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Estuvimos en… 58º BFI London Film Festival

Relatos salvajes (2014), de Damián Szifrón

Estuvimos en… 58º BFI London Film Festival

· A través de sus 248 películas, repartidas en sus 17 se­des, London Film Festival ha reunido un año más una muestra de las obras cinematográficas más rele­van­tes del año.

Con el predominio habitual de la producción británica -con participación en más de cien de las propuestas proyectadas-, este año el BFI London Film Festival ha destacado por una mayor presencia del cine español y del cine israelí; este último nos ha ofrecido una de las propuestas más originales, arriesgadas, inquietantes, reflexivas e interesantes del certamen: Self Made, de la directora y actriz Shira Geffen. Curiosamente el te­ma principal de la cinta, el cambio de identidad en­tre una israelí y una palestina, es compartido por otro fil­me procedente de ese país, Dancing Arabs, aunque en un registro radicalmente opuesto.

Por su parte, la representación española ha venido de la mano de El Niño, la fallida Musarañas -producida por Álex de la Iglesia-, 10.000 Km o, incluso, la incombustible Ocho apellidos vascos. Además, en cuanto a las coproducciones, el festival ha contado con dos de las apuestas españolas más interesantes de 2014: Re­latos salvajes, de Damián Szifron, producida por los hermanos Almodóvar, y Still the Water, el elegante fil­me de Naomi Kawase, producido por Luis Mi­ña­rro.


Todavía en el ámbito de habla hispana, pero lejos ya de toda representación española, merece una mención destacada la doble incursión del intérprete norteamericano Viggo Mortensen; decimos que es doble no solo porque actúe en dos sugerentes películas del programa, sino porque es a su vez productor de ambas: Jau­ja y Far From Men. En la primera, dirigida por el ar­gentino Lisandro Alonso, interpreta a un ingeniero da­nés en tierras argentinas; con una historia desligada de todo empatía narrativa, Jauja es un deleite visual por la exquisita composición de cada plano pero un ejercicio extremadamente demandante que requiere de to­da la paciencia del espectador. Mientras, en Far From Men, de David Oelhoffen, un magnífico western ambientado en la convulsa Argelia de los años cincuenta, Mortensen da vida a un exsoldado francés de origen es­pañol. Con la suma de las dos, el actor habla con sol­tura en danés, francés, árabe y español; y demuestra así no solo su versatilidad y compromiso con la pro­fesión, sino también su interés por ofrecer un cine diferente y necesario.

En continuidad con las temáticas bélicas, aunque en el período anterior al conflicto argelino, se han enmarcado las dos superproducciones más esperadas del fes­tival: The Imitation Game, de Morten Tyldum, y Fu­ry, de David Ayer. Programadas como la gala de inauguración y de clausura respectivamente, ambas na­rraciones transcurren en la Segunda Guerra Mundial aun­que en contexto diametralmente opuesto: la primera ocurre en la retaguardia y la segunda en el fren­te. The Imitation Game había generado muchas expectativas por varios motivos, entre los más destacados: la presencia del nuevo niño mimado de la indus­tria británica, Benedict Cumberbatch, y la rei­vin­dicación de la figura del matemático Alan Turing. Si Cumberbatch nos deleita con un trabajo, como siem­pre, excelente, el encumbramiento de la figura de Tu­ring queda revestido de una autocomplacencia un tan­to vergonzante. No es que el filme traicione la verdad de los hechos, pero la ausencia de autocrítica con res­pecto a la sociedad inglesa de la época y la desdramatización del último tramo de su vida, hará que to­dos los que conozcan la vida de Turing se sientan defraudados con la cinta. Fury, por su parte, se ciñe a la his­toria clásica del grupo heroico en su lucha contra un gran mal. Si bien, el filme de Ayer presenta puntos destacables, sobre todo en la construcción de persona­jes, la historia deja algo indiferente.

