Goya 2014: Una Gala para hundirlos a todos… menos a Trueba
Goya 2014: Un evento suicida que parece haber sido guionizado por algunos de los que quieren dar la puntilla a esta industria.
No ha sido un año redondo en el cine español. No había Blancanieves, Imposibles, Celdas ni Grupos 7. Las películas que contaban con más candidaturas -La gran familia española y Las brujas de Zugarramurdi– no eran candidatas serias a llevarse el Goya a la mejor película. Por otra parte, los títulos más interesantes, desde el punto de vista de la crítica, eran pequeñas películas que no entraban en liza para hacerse con los premios grandes. Con otras palabras, ni Stockholm, ni Gente en sitios, ni Todos queremos lo mejor para ella iban a ser las ganadoras de la noche.
Así que la Gala -desde el punto de vista de los premios- empezó con muchas incertidumbres y con un dato interesante: cinco días antes, en los premios del Círculo de Escritores Cinematográficos (CEC), Vivir es fácil con los ojos cerrados se había convertido en la triunfadora de la noche. Y dos semanas antes, los recién creados premios Feroz, aunque optaron más radicalmente por Stockholm como mejor película, habían premiado a Trueba como mejor director. Fue una señal, porque si alguien se convirtió en el protagonista de la noche ese fue David Trueba.
El director madrileño -y del Atlético como no se ha cansado de repetir cada vez que recogía un premio- se llevó a casa seis importantes estatuillas (película, director, guión, actor –Javier Cámara-, actriz revelación -Natalia de Molina- y música). En número de galardones solo le superó la película de Álex de la Iglesia. Las brujas de Zugarramurdi sumó ocho, casi todos técnicos. Para La gran familia española hubo dos premios de consolación -mejor canción y actor de reparto, para Roberto Álamo– otros dos para La herida -mejor actriz y mejor director revelación- uno para Caníbal -fotografía- y otro para Stockholm -mejor actor revelación, Javier Pereira. Si alguien perdió fue 15 años y un día. Como era de esperar, se fue de vacío.
Pero si, en el aspecto cinematográfico, el palmarés fue ajustado, e incluso justo; en cuanto al espectáculo en sí, la Gala fue penosa. Una de las peores que se recuerdan y -como suele pasar- se notó en un descenso brutal de la audiencia. Manel Fuentes fue un presentador estrellado, repetitivo hasta la saciedad y sin ninguna gracia. El único momento un poco inspirado fue cuando aparecieron algunos de los presentadores anteriores de la Gala (desde Eva Hache hasta la Sardá pasando por Buenafuente). Con esto se dice todo. El hilo conductor de la Gala fue la -inexcusable- ausencia del ministro de Cultura. Las referencias a Wert se convirtieron en una especie de mantra reivindicativo que tenía que repetir cualquiera que se subiera al escenario. Agotador.
La Gala estuvo llena de guiños al pasado, si se quiere decir de manera optimista -que para eso ganó Trueba-, o llena de caspa. En las larguísimas casi tres horas se pasearon números musicales de vergüenza ajena, revivals de cine del destape, referencias políticas a la actualidad bastante chuscas (que tengan que “salir” las Femen ucranianas en la Gala tiene delito) y, por no faltar, no faltó ni Tejero. Naftalina a espuertas.
Sorprende que en una Gala que pretende “vender” el cine español se paseen los peores cadáveres del pasado. Desgraciadamente, hay miles de españoles que dejaron de ver cine patrio precisamente porque se cansaron del destape, de las pancartas, del guerracivilismo y de las declaraciones a gritos. Como ya no van a ver películas españolas, no se han enterado de que la mayoría de los directores españoles se han cansado también de lo mismo y ahora hacen thrillers, cine de género o películas de animación, ruedan maravillosos dramas góticos, dirigen repartos internacionales, votan a quienes les da la gana o no votan a nadie y tienen alergia a las pancartas.
Y hete aquí que, a ese público que se cansó del cine español, se le ofrece una vez al año, acompañada de un amplio despliegue mediático porque la ocasión lo merece, una Gala casposa a más no poder, un revival hortera y chillón que se clava en la retina y que hace pensar que todo sigue igual, que el cine de 2014 es el mismo que el de los 70, que en España solo se hace cine político y que el único actor español es Javier Bardem. En definitiva, una Gala suicida que parece haber sido guionizada por algunos de los que quieren dar la puntilla a esta industria.
Probablemente David Trueba pensó algo de esto. Su discurso final conciliador, en el que recordó que el cine es para todos, fue probablemente lo mejor de la noche. El único problema es que este discurso llegó un poco tarde, al final de la Gala. Cuando Trueba subió al escenario a recoger sus premios, muchos miles de españoles habían desconectado sus televisores y se habían ido a la cama aburridos y confirmándose en su idea de que el cine español -ya se sabe- era eso.
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