewis Carroll en Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas).
También, el ansia de superar el fin del mundo se muestra en la figura de John Connor, como protagonista de Terminator, y si nos retrotraemos en el tiempo no podríamos dejar en el tintero la obra maestra de Fritz Lang, Metrópolis, que consigue adelantarse a esta tendencia, Alphaville, como antesala de Blade Runner, Robocop, de Paul Verhoeven, o Ghost in the Shell en sus diferentes adaptaciones, y tantas otras que marcan un universo propio plagado de vida inteligente, anexa a la materia metálica.
Esta corriente del cyberpunk, que surge como subgénero de ciencia ficción, tiene un claro desarraigo de su progenitor, en algunas ocasiones, ya que a diferencia de éste desarrolla una realidad que se vive dentro de un futuro más o menos cercano. En cambio, el género de la ciencia ficción, en su vertiente más clásica, expone también historias de mundos externos a la Tierra, y que se separan de nosotros a años luz, como bien podemos observar en obras de Asimov, y la que sirvió de inspiración para muchos, Dune, de Herbert.
Con el tiempo, ha creado su propia escuela, dando lugar al nacimiento del steampunk, biopunk o el postcyberpunk, pero siguiendo las normas que quedan bien claras en nuestro filme («High tech, low life»), de eso no hay duda, y que estarán presentes en la nueva versión de Denis Villeneuve. La veremos el 6 de octubre, independientemente de si Deckard es o no un replicante y tantas otras cuestiones que aún están en el aire; pero nos queda la esperanza de que Fancher es coguionista de la secuela y Scott no ha abandonado del todo el proyecto, aunque se limite a la producción.
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