Un maestro llamado Peter Weir en Madrid
El cineasta australiano Peter Weir visitó Madrid desde el 16 al 18 de octubre para participar en un ciclo sobre su filmografía, organizado por la Filmoteca Española, la ECAM y la Embajada de Australia.
La presencia de Peter Weir (El club de los poetas muertos -1989-, El show de Truman -1998-, Único testigo -1985-) ha permitido un grado de cercanía impensable con uno de los grandes maestros vivos del cine: un hombre cordial, sencillo y cercano.
El 16 de octubre pudimos disfrutar de uno de estos encuentros con el director en el Cine Doré. Tras la previa compra de una entrada de accesible precio, como todas las sesiones que programa la Filmoteca Española, se podía acudir a un visionado y coloquio sobre Master and Commander (2003). Peter Weir se encontraba sentado en una de las butacas del bar del Cine Doré. Inmediatamente reconocible por su distinguido sombrero, estaba hablando y tomándose fotos con admiradores que no esperaban tener ese nivel de contacto con él.
Al momento de entrar a la sala, lo hizo por la misma puerta que todos, acompañado de un encargado de la organización del evento y de la embajadora de Australia en España. Para facilitar la comunicación entre todos a la hora de realizar el coloquio, la embajada proporcionó equipos de traducción simultánea para cualquiera que tuviese dificultades con las anécdotas en inglés. Por su lado, Peter Weir tenía un auricular para recibir la traducción de aquellos que le hablaran en español. La sala estuvo llena en su totalidad, incluyendo ambas plantas y los palcos laterales.
Antes de ver la película, pusieron un vídeo publicitando el ciclo «Realidades Alternativas de Peter Weir» en la Filmoteca, al igual que imágenes de las películas seleccionadas por él para su «Carta Blanca», que es una programación de cintas seleccionadas por alguna personalidad, para su visionado y retrospectiva en el programa mensual de la Filmoteca Española (en su selección destacan autores como Buñuel, Coppola, Kurosawa, Ford, Hitchcock, entre otros).
Un australiano en Hollywood
Posteriormente, un breve discurso de agradecimiento por parte de la Embajadora de Australia por la oportunidad del encuentro, la cual aprovechó para recordar que «… entre los pocos directores de cine australianos que tiene Hollywood, donde podrían figurar George Miller o Baz Luhrmann, ninguno ha sido tan significativo como Peter Weir«.
Tras esta introducción, se invitó al escenario al invitado de honor. Al salir Weir, hubo una larga ronda de aplausos, que, tras quitarse el sombrero, recibió honrado por varios minutos. Una reverencia después, se hizo con el micrófono para explicar un par de ideas respecto a lo que estábamos por ver con él. Relató una historia en la que afirma que no cree en la reencarnación, pero está convencido de que en otra vida él tenía que haber sido un marino inglés.
Para explicar su especial sentimiento con el mar contaba que en un viaje que realizó a Londres en los ochenta compró una espada que perteneció a un capitán inglés de fragatas durante las épocas napoleónicas. Era especial para él, ya que la tenía en el despacho de su casa en Sidney; y al viajar por un rodaje de algún proyecto, la desenvainaba y dejaba sobre su escritorio. No la volvía a envainar hasta que el proyecto estaba terminado. Para él, era un recordatorio que su aventura y su pelea aún no estaban terminadas. Un día volvió a su casa para descubrir que no podría envainar más la espada, pues había sido robada, con el resto de su hogar. Y cuando en el año 2000 se encontraba en Los Angeles, recibió una llamada de Universal para concretar una cita en la cual le harían un pitch de una película basada en una novela. Cuenta que las palabras que inmediatamente salieron de su boca cuando los productores le dieron una espada idéntica fueron «Patrick O’Brian…» a lo que todos en la sala asintieron con la cabeza. Y con esta anécdota, pasamos a visionar Master and Commander: Al otro lado del mundo en 35 mm, traída personalmente por Weir, a lo que no dudó en agregar: «esta lata… pesa mucho».
Una fragata llamada Surprise
La película relata la historia de Jack «Lucky» Aubrey (Russell Crowe), capitán de la Surprise, una fragata de guerra británica en tiempos de las guerras napoleónicas. Junto con su tripulación, tiene la misión de localizar, capturar o destruir el Acheron, un buque de guerra francés que navega por las costas de Brasil, saqueando barcos balleneros ingleses. Un poderoso retrato de la navegación a vela, las batallas con cañones de pólvora, la juventud de una tripulación inglesa de esos tiempos y la lucha por la libertad. Una historia de David contra Goliat, con personajes ficticios, inspirados en personas y tiempos históricamente reales.
Tantos años después, la película sigue teniendo la capacidad narrativa para hacernos imaginar al barco como un país en sí mismo, con un gobierno, leyes a seguir, jerarquía de mando, diferentes profesiones y valores. El navío, explicaba Peter Weir, es también un personaje, uno que puede ser fuerte o débil en batalla, rápido o lento en navegación. Uno que al igual que su tripulación puede quedar herido, y necesitar reparación; e incluso tiene la capacidad de disfrazarse para engañar al enemigo.
