La senda de Shyamalan
La senda de M Night Shyamalan levanta pasiones de signo diverso entre el público y la crítica. El estreno en España de su última película, La joven del agua, es una buena excusa para preguntarse por la calidad de este director de origen indio
Manoj Nelliyattu Shyamalan nació en Pondicherry (India) el 6 de agosto de 1970, pero siendo un niño sus padres se trasladaron a Estados Unidos. Creció en Penn Valley, Pennsylvania, un suburbio de Filadelfia, y a los 8 años le regalaron una cámara Super 8 con la que rodaría 45 películas caseras antes de llegar a la mayoría de edad. Estudió en la Escuela Tisch de las Artes (TSOA) de la Universidad de Nueva York. Con tan sólo 22 años comienza a rodar su primera película, Praying with anger, que protagonizó él mismo. Esta opera prima cuenta una historia parcialmente biográfica (su primera visita a la India desde que su familia emigrara a los EE.UU.) y obtuvo buenas críticas aunque en círculos todavía reducidos.
A pesar de recibir numerosos premios, tardaría 6 años en volver a dirigir. Los primeros amigos, rodada en 1998, recogía algunas de sus experiencias en el colegio católico en el que se educó. La película pasó desapercibida aunque, vista ahora, no es precisamente una obra menor sino el comienzo de un estilo que se consolidaría en sus siguientes títulos.
El sexto sentido
El sexto sentido situó a Shyamalan en una posición de privilegio. La película arrasó en las taquillas y se ganó el aplauso de la crítica. Supuso además el descubrimiento de uno de los últimos niño-prodigio de Hollywood: Haley Joel Osment, la consolidación de Toni Collete y la reafirmación de Bruce Willis en un papel alejado del molde Jungla de cristal. Por si fuera poco, el film se atrevía a experimentar en el peligroso terreno del cine de terror, cementerio cinematográfico en el que tantos directores han enterrado su etiqueta de «joven promesa». Hollywood no dudó en premiar a Shyamalan con 6 nominaciones a los Oscar (incluidas las categorías de mejor película, dirección y guión).
Después del éxito: asomarse al precipicio
Tras el éxito fulminante de El sexto sentido más de uno se preguntó: «¿y ahora qué?». Estaba claro que la crítica miraría con lupa el trabajo de este todavía jovencísimo realizador y el público no se dejaría sorprender con la misma ingenuidad.
Conocedor de la maquinaria cinematográfica, Shyamalan no dudó en arriesgarse rodando El protegido (2000), tal vez su título más incomprendido. Con esta película, el director indio dejó claro que su obra seguía una ruta artística, quizás trazada sobre un hielo quebradizo, pero a la que no estaba dispuesto a renunciar. De nuevo con Bruce Willis como protagonista, El protegido narra una historia que hacía equilibrios entre varios géneros y que se atrevía a indagar en uno de los temas favoritos de Shyamalan: el conflicto de un ser «elegido» que debe asumir quién es para «salvar».
Es en ese telón de fondo donde se mueven los personajes de Shyamalan: el niño que ve muertos, el protegido que debe conocerse a sí mismo, el padre que se enfrenta a señales extraterrestres, la chica ciega que quiere atravesar el bosque o la comunidad de vecinos que tiene que cumplir su «función» para devolver a una ninfa a su mundo mágico.
Un enfoque distinto
Evidentemente, ni la mezcla de géneros ni el argumento mesiánico lo ha inventado Shyamalan. La originalidad de este director radica en el enfoque y en el estilo utilizado. En primer lugar, el realizador indio se toma en serio lo que está contando (salvando las geniales ironías que incluye en todas sus películas, especialmente en La joven del agua). En su obra hay un respeto por la historia y por hacer creíble lo increíble. Para ello, el director cuida al máximo la ambientación de las historias; una puesta en escena que, prácticamente, «obliga» al espectador a entrar en la narración por muy inverosímil que ésta sea.
Por otro lado, Shyamalan huye de la mayoría de los tópicos visuales utilizados en los géneros fantástico y de terror. De esta manera, se atreve a utilizar planos largos y a pedir la intervención del espectador con sus brillantes elipsis. En este sentido, resulta encomiable que un director con siete películas a sus espaldas no haya utilizado nunca el recurso de impactar con escenas de violencia o sexo en argumentos que, implícitamente, contenían este tipo de contenidos.
Creador de personajes: Director de actores
Otra de las notas definitivas del cine de Shyamalan es la creación de personajes poliédricos, muy alejados del cartón-piedra que suele deambular en el género fantástico contemporáneo. Los protagonistas de sus películas tienen un perfil matizado; son seres que dudan, que sufren un proceso de cambio en el que no hay finales felices ni desenlaces perfectos.
Esta evolución de los personajes se desarrolla a través de un cuidadísimo guión y se muestra en una interpretación convincente y natural de los actores: verdadero logro de las películas de Shyamalan. Basta poner como ejemplo uno de los últimos descubrimientos del director: Bryce Dallas Howard, protagonista de El bosque y La joven del agua. Por no citar a Joaquin Phoenix (Señales y El bosque), Paul Giammati o cualquiera de los veinte residentes de la urbanización de La joven del agua. Todos ellos consiguen que las películas de Shyamalan transmitan ese «hacer creíble lo increíble».
Las puertas abiertas
Por último, al hablar de la originalidad de este director, conviene señalar el punto de vista abierto y, en cierto modo, esperanzado de sus películas. En un cine dominado ideológicamente por una perspectiva bastante cínica (Eastwood, Scorsesse o Woody Allen, por citar algunos), llama la atención como Shyamalan, sin dejar de mostrar la crudeza de la realidad, se atreve a dejar puertas abiertas. En este sentido, también a Shyamalan, como a Tim Burton o Steven Spielberg, le gusta deslizarse sobre el hielo. Pero, a diferencia de estos dos últimos, el cineasta indio muestra una mayor valentía a la hora de afrontar conflictos espirituales e incluso religiosos, clarísimos en películas como Mis primeros amigos, Señales o El protegido. Es llamativa la naturalidad con la que Shyamalan habla de Dios, la muerte o el sentido del sacrificio. Parece que, hasta ahora, el precipicio entre lo genial y lo pretencioso no le da ningún miedo a Shyamalan. Desde luego, con su último título, La joven del agua (película peligrosísima en su mezcla de fantástico-legendario con constantes toques de humor irónico), no da ningún síntoma de pánico escénico. De momento todo apunta a que la «ruta Shyamalan» no tiene paradas ni vuelta atrás.
Claudio Hernández
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