Festival de Cannes 2015: Palma de Oro para Dheepan, de Jacques Audiard, en un palmarés discutido pero razonable

En el haber destaca el buen nivel de la Sección Oficial a concurso, en un año en que no abundaban los nombres consagrados

La 68 edición del Festival de Cine de Cannes tuvo lu­gar en la Riviera francesa entre el 13 y el 24 de ma­yo. A la avalancha habitual de películas, más de cien entre los cuatro espacios de la muestra (Oficial, A Certain Regard, Quinzaine y Semaine), hay que su­mar otros cientos de filmes visibles en el mercado que acompaña el concurso.

Ciertamente, cantidad no tiene por qué ser si­nó­ni­mo de calidad, pero en el caso de Cannes lo normal es dar con un puñado de buenos filmes. Ade­más, la ciu­dad de la Riviera es el centro del universo fílmi­co, lugar de reunión de talentos y negociantes y un buen sitio para tomar el pulso al cine que vendrá.

En el haber de este certamen destaca el buen ni­vel de la Sección Oficial a concurso, en un año en que no abun­da­ban los nombres consagrados. Entre és­tos cum­plieron con las expectativas Moretti, Kore-eda y Audiard. Los tres reputados directores se presentaron con cin­tas sólidas y bien reconocibles dentro de su esti­lo, quizás al­go previsibles pero co­herentes.

La Palma de Oro a Audiard puede sorprender co­mo premio a un largometraje aislado. Dheepan no es su mejor filme, sin embargo hace tiempo que el di­rector estaba llamando a las puertas de un reconocimiento. La Palma de Oro en este caso ha sido una recompensa a la constancia. Audiard y Bidegan, su guionista de cabecera, han tenido la fortu­na de hallarse en el momento y en el lugar ade­cuados -un jurado favorable y un concurso radical- que ha propiciado su triunfo.

Cartel del Festival Cannes 2015
Cartel del Festival Cannes 2015

Destacaron, por encima del resto, las películas de Todd Haynes y Hou Shiao-Shien. El primero entregó una deslumbrante adaptación de Patricia Highs­mith, Carol, confirmando su condición de favorito de la crítica y patrón de un nuevo clasi­cismo. Du­rante gran parte del certamen se dio como gana­do­ra a la cinta de Haynes, que al final tuvo que con­tentarse con un justo premio a su protagonista fe­menina, Rooney Mara.

Al maestro taiwanés también se le ovacionó, su pro­puesta era la más esperada y no defraudó. The Assa­ssin es un wuxia totalmente ajeno a modas o com­placencias, con sus planos distanciados y profundas composiciones, que elevó a las audiencias a un sublime trance. El premio al mejor director fue jus­to, aunque supo a poco a los hooligans.

Decepcionó en cambio Gus Van Sant, que además se llevó los abucheos de la prensa. El escarnio de­jó una imagen insólita de Matthew MaConau­ghey saliendo en defensa de un director abrumado. Y es que Cannes es una plaza exigente. Que se lo pre­gunten a Valérie Donzelli, la cachorra del cine fran­cés, que presentaba un indigesto cocktail de Truffaut y Sofia Coppola con su Margarite et Julien. Salió trasquilada y se duda que vuelva a dirigir des­pués del vapuleo. Otros directores franceses fueron más prudentes, los envites de Brizé, Maïwenn y compañía mantuvieron un buen tono.

Merecen destacarse el Sicario, del canadiense De­nnis Villeneuve, insólito concurso del cine made in Hollywood que será sin duda una de las cintas main­stream de la temporada. Sorrentino lo tenía di­fícil para repetir la pirueta de La Gran Belleza y, aun­que su Youth no rayó a la altura de aquella, consiguió reunir a dos monstruos como Harvey Keitel y Michael Caine.

