Tras llevarse el galardón al mejor actor en el Festival de Venecia, y estar nominado igualmente a dicho reconocimiento en multitud de premios, especialmente en los Globos de Oro y en los Oscar -donde según los mentideros, parte con muchas posibilidades-, Willem Dafoe, de la mano del realizador Julian Schnabel (La escafandra y la mariposa, Antes que anochezca) presenta su nuevo trabajo, Van Gogh, a las puertas de la eternidad, un homenaje al pintor holandés más universal de las últimas décadas.
1886, Arlés. Van Gogh huye de París, que le asfixia, y se refugia en un pequeño pueblo de Francia. Allí recibe un trato amable de la mayoría, pero otros no le perdonan sus excentricidades. Madame Ginoux (Emmanuelle Seigner), la propietaria del restaurante del pueblo, se apiada de su situación y le regala un libro de contabilidad, que el pintor llena de dibujos. Su mejor amigo, Paul Gaugain (Oscar Isaac), le adora, pero acaba huyendo debido a su abrumadora personalidad, y su hermano y comerciante de arte Theo (Rupert Friend) le apoya incondicionalmente, pero no logra vender ni una sola de las pinturas del artista. En esta época tan complicada, Vincent pinta las obras maestras espectaculares que son reconocibles en todo el mundo hoy en día.
Con el espíritu de plasmar la visión del artista y capturar el acto creativo, Van Gogh, a las puertas de la eternidad es una experiencia cinematográfica caleidoscópica que se centra tanto en el papel del artista en el mundo (el estar vivo y a la vez aspirar a la eternidad), como en la belleza y el portento que Van Gogh dejó tras él, sin llegar nunca a sospechar la profundidad de su impacto. Como indica Julian Schnabel, «el Van Gogh que se ve en la película surge de mi respuesta personal a sus pinturas, no solo de lo que se ha escrito sobre él».
La película se basa en cartas, biografías y las leyendas que todos hemos podido escuchar, así como las innumerables perspectivas de la historia. Pero, en el fondo, es una obra de pura imaginación, una oda al espíritu artístico y a la convicción absoluta de que debes dedicar tu vida a ello.
De hecho, Van Gogh, a las puertas de la eternidad comenzó en un museo. Schnabel llevó a su amigo, el guionista, novelista y actor francés Jean-Claude Carrière (quien trabajó 19 años con Luis Buñuel) al Museo de Orsay para ver la exposición titulada «Van Gogh / Artaud: El hombre suicidado por la sociedad». Mientras se paseaban por las 40 pinturas seleccionadas, que incluían Retrato del artista, Sillón de Paul Gaugin, Dr. Paul Gachet, Augustine Roulin y Par de zapatos, comenzaron a hablar de una película y la idea cobró vida propia inesperadamente. Como recuerda el propio Carrière, «lo que me resultó muy interesante fue la idea de que podríamos hacer una película sobre la vida de los cuadros de un pintor».
Con esa chispa de inspiración, Schnabel y Carrière empezaron a ver qué podría salir de esas ideas. «Empezamos a escribir juntos y a leer mucho», comenta Carrière, «pero la idea nunca fue hacer una biografía o responder a las preguntas habituales. Lo que nos interesaba es que Van Gogh, en el último año de su vida, era totalmente consciente del hecho de que tenía una visión del mundo diferente, y que su pintura no era como la de los demás pintores. Tenía una nueva forma de ver a la gente, y eso es lo que queríamos mostrar en la película».
En la piel de Vincent
Para Willem Dafoe, que se sumerge profundamente en el núcleo emocional de Van Gogh, el proceso fue casi alquímico. «Puede decirse que Willem está interpretando un personaje, pero también puede decirse que está encarnando un espíritu», comenta Schnabel. «Willem exploraba su propia forma de arte mientras contaba la historia de un hombre que era ante todo un ser humano». A Dafoe le encantó la oportunidad de acercar Van Gogh al público. Para prepararse para su papel, Schnabel le dio clases particulares de pintura.
Está claro que a Dafoe le atraía el papel desde antes de que Schnabel le llamara. «Conozco a Julian desde hace mucho tiempo. Es un viejo amigo, y cuando escuché que iba a hacer una película sobre Van Gogh, yo quería ese papel», recuerda Willem. «Un día, Julian y yo hablamos y él me dijo que leyera el libro de Steven Naifeh y Gregory White Smith, titulado La vida de Van Gogh. Lo leí y tomé notas de todo lo que me resultaba interesante: algunas citas, algunos pequeños detalles. Se lo envié a Julian, y de esa forma entré a formar parte del proceso de selección».
«Esta es una película sobre pintura tanto como lo es sobre Van Gogh, así que para mí una gran parte del proceso fue aprender a pintar, y más aún aprender a mirar», explica Dafoe. «Comenzamos de manera muy simple, conociendo los materiales y aprendiendo a sostener un pincel. Con el tiempo, Julian comenzó a pedirme que pintara por mi cuenta. No puedo afirmar que me haya convertido en un verdadero pintor en tan poco tiempo, pero sí creo que lo que Julian me enseñó, me cambió».
Para Oscar Isaac, que interpreta a Paul Gauguin, una figura muy importante en la vida de Van Gogh, lo mejor de la película es que es tan subjetiva que cada espectador puede tener una experiencia única. «Nunca he visto una película como esta», subraya Isaac. «De una manera muy visceral, Julian te hace sentir lo que Van Gogh pasaba en ese momento de su vida para que quede en tu subconsciente. Te sientes como si estuvieras en la piel de Vincent, atravesando esta mezcla de explosión creativa e implosión personal».
Si bien ya se han hecho numerosas películas, reportajes para televisión, documentales y series sobre Van Gogh, ninguno habló de la experiencia como pintor como la de Schnabel. Para él, era crucial que la película girara en torno al acto real de aplicar pintura al lienzo. «Para mí, el hecho de pintar debía ser auténtico. La película tenía que ser fiel a las ideas que los pintores piensan sobre nuestras relaciones con otros pintores, incluidos los que ya murieron».
Inevitablemente, la historia incluiría a otro pintor inmortal, Paul Gauguin, quien se unió a Van Gogh en Arles, convirtiéndose por un tiempo en su compañero de piso. Se ha hablado mucho de su relación tempestuosa y de su papel en los aparentes episodios de locura de Van Gogh, pero a Schnabel y Carrière les intrigaba mucho más la forma en que ambos se habían relacionado como artistas, al imaginar las conversaciones sobre técnica y filosofía que nadie ha podido escuchar.
«Nos interesaba especialmente el hecho de que Van Gogh pintaba con modelos, pero Gauguin lo hacía de memoria, con su imaginación. Eran dos formas de ver, y nos imaginábamos cómo podrían haber hablado entre ellos sobre esas diferencias», indica Carrière.
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