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Sacando punta a Star Trek

Star Trek: Más allá

Sacando punta a Star Trek

Sacando punta a Star Trek | El autor, divertido y sugerente catedrático de filosofía, dialoga con la película y reflexiona sobre la evolución de la saga.

Con expectación (dejando salir al friki que hay en mí), asistí al estreno de Star Trek 11 (2009); con expectación, pero también con cierta presuposición de lo que iba a encontrarme, algo común a buena parte de la cinematografía de acción reciente: un elenco, excelente, de gran categoría, de efectos especiales al servicio de un desarrollo mediocre de los personajes. Le pasa como al genio de la lámpara de Aladdín: «fenomenales poderes cósmicos y un espacio chiquitín para vivir».

Mi aseveración no procede de comparar el cine de acción con un drama de Shakespeare, sino con los precedentes de la propia saga, sobre todo cuando la nueva versión no se plantea un trabajo más sencillo, como afrontar una tercera generación de los tripulantes del Enterprise, sino que pretende el más difícil todavía: asumir desde una nueva perspectiva las relaciones entre dos personajes tan conocidos, tan trabajados, como el capitán Kirk y el comandante Spock, el famoso vulcaniano de orejas puntiagudas.


Los seguidores de la serie hemos tenido la oportunidad de ir madurando, a lo largo de innumerables capítulos televisivos y de cinco películas, esta relación tan fructífera y de ir entendiendo algo mucho más complejo: cómo un vulcaniano de prodigiosa inteligencia, de un juicio lógico insuperable, se somete al mandato de un capitán humano, como James Tiberius Kirk

La respuesta es similar a la que Chesterton se plantea cuando reflexiona sobre el motivo que llevó a Jesús a convertir a Simón, el pescador de más palabras que obras, como su roca en vez de Santiago, su primo, el gran defensor de la Ley; o de Juan, el místico del amor; o un poco más adelante, de Pablo, el misionero fogoso. La respuesta de Chesterton es similar a la que daríamos en nuestro caso: Simón Pedro, como Kirk, definen al ser humano, con sus virtudes y sus defectos, «en estado puro» que diríamos hoy.

Sobre Spock, razón discursiva, razón intuitiva

Spock, con una humildad que le dignifica, advierte a lo largo de la serie que Kirk tiene algo que él no posee, algo que buena parte de la filosofía del siglo XX ha reivindicado frente a lo que Spock puede aportar (lo suyo es la racionalidad pura, la medición cuantitativa, la proporción y el cálculo). Esa reivindicación consiste en mostrar la necesidad de una razón intuitiva -frente a la razón discursiva de Spock– que permita una jerarquía real de los problemas, que se abra a los aspectos de la vida en los que la simple lógica queda huérfana, que lleve a actuar en aquellos momentos en los que es necesario hacerlo pero no se tiene la seguridad del triunfo.

La combinación, la complementariedad, la profunda amistad entre seres tan distintos hace del Enterprise la primera nave de la flota. Spock -frente al mundo tecnificado de hoy- se somete porque sabe que su exacto saber es un saber de los medios, un saber para aconsejar; pero no es un saber de los fines, un saber para decidir y comprometerse.

Esto hace de Kirk un individuo peculiar: ciertamente pasional y atrevido, con una enorme capacidad para decidir; pero a la vez lo suficientemente inteligente como para prever las consecuencias negativas y adelantarse a ellas. No es un utópico: acepta sus defectos como parte de su ser, pero pone lo mejor de sí para vencerlos. En frase que vuelve a repetir esta nueva película: «no acepta los escenarios imposibles». Aunque lógicamente sólo haya una posibilidad aparente y lógica: la derrota, el ingenio humano y la terquedad hacen posible la victoria (contando siempre con los cálculos de Spock, y rara vez contra ellos).

La nueva versión nace con dos lastres: el primero, que parte de una visión «actual» (nada educativa, por cierto) de que el joven atrevido ha de ser atolondrado. El Kirk de la serie responde a la definición clásica de la valentía como virtud: se atreve cuando conviene y se reserva cuando conviene. Sabe que hay momentos en los que sólo se puede rendir la nave y esperar una oportunidad; y que hay otros en los que sólo cabe el atrevimiento.

Este nuevo Kirk es un ser alocado, sin norte (tal vez, por la ausencia -cada vez más creciente entre nuestros jóvenes- de haber crecido sin padre): borrachín, pendenciero, terco y ligón. «Una joya» a la que se le permite subir en el escalafón por reiteración de casualidades y no por una valía demostrada. El hombre (y esto sí que es inédito en la serie) que se insubordina directamente con su oficial en jefe. Este intento de adaptarse a los nuevos tiempos se refleja también en el nuevo Spock (y no sólo por sus escarceos amorosos con Uhura, la encargada de comunicaciones).

Justamente porque la película nos da la nostálgica oportunidad de volver a traer a la pantalla al gran Leonard Nimoy (el Spock de siempre), se advierte el contraste. Aunque se pretende mostrar un Spock más pasional («más humano»), el juicio que me merece el nuevo personaje sigue siendo el mismo que le provocó a Kirk la muerte de Spock en Star Trek 2: La ira de Khan: «en todos mis viajes -dirá Kirk ante el cadáver de su amigo- no encontré a nadie más humano».

El nuevo Spock es mucho más rígido si cabe, amigo de provocar conflictos no de ofrecer respuestas, tal vez por lo que explica en una entrevista el actor que hace el papel del joven Spock, Zachary Quinto; ante la pregunta de si se trataba de mostrar un Spock más humano, responde: «Yo no estoy tan de acuerdo. Creo que la dualidad y el conflicto interno que tiene es porque enfrenta esas dos mitades de sí mismo, pero no creo que él tiene control en esa dualidad como la tenía Leonard Nimoy, cuando interpretaba el mismo personaje».

Entre un Kirk atolondrado y un Spock desequilibrado no hay acuerdo fácil. Éste es el segundo lastre: la revisión de la relación entre Kirk y Spock no como complementariedad, sino como enfrentamiento. Esta situación (insisto: imposible, antinatural en el esquema clásico de la serie) se produce por una alteración realizada artificialmente por el guionista de Star Trek: por otro trastoque de fortuna, se hace a Spock capitán eventual de la nave y a Kirk, su primer oficial. El resultado es -necesariamente- el conflicto, pues la grandeza de Kirk no reside en su comedimiento y objetividad. Aunque todo se arregla (el guión siempre actúa como deus ex machina), queda un cierto regusto de amargura: la conciencia de que en nuestro mundo, dominado por la lógica cuantitativa, a la intuición no le cabe colaborar sino sólo rebelarse.

En resumen, una magnífica película de acción que -por algo- es la película 11 de una saga que parece inagotable. Una película, sin embargo, que por este deseo de hacer ciertos guiños a algunos modelos vitales que harían imposible la sociedad modélica que propone Star Trek. Con un capitán alocado, que no acepta sugerencias; con un primer comandante, digno del diván de un psiquiatra, tenemos la sociedad rota de nuestros días, no el proyecto de hermandad universal de Gene Roddenberry.

Miguel Ángel García Mercado

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