Cannes 2018. Día 1. Nadie sabe nada

Film socialisme, de Jean-Luc Godard
Film socialisme, de Jean-Luc Godard

Cannes 2018 | Primera crónica de nuestro enviado especial a la 71ª edición del Festival de Cannes, Fernando Hernández-Barral.

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Empieza el 71 Festival Internacional de Cine de Cannes 2018. A lo largo de diez días en la ciudad de la Riviera se hablará mucho de cine, se promocionarán películas y lo que es más importante se cerraran tratos para rodar alguna.

En el Festival se reencontrarán viejos conocidos. El padre de todos ellos es Jean Luc Godard, quizás el último gran cineasta vivo. A sus 85 el autor de Pierrot, el loco -cuyo poster enmarca esta edición- tiene una mínima posibilidad de dejarse caer por el Palacio de Festivales, pero sin duda su Livre des images devuelve a la actualidad a un creador que nunca ha renunciado a ser moderno.

Spike Lee no es tan influyente como el director suizo, aunque tampoco se agostó como la flor de un día que algunos pronosticaron. El director de Nueva York vuelve con un thriller histórico, Blackkkkasman, que producido por James Blunt puede dar la sorpresa en los próximos Oscar.

Pero más allá de los veteranos Godard y Lee hay otros nombres consagrados cuya carrera reciente está ligada al Festival de Cannes 2018.

Es el caso de Asghar Farhadi -ganador de dos Oscar- que con Todos lo saben se atreve a jugar fuera de territorio conocido; nada menos que rueda una película con actores españoles y tema específicamente ibérico.

El proyecto ha tenido una gestación ardua. Penélope Cruz fue su impulsora; primero con los hermanos Almodóvar, finalmente en la forma de una coproducción internacional que lidera Morena Films. Tras más de once años -aquel lejano Che también de Morena- una película española vuelve a abrir el Festival de Cine más importante del mundo.

Todos lo saben
Todos lo saben

Vaya por delante que Todos lo saben es una dignísima contendiente del certamen galo cuya fuerza descansa en el riesgo que han tomado su director y actor principal.

Farhadi se aventura en los terrenos de los directores nómadas, aquellos que por diversas razones han dejado su patria y tienen que rodar en diferentes países. La estirpe de los Polanski, Welles y Gilliam. Cannes tradicionalmente les ha dado cobijo, Farhadi aspira a sumarse a la nómina de apátridas cuyo refugio es el cine. Por motivos políticos y financieros, artísticos y espirituales.

Entre sus méritos, la película cuenta con un montaje prodigioso de su colaborador habitual. Es la armadura de Farhadi, aquella que da continuidad a su cine, cine hablado y sin música preexistente, pero cine con ritmo específicamente cinematográfico. Sus películas no aburren. Por otro lado, los grandes temas están ahí. La ambición por hacer cine de calado: la reconciliación, el perdón, el paso del tiempo como metáfora. «Han sido cinco años de trabajo» –reconocía Penélope Cruz– «y eso se nota. Asghar tiene un don; hay directores que solo te dicen lo que tienes que hacer, Ashgar te escucha. Por eso es un maestro. Tiene un detector de mentiras para las secuencias».

Contagiado por la toma de riesgos del director, Javier Bardem también se tira a la piscina. Rara vez se le ha visto en los últimos tiempos hacer de buena persona. Aquí se atreve con un personaje difícil -la bonhomía no vende-. La apuesta es sin red, porque aquí no encuentra su territorio conocido para componer el personaje. Por eso a veces a lo largo del metraje hay zonas de sombra en su interpretación, en general puede lo luminoso y hay que aplaudir la valentía.

El resto del reparto cumple con pasión, se nota que se han divertido rodando la película; aunque poco hay de feliz en lo que narra y tal vez su final evoque una historia más interesante que la narrada. Hay un cierto deja vú en el relato que no termina de armonizar bien su condición de thriller con el melodrama que lleva dentro -algo que el director sin embargo sí había sorteado en sus anteriores propuestas-.

Magnífica es la fotografía de José Luis Alcaine y los decorados de Moya. El espacio de la película, la vecina localidad madrileña de Torrelaguna, está rodada como nunca y sugiere una respuesta al dilema recurrente de los creadores patrios cuando visionan una cinta norteamericana: «eso podríamos rodarlo en España». Ha tenido que venir un maestro iraní a demostrarlo.

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