Tras la proyección de la película, nuevos aplausos le dieron la bienvenida a Weir a la sala, para dar comienzo a la sesión de preguntas realizadas por el público. En este tipo de situaciones, «romper el hielo» es difícil, por lo que las primeras cuestiones suelen ser complicadas de formular, pues siendo el director quien responderá, la vergüenza es comprensible. Sin embargo, Weir mostró ser una persona muy sencilla que se pone en los zapatos del espectador y no duda en hacer su mejor esfuerzo por entender las preguntas y responder con la mayor profundidad a las curiosidades del público. Comprende que el espectador no tiene todo tan claro como él, y si puede responder lo hará. Siempre desde la franqueza y la experiencia, explicando en un tono calmado y fácil de comprender. No es necesario entrar en tecnicismos ni argumentos doctorales para argumentar una gran película.
Hubo momentos simpáticos, como cuando un espectador le preguntó por el motivo de la presencia del suicidio en todas sus películas; Weir respondió después de una pequeña pausa: «… pues, la verdad es que nunca me había dado cuenta», y tras reír con él, explicó que en ciertas películas como El club de los poetas muertos (1989) le pareció que «había algo verdaderamente trágico en la muerte de un chico tan joven, y que la escena tenía que mostrar su lucha con sí mismo de una manera elegante, pero que alcanzara el nivel de dramatismo que merecía». Otros momentos que dieron lugar a risas fue el de una espectadora, que se excusó por su fascinación por Matrimonio de conveniencia (1990), para preguntarle si podía confirmarle un amor entre ambos personajes después del inconcluso final de la historia en la película, a lo que rió y dijo «seguro se enamoraron, después de la historia…», y explicó la química que había entre ambos personajes, y que a la vez hubo con ambos actores.
Un espectador se interesó por el nivel de exactitud histórica de la película: esos niños guardiamarinas y oficiales jovencísimos en la tripulación. Peter Weir explicó apasionadamente que «es extremadamente importante si vas a hacer una película histórica, independientemente del tema, que guardes respeto a la historia y la recrees lo más fielmente posible». Explicó que el filme requirió una exhaustiva investigación, y lo demostró con una promesa: hasta los botones de las chaquetas de oficial británico que vistió Russell Crowe eran copias exactas en metal de cómo tenían que ser.
Naturalmente, esta conversación llevó a preguntas respecto a la producción, donde comentó muchos aspectos técnicos interesantes como el hecho de que navegó varios meses en la fragata americana USS Constitution (la cual se utilizó en la película, y se encuentra hoy en día en la bahía de Boston, Estados Unidos) para familiarizarse con la nave. En este viaje, relata que se llevó a un operador que se encargó de rodar con una cámara de cine horas de metraje del mar en diferentes condiciones de movimiento, luz y clima. Esto fue utilizado para colocar el mar digitalmente en la postproducción de la película. Luego, enfatizó en lo importante que fue el uso de miniaturas, y añadió divertido «… bueno, miniaturas que no cabrían en esta sala». Explicó que el uso de estas piezas a escala permitió recrear con precisión escenas como las de las batallas con cañones, en las que se colocaron las miniaturas de madera flotando en inmensas piscinas para luego dispararles con 12 rifles de pólvora, y recrear así la destrucción de la madera, con su impredecible explosión de astillas.
Picnic en Hanging Rock
Algunos que fueron a la proyección de Picnic at Hanging Rock (1975) en la Escuela de Cinematografía y del Audiovisual de la Comunidad de Madrid (ECAM), para alumnos y alumni, se llevaron muy agradables sorpresas como encontrarse con él en la entrada, y hasta ser reconocidos por Weir de sesiones en días previos, que les agradeció que estuvieran nuevamente con él. En esta sesión se conversó sobre lo variados que son los temas de sus películas, a lo que respondió que él siempre ha creado de una manera espontánea, difícil de explicar, pues es un proceso interno de asimilación de una obra, pero que «… es un sentimiento. Simplemente sabes que la historia funciona…». También al ser preguntado por cómo es trabajar con Jim Carrey y Robin Williams, lo describió como «… dos genios completamente impredecibles. Cada uno por razones distintas».
Weir les demostró a todos los presentes en esa sala del Cine Doré que es una persona de una gran humildad, que a pesar de sus 6 nominaciones al Oscar y su Globo de Oro, no deja de ser un creador que comprende la dificultad de contar historias que valgan la pena ser contadas, y utiliza el respeto que se ha ganado y merece para ser mucho más selectivo a la hora de decidir sobre su próximo filme. Era común que, durante el coloquio, la gente que preguntaba algo empezara felicitando y agradeciendo a Weir por su obra; y uno en concreto aprovechó para pedirle que hiciera más. Tras responder a su pregunta, Weir le dijo: «Ciertamente, no te preocupes. Gracias». Sin embargo, no dio más información respecto a una posible nueva producción en el futuro.
Antes de irse ese 16 de octubre del Cine Doré, dejó como consejo a aquellos que quieran dedicarse al cine, sin importar a qué parte de este arte, «que escriban, que escriban constantemente… No para rodar nada, pero para aprender a construir ideas en papel. Luego las construirán en sus mentes».
No puede existir una mayor demostración de que para aquellos que tienen el privilegio y la suerte de vivir en ciudades impregnadas de cine, como lo son varias de España, permiten estos espacios de contacto con obras trascendentales y sus creadores, algunos de talla tan grande como Peter Weir que, aunque no piensa mucho en su fama, piensa el cine desde diferentes ángulos, y comparte con el mundo sus realidades alternativas.
Suscríbete a la revista FilaSiete