Slumdog millionaire: Ocho motivos para arrasar en los Oscar 2009

Oscar 2009: Triunfó una película que tiene una historia como la de la Ceni­cienta: un poco más y la película no llega a estrenarse en las salas, incluso hubo quien propuso lanzarla directamente en DVD

Slumdog millionaire (2008)
Slumdog millionaire (2008)

Slumdog millionaire: Ocho motivos para arrasar en los Oscar 2009

Slumdog millionaire | Uno más y hace pleno. Tenía 10 nominaciones, podía ga­nar 9 Oscar (en una categoría “concursaba” dos veces) y, al final, se llevó 8. Slumdog millionaire ha sido la gran ganadora de una edición de los Oscar que ha bri­llado por la calidad de las nominadas y la arriesgada apuesta del palmarés.

Esta pequeña producción de 15 millones de dólares partía como favorita, pero tenía enfrente un poderoso con­trincante, El curioso caso de Benjamín Bu­tton, una superproducción de 200 millones de dólares que acumulaba 13 candidaturas.

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Al final Slumdog millionaire ganó ocho estatuillas (mejor película, director, guión adaptado, fotografía, montaje, banda sonora, canción y sonido), es decir, casi to­do, y perdió El curioso caso de Benjamín Button que, de las 13 candidaturas a las que accedía, sólo consiguió tres merecidos premios técnicos (Oscar a la mejor dirección artística, efectos visuales y maquillaje/peluquería).

Otras favoritas que ganaron fueron Wall·E (mejor película de animación), Kate Wins­let (mejor actriz por El lector), Pené­lope Cruz (mejor secundaria por Vicky Cristina Barcelona) y Heath Ledger (mejor secundario por El caballero oscuro). Más controvertidos fueron los Oscar de Mi nombre es Harvey Milk (mejor actor, para Sean Penn, y mejor guión adaptado) y el Oscar a mejor película extranjera, que fue a parar a Departures.

En todo caso fueron sorpresas menores en una Gala donde triunfó una película que tiene una historia como la de la Ceni­cienta: un poco más y la película no llega a estrenarse en las salas. Hubo quien propuso lanzarla directamente en DVD.

8 merecidas estatuillas

La historia de la génesis de esta película es lo más parecido a su propio argumento: el chico pobre de las chabolas que gana 20 millones de rupias en un concurso de la te­levisión.
“Es el destino -señala Danny Boyle-, co­mo dicen en la India. Lo cierto es que tuvimos problemas. El proyecto empezó muy poco a poco y al principio parecía que iba a ir mal. El presupuesto era de 7 millones de libras, que es el máximo que se podía conseguir sin tener una estrella en el reparto… No era un proyecto sencillo, pero luego la cosa cambió. J.K. Rowlings po­dría decir lo mismo, pues veinte editores rechazaron la publicación de la primera novela de Harry Potter. Y los Beatles también podrían decir eso… Es el destino”.

La recepción del público ha sido otra sorpresa para el realizador británico: “La primera vez que vi la película fue en To­ronto, y me quedé asombrado por la reacción del público. Creo que es porque el protagonista es un ‘don nadie’, un perro del suburbio que llega a lo más alto. Y todo el mundo quiere pensar que esto es posible. Por otra parte, el dinero no le importa tanto, es el amor. En el fondo esta película habla de encontrar la felicidad”, afirma Boyle.

Mejor guión adaptado

“Los guiones son como perros sin dueño: te siguen hasta que los llevas a casa”, sentencia Boyle. El guión que persiguió y atra­pó a Boyle es la adaptación hecha por Simon Beaufoy de la novela ¿Quieres ser millonario?, de Vikas Swarup, un diplomático indio que publicó este título en el año 2005. El trabajo de Beaufoy (que fue el guionista de The Full Monty) da para una tesis doctoral, como reconoce el propio Boyle: “Simon hizo una estupenda adaptación porque la novela es muy rígida: doce capítulos que empiezan con una pregunta y terminan con una respuesta. Tal como estaba era imposible hacer una película”.

Pero la reescritura de Beaufoy no sólo ha afectado a la presentación formal de la historia. El británico no ha dudado en remover los cimientos y ha reescrito por completo el argumento: “Simon utilizó de la novela de Swarup la idea central; todo lo demás está añadido”. Efectivamente, Beaufoy toma de la novela el concepto del concurso y un par de anécdotas (la de los mendigos, los guías del Taj Majal y po­co más).

El resultado de esta aparente traición al texto ha sido magnífico. Y si en la mayoría de los casos son las novelas las que ganan la partida a las películas, en este caso ocurre justamente lo contrario. La novela de Swarup es una sucesión de relatos de gran viveza pero algo inconexos, y sobre todo de muy poco vuelo antropológico. Swarup ofrece su visión de la India a tra­vés de una narración abigarrada de episodios sórdidos -en los dos primeros capítulos hay tres abusos homosexuales a los que luego se unirán varios asesinatos, violaciones, palizas e iniciaciones sexuales en burdeles, relatadas con cierta contención e ironía-, que hacen desconfiar de la condición humana y convierten al protagonista en un hombre.

