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Mujercitas en el cine

Las cuatro hermanitas (George Cukor, 1933)

Mujercitas en el cine

Mujercitas en el cine. El próximo 25 de diciembre llega a nuestras pan­tallas un regalo de la mano de Gre­ta Gerwig, la nueva versión ci­ne­ma­tográfica de Mujercitas.

La polifacética Gre­ta Gerwig (Lady Bird) dirige y escribe una nueva versión ci­ne­ma­tográfica de la famosa novela de Louisa May Alcott. Algunos pensarán que no aporta­rá nada que no conozcamos ya, y que for­mará parte de ese elenco de me­tra­jes que solo arrancan alguna lágrima fur­tiva en la os­curidad de la sala.

Mujercitas es una novela que per­vi­ve en los recuerdos de muchas generaciones, que han disfrutado de sus páginas a la luz del flexo que les acom­pañaba en aquellas noches en las que Morfeo se olvidaba un poco de ellas.


El relato, muy propio para las fechas venideras, narra los hechos que acae­cen en el hogar de los March, don­de una madre y sus cuatro hijas so­bre­viven a los estragos produci­dos por la guerra civil en Estados Uni­dos. Un pe­riplo que comienza en una Navidad y termina en la siguiente, con un telón de fondo al es­tilo de la Odisea de Uli­ses, donde la figura masculina es la que se aleja del hogar.

Cada uno de los personajes que se pa­sea por la casa familiar tiene un uni­verso propio que pivota sobre una idea en común, la lucha por man­tener fir­mes los valores fami­liares y el amor que los hace tan fuertes.

El libro se convirtió en la obra más importante de su carrera, publicada en dos partes, y las lectoras podían opi­nar acerca de la historia

Las cuatro hermanas, como las de la autora Louisa May Alcott -que rea­li­za en este libro un parale­lis­mo con su vi­da-, se presentan con una per­so­na­li­dad clara que las di­ferencia unas de otras: Meg ansía ser una prudente ama de casa; Beth, bon­dadosa, de­licada, y cu­ya pasión por la música la ha­ce sobreponerse a su irremediable ti­midez; o Amy, retrato de belleza y as­piraciones te­rrenales.

Pero entre todas ellas, la figura cen­tral y eje de la historia es Jo (Josephine March) -vivo ejemplo de la pro­pia Alcott-, que con sus cualida­des trae aire fresco a una sociedad don­de la mujer solo estaba llamada a casarse con fines económicos, y man­tener una digna imagen tras la som­bra de su marido.

Algunos han podido tachar a este li­bro como un manifiesto que emer­ge de la necesidad de una socie­dad del si­glo XIX, encorsetada en costumbres ca­ducas, que rechaza cualquier evolución de mano de la figura fe­menina.

Y es que el papel de la adolescente que sueña con publicar sus obras y ser su propio sostén económico (como su­ce­de con Jo), fue aplaudi­do por múl­ti­ples escritoras, como Si­mone de Beau­voir, que potencia­ron este tema en sus escritos tras la lectura de la obra, y consiguieron in­dependizarse y so­brevivir gracias a su creación.

Alcott ya había despuntado en un ti­po de novela entre gótica y sen­sual («Sensational novel»), pero no vio con bue­nos ojos la petición que le hizo su edi­tor de es­cribir un li­bro orientado a mu­jeres jó­venes, ya que era un tema que le abu­rría y con el que se sentía incómoda.

Nadie, ni siquiera la propia auto­ra e incluso su editor, eran conscien­tes de la proyección que tendría la obra y mucho menos que serviría para ani­mar a las mujeres de la época a bus­car su sitio y no comulgar con la errónea idea de los casamientos con­certados por motivos económicos. Esto es algo que ya en España de­fendió Fer­nández de Mo­ratín, en obras como El sí de las ni­ñas, durante el siglo XVIII.

La sorpresa fue que, el libro que se escribió por dinero, se convirtió en la obra más importante de su carrera, publicada en dos partes, dando la po­sibilidad a las propias lectoras para opi­nar acerca de la historia. Al­gunas pe­dían a la autora que Jo se casase con Laurie en la segunda par­te (Perfectas esposas). Pero na­da más lejos de su intención, ya que lo que pretendía era mostrar a una mujer autosuficiente e independiente.

Finalmente, por contentar de alguna manera a su público, decidió que Jo apostaría por la estabilidad jun­to al pro­fesor Friedrich Bhaer, que aunque no le permite conseguir sus sueños co­mo escritora, la lleva a crear un co­le­gio para chicos que Al­cott utiliza pa­ra la secuela titulada Hombrecitos, con­tinuada con Los mu­chachos de Jo. Nin­guna de ellas tu­vo el éxito de Mu­jer­citas, pero qui­zás sirvieran para sa­car esa espi­na clavada sobre las críti­cas hacia la tendencia tan feminista de la autora.

El año pasado se cumplieron 150 años de Mujercitas, y este disfrutaremos de nuevo de la familia March en la gran pantalla. No olvidaremos las ver­siones anteriores, unas más entrañables y otras más tediosas, pero todas im­pregnadas de dulzura y buenas inten­ciones.

La primera de ellas en 1917 (Ale­xan­der Butler), junto a una segunda (1918) de Harley Knoles, ambas mu­das. En 1933 llega la innolvidable ver­sión de George Cukor con el huracán Ka­tharine Hepburn en el papel de Jo (na­die como ella para encarnarlo). Una versión famosa es la de 1949, de Mervyn LeRoy, con Elizabeth Tay­lor mostrando su infinita belleza en el papel de Amy.

Mujercitas (Greta Gerwig, 2019)

En 1994, Gillian Amstron dirige a Su­san Sarandon en una nueva cinta en el papel de la madre y, aunque dis­fru­to viendo a Winona Ryder en el pa­pel de Jo, y por regla general en la ma­yoría de sus intervenciones, he de de­cir que me cuesta ver el lado an­ge­lical de Kirsten Dunst, por la in­vo­luntaria asociación que es­tablezco con En­trevista con el vampiro.

El día de Navidad tendremos la ocasión de disfrutar de esta historia en fa­milia y no importa si trae un soplo de aire fresco a la obra o si es la versión definitiva. Contamos con Greta Gerwig no solo como directora, sino también como guionista, y las intervenciones de Meryl Streep y una Emma Watson que pretende se­guir demostrando que no solo de Harry Potter vive el hombre.

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