Los miserables: literatura, música, cine

Los miserables, literatura, música, cine. 150 años de pasión popular. «Victor Hugo fue acusado con razón de manipulador, exagerado y estrafa­la­rio, y con todo nadie le negó la genialidad».

Cine y alrededores: Victor Hugo y la causa de la libertad

“Quand la liberté rentrera, je rentrerai” (“cuando la li­bertad vuelva, yo volveré”). Con esa frase de sans-cu­lotte, rechazó Victor Hugo la amnistía que Napoleón III le ofreció en 1859. Tour de forcé a la mo­narquía a la que asedió sin tregua con su fama y con su pluma. A su regreso, el pueblo de París pagó sus servicios con un imperial recibimiento, y la III República le rindió un funeral de estado con un cortejo fú­nebre al que siguieron dos millones de ciudadanos.

- Anuncio -

La vida del autor de Los miserables fue tan folletinesca como la de Jean Valjean, vivió revoluciones, barricadas, motines y veinte años de exilio, tan largos co­mo el presidio del protagonista de su novela.

Fue parlamentario, orador, comentarista de actualidad, alcalde, director de periódico, fotógrafo, dibujan­te. Fue demócrata, cuando nadie lo era, y hace 150 años hablaba de Europa como la unión de estados que es hoy, de educación, de propiedad intelectual, de corrupción y de miseria moral, de pena de muerte.

Militó en todas las causas libertarias de la época, lo mis­mo denunció la partición de Polonia que renunció a su escaño parlamentario por la defensa de Garibaldi.

Comenta Vargas Llosa en su ensayo sobre Los mise­ra­bles que es difícil imaginar hoy la extraordinaria po­pu­laridad que llegó a tener Victor Hugo en todo el or­be occidental y aún más allá, fue una figura célebre solo comparable a lo que son en nuestros días ciertos can­tantes o artistas de cine.

Los miserables, best-seller en el XIX

Todo lo que Victor Hugo escribía se difundía en Fran­cia y en toda Europa como la pólvora. Los miserables fue ya fenómeno mediático en 1862, un súper ven­tas. Es famosa la anécdota del telegrama que desde su exilio envió Victor Hugo a su editor para preguntar si se vendía, la misiva solo tenía un signo: “?”, la respuesta fue otro “!”.

Es la última gran novela clásica, un torrente literario capaz de dejar exhausto al lector contemporáneo que, sin embargo, entonces se leía en las barriadas de Pa­rís, donde los obreros juntaban varios jornales para ha­cerse con un ejemplar.

La semilla de eternidad de Los miserables

Hay teclas que cuando se pulsan suenan bien, de las que con algo de destreza se pueden arrancar notas vi­brantes: el arrepentimiento bien contado, la redención por la bondad, un hombre contra el destino, el an­tagonismo del mal rabioso vencido definitivamente.

Fue acusado con razón de manipulador, extravagante, exagerado, sentimental, apocalíptico y estrafa­la­rio, y con todo nadie le negó la genialidad, “a pesar de tantas monstruosidades, Victor Hugo me gusta”, di­jo Valera.

Ése es el esquema de la épica que han usado todos los grandes (Shakespeare, Lope, Moliére) y que Hu­go dominaba a la perfección. El francés era un populista que llevaba y traía a las masas donde quería, ésa pre­cisamente fue la acendrada crítica que recibió de La­martine: “Apasiona al hombre poco inteligente por lo imposible: la más terrible y la más homicida de las pasiones que se puede infundir a las ma­sas, es la pasión de lo imposible”.

Fue acusado con razón de manipulador, extravagante, exagerado, sentimental, apocalíptico y estrafa­la­rio, y con todo nadie le negó la genialidad, “a pesar de tantas monstruosidades, Victor Hugo me gusta”, di­jo Valera. Y Dª Emilia, la Pardo Bazán, le admira “el don de agigantarlo todo, de ver en una gota de agua reflejado el universo”.

En la historia de Jean Valjean, de Fantine, de Cose­tte, Hugo nos asoma con mano maestra al mayor de los espectáculos, el del interior del alma, por eso se per­petua y se reescribe constantemente y es un filón del que siempre podrá extraerse oro.