En el fondo, ¿Quieres ser millonario? es la historia -mil veces contada- de la supervivencia de un chico corrompido en un am­­biente mucho más corrupto que él. El balance es positivo, pero el vuelo bajo.

Sorprendentemente, Beaufoy decide arriesgar, y sin dejar de reflejar la sordidez que acompaña a la infancia y adolescencia del joven (a veces crudamente retratada), opta por contar otra historia: la del chico que, en un ambiente corrupto, mantiene la bondad y la inocencia gracias, en gran parte, al poderoso motor de un amor por el que es capaz de soportar cualquier sacrificio. Swarup escribió una historia de supervivencia con una pequeña historia de amor; Beaufoy ha reescrito una arrebatada historia de amor con algunos gramos de lucha por la supervivencia.

Esta decisión ha costado a Beaufoy más de un quebradero de cabeza. El guionista confesaba en una entrevista que “es muy diferente comenzar con una idea propia y desarrollarla que tener que adaptarla. Es como recibir en casa un paquete con un traje con unas partes que se ajustan y otras que no. Es como hacer la maleta de otro. Pero de algún modo tienes que convertirla en tu propia maleta”. Entre otras cosas, Beaufoy tuvo que desdoblar el personaje principal de la novela en dos (Ja­mal y Salim) para ofrecer al director la oportunidad de mostrar cómo las elecciones que se toman en la vida llevan a una persona por uno u otro camino. Ambos hermanos están expuestos a la violencia y a la muerte desde pequeños, pero cada uno responde individualmente; uno permanece con su bondad inherente, el otro se adentra en un camino de brutalidad.

Con este discurso, mucho más rico y positivo, donde además cabe la redención, la historia gana enteros. Habrá quien reproche el descarado y quizás ingenuo optimismo, pero lo cierto es que donde la novela apenas despegaba, la película vuela altísimo.

Mejor director

Danny Boyle es un tipo de curiosa filmografía, muy difícil de encasillar, un au­téntico experimentador de géneros. Arra­só en 1996 con Trainspotting, un negro y certero retrato de un joven drogadicto, considerada hoy una película de culto. La cinta le abrió las puertas de Hollywood, rodó allí la floja La playa y regresó a In­glate­rra. Allí volvió a hacer diana con un film de terror, 28 días después, experimentó con la ciencia ficción en Sunshine y rodó una pequeña obra maestra de radical originalidad y, como él, inclasificable, Millo­nes.

“Siempre me gusta partir de cero, me gustaría no saber nada. Creo que la primera película es siempre la mejor. Siempre quiero hacer cosas nuevas, pero la verdad es que muchas veces vuelves a lo mismo. Hay una escena en este filme que recuerda a la escena del váter de Trainspotting, y también en Millones los protagonistas eran dos hermanos, con uno que quiere dinero y con otro al que le da igual, lo mismo que en Slumdog millionaire”.

Realmente, Slumdog millionaire tiene más que ver con Millones que con Trains­potting, aunque en toda la producción de Boyle hay una búsqueda -errada a veces, acertada otras- de la felicidad. En sus dos últimas películas Boyle ha rodado con ni­ños: “Creo que los niños son grandes actores y que lo estropean todo cuando son adultos” -afirma el realizador-. La actuación de los chicos fue brillante, también porque en Bombay el cine es muy próximo a la gente. Cualquier chaval te puede hacer un baile tipo Bollywood, o adoptar el gesto de un actor. Es algo innato. Pero lo que más me fascinó es que fueran capaces de comprender conceptos que yo pensaba que no entenderían por ser muy pequeños, como por ejemplo la traición”.

Boyle ha hecho un magnífico trabajo de dirección de actores. Al protagonista, Dev Patel, un joven londinense, lo descubrió la hija de Boyle porque actuaba en una serie de televisión inglesa. “Es un auténtico cómico -afirma Boyle-. En la serie es divertidísimo, y cuando lo conocí no podía estar más serio: así son los cómicos”. En cuanto a los niños, Boyle se encontró con la barrera del idioma; de hecho, parte de la película se rodó en hindi porque los niños no dominaban el inglés, y su interpretación en esta lengua era afectada: “Dos de los niños son de familias muy pobres y el otro no. Ahora los dos están yendo al colegio por primera vez gracias a la película. Les estamos pagando su educación desde junio. Y cuando cumplan 18 años hay una importante suma de dinero preparada pa­ra ellos. Si les damos el dinero ahora, cosa que podríamos hacer con lo que ha ganado la película, se volatilizaría. Es mejor pagar su educación hasta su mayoría de edad y luego darles el dinero. La película habla de que lo que aprendes en la vida te sirve y que con eso puedes ganar dinero, pero es importantísima también la educación”.

