Inicio Noticias Actualidad del Cine Crónica del SEFF’16: Europa se lame las heridas

Crónica del SEFF’16: Europa se lame las heridas

Solo el fin del mundo (Xavier Dolan)

· El Festival de Cine Europeo de Sevilla llega a su ecuador y ya aparecen algunas cintas con amplias posibilidades de triunfar en la Sección Oficial.

Los festivales de cine crean extraños compañeros de cama. Por otra parte, yo debo tener cierta tendencia a juntar películas. De lo visto hasta el momento hay dos danesas bélicas (esta unión no tiene mérito): A war, dirigida por Tobias Lindholm, y Land of mind, de Martin Zandvliet.

Cine bélico

En esa reflexión de Europa sobre sí misma y sus barbaries, el cine del Viejo Continente revisa los conflictos de ayer y de hoy. Se valora el sentimiento de culpa, el planteamiento ético, y la ausencia de ese triunfalismo al que el género nos tiene acostumbrados.


El protagonista de A war, Claus Pedersen (Pilou Asbaek) es un comandante danés que se encuentra en primera línea de batalla en Afganistán. En cuestión de segundos deberá tomar una decisión que puede tener dramáticas consecuencias para su tropa, para los civiles afganos o para su propia familia.

A War (Tobias Lindholm)

En mi opinión (que de eso se trata en una crítica), es una de las películas más sólidas de lo que va de SEFF’16. Funciona muy bien en cortas y largas distancias. Los daneses tienen una gran escuela. El conflicto está muy bien desarrollado en todos los frentes y el dilema moral  es complejo y verosímil; los actores interpretan con esa naturalidad marca de la casa y los efectos especiales de las escenas de guerra no chirrían en ningún momento. El filme ha sido nominado al Oscar a la mejor película de habla no inglesa.

Land of mind. Bajo la arena es una película necesaria que narra una de esas realidades que hay que contar para evitar que se repitan, aunque te deje el cuerpo cortado (y no es humor negro). Cuando Alemania se rindió en 1945, un grupo de prisioneros alemanes fue entregado a las autoridades danesas para retirar los dos millones de minas que habían colocado a lo largo de las playas de Dinamarca. Muchos de esos soldados eran adolescentes. Con eso y con lo mencionado sobre el cine danés ya he dicho bastante. Arrasó en los Premios de Cine de Dinamarca y ha sido prenominada a los Oscar por su país.

Juventudes rebeldes

Dicen que la juventud es una enfermedad que se pasa con el tiempo. O no… La road movie American Honey, de Andrea Arnold (Fish Tank), junta en una furgoneta a una pandilla de jóvenes en plena erupción hormonal, sin pasado ni presente ni futuro, que viven de vender falsas suscripciones a revistas. Desde Kerouac, cada año sale una ristra de novelas y películas de este tipo, aunque quizá ahora se reaviva la fiebre por la incertidumbre de la crisis económica. Aunque el filme tiene una solvente realización técnica y unas interpretaciones bastante aceptables (sobre todo por la frescura de la debutante Sasha Lane), no resulta creíble el planteamiento de negocio de esta troupe ni la convivencia tan encantadora con esos niveles de desenfreno. Como decía recientemente en un tweet, a lo mejor es que me hago mayor, pero los retratos marginales de adolescentes pasados de rosca y sin futuro me ponen triste. No sé qué clase de nostalgia postsesentaiochista sufre la directora para ofrecer un retrato bucólico de ese desastre vital pero a mí no me convence, aunque recibiera el Premio del jurado en Cannes.

American Honey (Andrea Arnold)

Hay drogas que no son materiales. La que atrapa a Veniamin, el protagonista de The Student, película rusa de Kirill Serebrennikov, es de tipo espiritual. La película confronta de manera, poco verosímil -una vez más-, la religión (en formato fundamentalista cristiano que ejecuta con gran despliegue físico el alumno) y el racionalismo sensato (encarnado por la maravillosa maestra de ciencias). Un enfoque bastante maniqueo con goleada para la razón, por supuesto, y donde el resto de personajes con creencias religiosas que intentan meter al chico en vereda son pacatas, cortas, hipócritas o dementes. Hace ya mucho que nadie cuestiona el evolucionismo, señor Serebrennikov, y mucho más que el mensaje de amor del Nuevo Testamento superó el ojo por ojo veterotestamentario. Premiada en la sección «Un Certain Regard» de Cannes y prenominada a los premios de la EFA.

Algunas juventudes díscolas vuelven a casa. El controvertido y talentoso Xavier Dolan dirige Solo el fin del mundo, una coproducción de Canadá y Francia basada en una obra de teatro de Jean-Luc Lagarce. Gran premio del jurado y prenominada a los Oscar por Canadá, no me extrañaría nada que saliera victoriosa en este festival, tiene mimbres por distintas razones, aunque quizá la frene el rechazo del jurado a premiar lo ya premiado. Ya veremos.

Louis es un escritor gay de 34 años que regresa al hogar de donde huyó muy joven para vivir «disolutamente». No es exactamente un hijo pródigo, acude por sentido del deber, para anunciarles que tiene una enfermedad terminal. Los años de ausencia no solo no han cambiado nada, sino que han hecho las heridas más enconadas y profundas.

El film de Dolan comparte exasperación y crudeza con Agosto y Un dios salvaje por el nivel de dialogación (me fascina ese realismo a la hora de impulsar las discusiones a partir de un punto de susceptibilidad). Y también por la calidad del reparto, que es formidable: Nathalie Baye, Vincent Cassel, Marion Cotillard y Léa Seydoux. Pero, además, hay otra cosa. Volviendo una y otra vez sobre sí, y a través de elementos de narrativa, subtextos y lenguaje no verbal, la película avanza más por lo que no cuenta que por lo que cuenta.  El efecto (potenciado en momentos por la envolvente música: Camillle, Blink 182 o Moby) es tan intenso que puede ser que al salir del cine no sepa si es de día o de noche. A mí me ocurrió.

En todo caso, yo vuelvo en mi ensoñación al Vincent de Eugene Green que encuentra el camino de salida.

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