Larga serie de adaptaciones

Con ese material, es lógico que comenzaran pronto las adaptaciones, primero en versiones teatrales y después en el cine. La ópera, inexplicablemente, no se escribió; Verdi, coetáneo a Victor Hugo, que adaptó otras de sus obras como Hernani y Rigoletto, dejó esca­par Los miserables.

Casi la totalidad de las versiones cinematográficas se ciñen escrupulosamente al texto. Prevalece la conciencia de lo valioso del producto, la fuerza del argumento sobre interpretaciones más libres o creativas, ex­ceptuando la versión de Claude Lelouch (1995), que establece un paralelismo con la ocupación nazi en Fran­cia.

Los miserables
Los miserables

Pensando en las recientes adaptaciones de Blancanieves (Singh, Sanders, Berger) donde acabamos de ver hasta qué punto se puede versionar de forma dispar y novedosa un clásico, es sorprendente el respeto por la historia.

La primera versión cinematográfica es muda del año 1907, pero hay hasta nueve en el período silente, incluyendo una japonesa en 1920. Ya en el sonoro y has­ta el día de hoy, son más de cuarenta las veces que se ha llevado al cine. Entre las adaptaciones más cuidadas des­tacan tres: una temprana de 1935 y dos más recientes, de 1998 la primera y una mini serie para tele­vi­sión de 2000.

Lo más interesante de esta revisión de la historia ci­nematográfica de Los miserables es comparar las sucesivas parejas ValjeanJavert, y los magníficos repartos en que se han apoyado las producciones: la adap­tación de 1935, de Boleslawski, cuenta con un ge­nio llamado Charles Laughton en el papel de Javert, y con Fredric March como antagonista; estuvo no­minada al Oscar.

Bille August, en la de 1998, trabajó con Liam Nee­son, que lleva en gran parte el peso de la cinta en el pa­pel de Jean Valjean, y con Geoffrey Rush como Javert. En 2000, Josée Dayan confió el duelo a Gérard De­pardieu y John Malkovich. En la reciente adaptación del musical, que dirige Tom Hopper, Hugh Jackman y Russell Crowe llevan el peso.

Liam Nesson en Loss Miserables (1998), de Bille August
Liam Nesson en Loss Miserables (1998), de Bille August
Mackintosh adapta su musical

Está claro que Cameron Mackintosh, como Hugo, sa­be lo que le gusta a la gente. La historia del mítico mu­sical, de Boublil y Schönberg, es el reflejo de lo que ocurrió con la publicación original de la novela de Hu­go en París. Fue la gente y no los críticos quien hi­zo un éxito de Los miserables. El espectáculo se estre­nó con críticas no muy favorables en la prensa bri­tánica, pero el público respondió con entusiasmo des­de la primera función.

Los lectores de Victor Hugo no le harán mucha taquilla a la cinta de Hopper, porque las más de mil páginas de la novela no son para la impaciencia de este si­glo de microbloging

La visión comercial de Mackintosh, unida a su sentido del espectáculo, no tiene rival, de hecho la idea  del musical que tenemos a día de hoy los habitantes del planeta -exclúyase Bollywood- es en realidad la su­ya. Entre sus marcas figuran Cats, El fantasma de la ópe­ra, Hair y Los miserables.

Aún insatisfecho, el productor ha decidido seguir ex­primiendo las posibilidades del más rentable de los mu­sicales, en la reciente versión cinematográfica.

Los lectores de Victor Hugo no le harán mucha taquilla a la cinta de Hopper, porque las más de mil páginas de la novela no son para la impaciencia de este si­glo de microbloging, pero Los miserables cuenta de sa­lida con un gran público adicto: muchos entre los 55 millones de personas que asistieron a una función del musical querrán revivir la experiencia.

Son además incontables los que han accedido al espectáculo vía DVD Les Miserables 25th Anniversary y, tam­poco hay que despreciar, los 130 millones de entradas en YouTube que hizo Susan Boyle con I dreamed a dream.

Victor Hugo era un mago, un prestidigitador de ma­sas, y Mackintosh es otro y ambos, como todos los de su condición, son capaces de dividir el mundo en dos, o con ellos o en su contra. Los miserables, la novela, el musical y la película: inmensos o aborrecibles. Ha­brá quien salga atufado de grandilocuencia y de deste­llos pirotécnicos y quien se sumerja en la oleada del sen­timiento, dejándose llevar en carroza al país de los sue­ños.

Suscríbete a la revista FilaSiete