Palmarés y pequeñas joyas de la muestra

A pesar de desarrollarse en un contexto histórico y geo­gráfico distinto, si contraponemos la opera prima de Yann Demange, ’71, con Fury, entendemos rápida­men­te que a la segunda le falta una pátina de realidad. Filme comparable a Tropa de élite o The Raid, ’71 es un thriller trepidante sobre el conflicto irlandés de los años setenta; sin lugar a dudas, uno de los títulos más interesantes de la producción británica junto a La de­saparición de Eleanor Rigby. Del país vecino, Irlan­da, ha venido la gran película de animación del festival: una pequeña obra maestra que responde al nom­bre de Song of the Sea. Segundo largometraje del ci­neasta Tomm Moore, la historia se inspira en la riqueza de la mitología celta. Con una animación y dise­ño deliciosos, un guión cuidado y un desarrollado de per­sonajes excelente, Song of the Sea es la conformación de la solvencia de Moore como valor del cine anima­do.

Como prueba evidente de que, en un año especialmente insípido, los mejores largometrajes ya habían si­do estrenados y/o premiados en otros grandes certá­me­nes, London Film Festival programó títulos indispensables como Black Coal, de Diao Yinan -ga­nadora del Oso de Oro en Berlín-, y Winter Sleep -Pal­ma de Oro en Cannes- del multipremiado director Nu­ri Bilge Cey­lan. De igual modo, las favoritas indiscutibles de la sección oficial para alzarse con el premio –Tim­buktu y Leviathan– ya habían competido en la gran cita del ci­ne galo. Dramas desoladores sobre la rea­lidad de la vi­da cotidiana en Mali y en Rusia respec­ti­vamente, su superioridad estaba fuera de todo cuestionamiento. El fil­me de Abderrahmane Sissako retrata las injusticias su­fridas por la población local a ma­nos de la policía is­lámica con una belleza y calma es­pléndidas. Sin embargo, ha sido la propuesta del ru­so Andrey Zvyagintsev -que ya ganara en Cannes el pre­mio al mejor guión- la que se ha alzado en London Film Festival con el galardón a la mejor película. Zvyagintsev imprime una fuerza inusitada a sus imágenes para narrar los estragos de un hombre sencillo en su lucha constante contra los poderes fácticos para conservar su ho­gar; el humor, la brutalidad de lo cotidiano y la tra­gedia se suman en una obra equilibrada y sumamente interesante en la que se denuncia la indefensión del ciudadano.

En la sección de opera prima, la ucrania The Tribe ha arrebatado el premio a ’71, la clara favorita. El debutante Miroslav Slaboshpitsky ofrece al espectador una original experiencia al enfrentarle a una película ro­dada íntegramente en lenguaje de signos sin subtítulos. En último lugar, en la sección oficial documental, la vencedora ha sido la sirio-palestina Silvered Wa­ter, Syria Self-Portrait, un poético lamento en el que Ossa­ma Mohammed y Wiam Simav Bedirxan utilizan diversos vídeos de YouTube para componer una na­rración en la que se muestra la realidad de la guerra ci­vil siria. Como no podía ser de otra forma, tanto The Tribe como Silvered Water, Syria Self-Portrait habían for­mado parte de la programación de Cannes; de he­cho, el fime ucraniano logró allí el gran premio de la Se­mana de la Crítica.

En un circuito de festivales de categoría A dominado ma­yoritariamente por los dos grandes festivales europeos de Berlín y de Cannes, el resto, incluido el de Lon­dres, se ve forzado a rescatar los grandes títulos de los certámenes precedentes. Este hecho demuestra su poca presencia en el circuito, con la salvedad de al­gún director británico que sí hace su premiere en Lon­don Film Festival. Con todo, la muestra sí triunfa en su empeño por mostrar lo mejor del año e incluso nos de­para alguna que otra grata sorpresa como el estreno mundial de Décor, del egipcio Ahmad Abdalla, quien tras presentar el año pasado Rags and Tatters, cambia com­pletamente de tercio para presentarnos un sugerente ejercicio metacinematográfico rodado en un sugerente blanco y negro, el cual le sirve además para ho­menajear al cine clásico egipcio de los años cuaren­ta y cincuenta.

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