Miedo y deseo, el primer largo de Kubrick. El canal TCM emite por primera vez en España la primera película de Stanley Kubrick, estrenada en 1953, hace 60 años.
Miedo y deseo, el primer largo de Kubrick. La película, que TCM proyectó en la sede de la Academia para la prensa especializada antes de su emisión por TV el domingo 27 enero a las 22 h, es una imaginativa cinta bélica de 62 minutos en la que cuatro soldados, aislados en territorio enemigo tras perder su avión, luchan por escapar.
Howard Sackler (que firmaría el libreto de El beso del asesino en 1955) escribió el guión para un Kubrick de 22 años que planificó la cinta con todo detalle, tras muchos meses de localizaciones en las californianas montañas de San Gabriel.
Con dinero de su tío, Kubrick ya fue problemático en su primer rodaje: gastó cinco veces más del presupuesto inicial de 10.000 dólares, se peleó con medio equipo, echó al técnico de sonido…
La película incluye una voz en off omnisciente a la que luego se suman las voces de los protagonistas. Hay experimientos por doquier, tantos como saltos de eje. La fotografía en blanco y negro y 35 mm es bastante buena y saca partido a unas localizaciones muy inteligentes.
La música, pretenciosa y estridente, es un verdadero horror, especialmente en los créditos iniciales.
La iniciativa de TCM es estupenda porque Fear and Desire ya tiene las virtudes y los defectos de un director muy dotado, con un sentido narrativo encomiable, que se convertiría en el que quizás haya sido el realizador más obsesivo y consentido de la historia, con algunas películas magníficas, casi siempre de azarosa producción.
La fábula de Kubrick, más allá de algunos planos poderosos y de recursos ingeniosos como el de los prismáticos y el de la aparición de las mujeres, funciona regular, con un final muy mejorable. La trama protagonizada por una bellísima Virginia Leith y un disparatadamente sobreactuado Paul Mazursky es, a la vez, hipnótica y pedante en su desmesura.
Kubrick se encargó de hacer desaparecer todas las copias de una cinta que consideró “un fallido ejercicio de cineasta aficionado, una rareza completamente inepta, aburrida y pretenciosa”. Una copia del laboratorio KODAK, que tenía por norma conservar un ejemplar de todo lo que hacían, evitó que se perdiese.
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