Cine y gastronomía: Un plato fuerte para esta Navidad
Cine y gastronomía | En estas fechas navideñas tan señaladas -un tanto peculiares por la situación en la que nos encontramos actualmente-, uno de los elementos que no faltará es la demostración del arte culinario que embellece la mesa en todas las celebraciones.
Un buen pavo bien decorado y numerosos manjares se ciernen en el primer plano de muchas películas, e incluso su descripción minuciosa en diferentes novelas que sirvieron de telón de fondo al mundo cinematográfico.
En esos ratos de ocio, lluviosos y fríos de invierno, en los que la gran pantalla es una buena alternativa a pasear por las calles adornadas con luces y lazos de regalo, este año también encontraremos cobijo en las diferentes plataformas digitales, que ofrecen un abanico de posibilidades para todos los gustos.
La gastronomía siempre ha estado ligada a un buen guion, simplemente por el hecho de ser una actividad rutinaria. Pero, en algunas ocasiones, se ha convertido en el tema central de una historia, que de forma secundaria trata otras cuestiones tan excelsas como el amor, la vida y la muerte.
Ese hilo transparente, que hilvana sabores y emociones, será el responsable de copilar diferentes muestras del arte gastronómico, en historias donde la pasión por la cocina puede convertirse en algo que va más allá de lo humano.
La relación entre cine y gastronomía se establece, desde el siglo XIX, en escenas entrañables: desde los Hermanos Lumiére, a el Gordo y el Flaco, sin dejar atrás la genialidad de Chaplin, como en aquella en la que utiliza dos panecillos para simular unos pies que bailan o el gran banquete que emula comiendo su propia bota en La quimera del oro.
Comer llega a ser un verdadero acto de amor y aquellas películas donde se pone de manifiesto el sentir de quien es dueño y señor del poder de crear en una cocina, suponen el eje central de historias como Comer, beber, amar (1994), de Ang Lee, donde el amor paterno-filial fortalece la vida de tres hijas mediante la comida.
La fantasía se mezcla con la realidad (Chocolat, 2000, Lasse Hallström) bajo el cuento que narra la historia de una madre que, junto a su hija, demuestran el poder oculto del chocolate, transformando la vida convencional de los habitantes de un pequeño pueblo.
Tomates verdes fritos (1991, Jon Avnet), y su devenir en el tiempo, pone de manifiesto la dignificación de la mujer en pasado y presente, con un fondo de deliciosas recetas y temas sociales como el racismo, la violencia de género o la discapacidad; todo ello bañado en una «secreta salsa» que incita a la lucha por la superación del individuo.
El festín de Babette (favorita del Papa Francisco), de Gabriel Axel (1987), está basada en un relato de Karen Blixen, pero dando, en su versión cinematográfica, un mayor protagonismo a la preparación del suculento acontecimiento, en un derroche de amor por parte de su creadora.
Como agua para chocolate (1992, Alfonso Arau) se traduce en una relevante muestra del realismo mágico hispanoamericano, de la mano de Laura Esquivel. El filme realiza un perfecto maridaje de sabores y emociones, gracias al buen hacer de la cocina de Tita, su protagonista.
Julia y Julia (1987, Peter Del Monte) también nos deja una explosión en el paladar, entretejiendo dos biografías muy italianas del pasado y el presente.
Otra visión de la comida, y su relación con la gran pantalla, puede provocar sentimientos adversos como la tristeza. Recordemos en El pianista (2002, Roman Polanski) a un Adrien Brody enzarzado en la lucha por abrir una lata de pepinillos, que le roba el protagonismo en la escena, provocando un «suspense alimenticio», en un mundo devastado por el III Reich.
En ocasiones, incluso, puede causar rechazo y desagrado al espectador, con cintas como El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante (1989), inclasificable película que firma Peter Greenaway. O la sensación de podredumbre que causa el mal estado de la comida en El acorazado Potemkin (1925, Sergei M. Eisenstein), motivo más que suficiente y unido a otros tantos que desencadena el motín contra los oficiales del régimen zarista.
En 1998 surge, por obra de Ettore Scola, La cena, donde el restaurante de Fiora (Fanny Ardant) da cobijo a pequeñas historias de clientes fijos, con sus anhelos y desengaños. Y algo parecido, en 2004, con una historia trágica o cómica sobre el destino de las personas, se debate en un restaurante francés de Manhattan, gracias al talento de Woody Allen en Melinda y Melinda.
Entre copas (2004, Alexander Payne), fiel representación del anhelo de la juventud perdida, y Vatel (2000, Roland Joffé), con un Gérard Depardieu que se juega el tipo para contentar al Rey Sol, son otras dos obras relevantes en el género del cine y gastronomía. Por otro lado, con un trasfondo político, La mejor receta (2015, John Goldschmidt) muestra la relación entre un panadero judío de avanzada edad y su aprendiz musulmán.
Un restaurante y la vida del chef que lo regenta es tema común en algunos largometrajes, convirtiéndose la cocina en el telón de fondo de la historia. Así, Deliciosa Martha (2001, Sandra Nettelbeck) y su posterior remake americano -con Catherine Zeta-Jones en el papel protagonista- cuentan la historia de una brillante chef, cuya vida cambia por completo al tener que hacerse cargo de su sobrina de ocho años, cuando su hermana fallece en un accidente de coche.
No podemos olvidarnos, también, de El cocinero de los últimos deseos (Yōjirō Takita, 2017), donde la perfección culinaria se mezcla con un gran reto para quien cumplía los anhelos gastronómicos de aquellos que estaban a punto de partir «al último viaje». Y, por fin, me despido con un gran chef que no sube de un palmo y lleva el nombre de uno de los platos más típicos de Francia: Ratatouille. Qué decir de la maestría con la que prepara sus mejores recetas, mientras soluciona la vida de un cocinero sin ambición alguna.
No están todos los que son, y por ello me disculpo, filtrando la receta mejor guardada para Navidad: un poco de amor, un mucho de perdón y una buena dosis de esperanza e ilusión: se bate enérgicamente y el resultado será óptimo para pasar estos días de la mejor manera posible.
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