Nobuhiro Suwa: la vida ininterrumpida
Pasado otro Halloween, merecen un breve comentario las modestas, inusuales y vitalistas concepciones de la muerte, presentes en dos películas del japonés Nobuhiro Suwa.
El desencanto amoroso entre un hombre y una mujer suele conformar la base argumental, temática, narrativa… del cine de Nobuhiro Suwa. Así es en 2/Duo (1997), M/Other (1999), H Story (2001), Un couple parfait (2005) o Yuki y Nina (2009). No obstante, su filmografía ofrece otro aspecto, no menor por obviado o por menos frecuente o resaltado, que atraviesa Place des Victoires -su aportación a la película colectiva Paris, je t’aime (2006)-, y El león duerme esta noche (2017), su obra más reciente.
Se trata de una virtud estética, dramatúrgica y escénica despojada de efectos y artificios. Su sencillez amplifica así la verosimilitud de los reencuentros milagrosos que atraviesan ambos relatos. Además, su delicada fuerza no radica en el realismo de su representación, sino en la intrínseca verdad esencial y formal con que expresa dos de los más sinceros deseos humanos: el reencuentro con seres amados ya desaparecidos y la experiencia de que la vida continúe después de la muerte, renovada en otra trascedente. En Place des Victoires, entre una madre (Juliette Binoche) y su pequeño fallecido; en El león duerme esta noche, entre el viejo enamorado Jean (Jean-Pierre Léaud) y su amada Juliette (Pauline Étienne), difunta en plena juventud.
En El león duerme esta noche, está también el encaje especular del cine dentro del cine, facilitado por la lúdica pedagogía de un Nobuhiro Suwa capaz de convertir un rodaje en recreo infantil y viceversa. O esa espontánea pandilla de potenciales cineastas, tan divergente de la orquestada por J.J. Abrams en Súper 8 (2011). O Juliette, convertida en un trasunto iconográfico de la artúrica Dama del Lago. O el huérfano Jules, conocedor del dolor y la pérdida y capaz de ver lo invisible e increíble (tampoco diré qué). O Jean, él mismo viejo león durmiente en una casa encantada. O Léaud, él mismo verdadera encarnación metafísica y fílmica verdad ontológica… gracias a su descubridor, François Truffaut.
Desdeñar (con consciencia o no) la armonización de anhelo y experiencia en la potencial magia del arte, en parte implicaría renunciar a una de las bendiciones que nos invisten. Pero somos humanos y no hay voluntad, idea, tecnología o hechizo tan poderoso que pueda modificar nuestra naturaleza.
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