La sorpresa del certamen la dio Son of Saul, del jo­ven director húngaro László Nemes. Más que un re­lato es una experiencia física. Su visionado -incó­mo­do pero abrumador en términos de puesta en escena- traslada al espectador a vivir la tragedia del Ho­locausto en primera persona. Es cine atroz pero hon­damente bello, como una goyesca pintura ne­gra. El Grand Prix, el FIPRESCI, coronaron la gesta.

Allen, Kapadia, Desplechin…

Fuera de concurso participó Woody AllenIrra­tio­nal Man-, que como un viejo conocido no fal­tó a su cita de diálogos brillantes, argumento in­ge­nio­so y realización desmayada. Gustó y mucho Amy, documental de Asif Kapadia sobre la cantante Amy Winehouse, que trasciende su condición de biopic y torna con valentía en un retrato hones­to del ca­lle­­jón sin salida de una generación de jóvenes euro­peos.

En otras secciones, asombraron Desplechin con sus Golden Years, quizá el mejor director actual de la cinematografía gala; los coreanos en tres tandas Shameless, Coin Locker Girl y Office; y la muy medi­da aportación del Festival de Sundance Songs my bro­thers tought me.

En general, A Certain Regard, la Quinzaine y la Se­maine certificaron un cierto agotamiento del cine de autor. Miguel Gomes se encerró en una corrida de seis toros con sus Arabian Nights de seis horas de duración; Brillante Mendoza entregó una faena de aliño con Taklub y el tailandés Apichatpong Wee­rasethakul se llevó el premio al plano más de­sa­gradable del Certamen en su Cementery of Splendour. También gustaron Le Cowboys, de Bidegan, y A perfect day, de León de Aranoa, muy honesta apor­tación española con reparto internacional.

Es fácil irse de Cannes con la impresión de que al­go ha quedado por ver, imposible abarcar toda la ofer­ta. Sin embargo, el Festival no solo son películas. En hoteles de lujo imposible, en apartamentos ín­fimos, en el atelier -que financia a productores in­dependientes-, en el mercado, se diseña el futuro del cine. Los yates se hacen a la mar y, en medio de la bahía, los Di Caprio y Weinstein negocian las con­diciones de futuras asociaciones. Cannes es tam­bién el escaparate del lujo mundial. Modelos, can­tantes y actrices participan en fiestas temáticas al rit­mo de tres por noche. Chopard, Calvin Klein, Swa­rovsky entremezclan a empresarios y talentos, es el juego de Hollywood. Cannes es el más norteamericano de los festivales europeos, los grandes es­tudios se sientan a discutir sus proyectos, las coproducciones reciben el impulso final.

La pujanza del cine del Este y de los lejanos asiáticos contrasta con los problemas de la producción in­dependiente para levantar proyectos de tamaño me­diano. En el cine hay dinero, sí, pero éste solo se asocia a proyectos de probada solvencia con férreos cast plagados de estrellas.

En el ámbito de la producción independiente, des­taca poderosamente la labor de algunos francotiradores. Cannes es un paraíso de cuatro días para es­tos irredentos, tal es la concentración de dinero e inversores que en tan corto espacio de tiempo consiguen negocio para to­do el año.

En el ámbito político, dos han sido los temas estrella de este año en La Croisette. Por un lado, la ba­talla que se libra en EE.UU. entre la otrora poderosa agencia de representación CAA y su rival UPA, con una histórica fuga de talentos de una a otra.

En otro orden, y a nivel continental, se ha habla­do mucho de la directiva audiovisual que pretende cam­biar la actual legislación sobre derechos de co­py­right en el territorio de la Unión. Los productores se han opuesto frontalmente a lo que parece un pro­ducto de las presiones de los lobbies de nuevos ac­tores digitales: Amazon, Google y Netflix.

En definitiva Cannes es, cada vez más, el centro del universo del cine. Sus rivales -Toronto, Berlín, Ve­necia- pueden quizá competir en algunos aspectos, pero la impresión global es que alrededor del Pa­lais la energía de creadores y el juicio de críticos se aúnan para mantener vivo un arte del siglo vein­te que sorprendentemente se mantiene en forma se­gún avanza el nuevo milenio.

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