Mejor montaje

Esta conmovedora historia de amor se quedaría en un bonito telefilm si no fuera por el extraordinario ropaje audiovisual que la viste. La película es un derroche de fuerza, de luz, de música y colorido ensamblados de forma magistral en un montaje, según cuenta el cineasta británico, muy intuitivo pero en cualquier caso sobresaliente.

Desde los primeros minutos de la película Danny Boyle demuestra que no tiene miedo a un montaje fragmentado que da saltos en el tiempo, que muestra tomas imposibles, que juega con los puntos de vista. En el vigoroso ritmo de la cinta y en su aparente despreocupación por el encuadre, el espectador percibe además que el director se lo está pasando en grande.

“Rodar la película fue fantástico -señala Boyle-, pero montarla fue increíble. En la película hay cinco momentos bien diferenciados: cuando el niño es pequeño, cuando tiene diez años, cuando es adolescente, cuando está en la televisión y cuando está en la policía. Sin embargo, en el filme no hemos usado ningún efecto, ni barridos ha­cia delante o hacia atrás, ni fotogramas en blanco, nada. El tiempo en la película pasa como pasa en la mente, va y viene. Teníamos la sensación de que la película se montaba sola, era todo muy fácil y muy rápido. La montamos muy deprisa, y creo que se trata del mejor montaje de mis pe­lículas”.

Mejor fotografía

Parte del arrebatador hechizo de Slum­dog millionaire es una cuidadísima fotografía que, en su desesperado intento de evitar el preciosismo… resulta definitivamente preciosa. Boyle ha vuelto a contar con Anthony Dod Mantle, con el que trabajó en 28 días después y Millones. Dod Mantle es el responsable además de la fotografía de Dogville, Manderlay y El último rey de Escocia.

Se nota que a Boyle le ha encantado Bombay: “Es un lugar extraordinario. No hay apenas arquitectura, ni edificios singulares, y los pocos que hay los descartamos. Lo que hay es gente, y a mí la gente me gusta mucho. Intentamos captar la sensación que hay en la ciudad, esa especie de zumbido, de bullicio continuo. Bom­bay es una ciudad llena de vida y eso es lo que intento reflejar”.

Mejor sonido

Slumdog millionaire aspiraba a premio en las dos categorías de sonido: mejor sonido, que se refiere a la unión armoniosa de las voces, los sonidos de los objetos y la banda sonora, y mejor edición de sonido, donde entra también la creación de efectos. Ha ganado en la primera catego­ría, pero no en la segunda.

Para Danny Boyle el cuidado del sonido ha sido otro modo de reflejar con realismo la vitalidad de la India: “Es una ciudad muy extrema: todo se mezcla, hay acontecimientos terribles y de repente todo se calma”, sentencia.

Mejor música y mejor canción

Dentro del peculiar universo fílmico de este director, que adora la estética del videoclip, la música ocupa un lugar vital. “Me encanta la música, y por eso disfruté mucho utilizando la banda sonora en esta película como lo hacen en el cine de Bo­lly­wood. En Occidente ponemos la música por detrás para que empiece suavemente con las imágenes y vaya subiendo lentamente. Allí hacen lo contrario: la ponen delante, entra de lleno, bruscamente… me fascina”, señala Boyle.

La música es obra de A. R. Rahman, conocido compositor muy apreciado en Bo­lly­­wood que ha ganado dos Oscar por su trabajo en Slumdog millionaire: mejor mú­­­sica y mejor canción, “Jai Ho”. Tam­bién era candidato al Oscar en esta segunda categoría por otra canción de la misma película, “O Saya”.

Mejor película

Slumdog millionaire es un claro ejemplo de que la fórmula que convirtió al cine en una fábrica de sueños hace más de un siglo sigue vigente: una buena historia, unos buenos personajes y un buen envoltorio audiovisual gustan al público siempre. Por otra parte, y en medio de un panorama cinematográfico demasiado empeñado en mostrar el lado oscuro de la existencia, la película de Danny Boyle es una demostración práctica de que se puede reflejar también la bondad del ser humano sin caer ni en lo cursi ni en lo blando. Al contrario, con mucha dosis de frescura, con humor, adrenalina en vena y entreteniendo al público, que eso es el cine. Y ade­más, el efecto de mostrar la humanidad, el amor y la integridad en el arte es muy positivo para el espectador, que sale del cine contento y esperanzado. No es nada nuevo, aunque ahora parezca novedoso. Los griegos lo llamaban catarsis.

La crítica, a través de los premios, se ha­bía pronunciado desde el principio y mu­­chos no han dudado en afirmar con con­tundencia que es la mejor película de la década, lo que de momento es lo mismo que decir del siglo. El público ha respondido también con entusiasmo. Sólo que­daba comprobar si la todopoderosa Aca­demia de Hollywood decidía premiar la cinta. Y así ha sido, como parece que era el destino de esta pequeña película que ca­si no llega a estrenarse.

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