Adiós, muchachos: Recuerdos de la infancia
Adiós muchachos | Hace poco más de treinta años Louis Malle, de la Nouvelle Vague, cosechó un buen puñado de premios, nacionales e internacionales, con esta sorprendente película: una historia de niños, en un internado dirigido por religiosos, en la Francia ocupada. No hay disparos ni efectos especiales, la factura es clásica, sobria; pero tiene una fuerza tremenda.
La historia se centra en la amistad entre dos chicos de trece años, en el curso 42-43. Julien es un líder y es un niño bien, su madre lo ha enviado a ese colegio porque allí estará más seguro que en París. Jean es un poco raro; reservado, no habla de su familia, y es muy listo; llegó al colegio el 26 de diciembre. Lógicamente llamó la atención y fue blanco de las pullas de la clase, hasta que Julien, su principal rival, deseoso de conocer mejor a ese extraño chico, terminó siendo su mejor amigo y compartiendo su secreto: Jean es judío.
Llama la atención el realismo y la sinceridad de Adiós, muchachos, escrita por Malle, cimentada en sus recuerdos de infancia. El personaje de Julien está basado en el cineasta, que estudió en ese colegio durante la ocupación, que rodó la película en ese internado -le Petit-College d’Avon-, que termina el filme con la tremenda frase «Bonnet, Negus y Dupré murieron en Auschwitz, el padre Jean en Mathausen, el colegio reabrió sus puertas en octubre de 1944, han pasado más de 40 años pero hasta el día de mi muerte recordaré cada segundo de aquella mañana de enero»; que lloraba cuando dijo, a la salida de la première en el festival de Telluride: «Esta película es mi historia, por fin está contada».
Esos recuerdos son sencillos, la vida en el internado a la sombra del invasor; los chicos hablan, experimentan, se pelean, desobedecen, estudian, juegan y hablan mucho de sus familias, de la guerra y de lo que harán en un futuro más o menos próximo. Como buenos adolescentes, son muy curiosos, se equivocan mucho y se pelean mucho por naderías; y que, como en el caso presente, se considera culpable de la detención de su amigo.
Queda claro que en ese internado la educación recibida es excelente, que los religiosos son hombres de grandes virtudes, preocupados por la formación de los jóvenes, y se dejan la vida en ello, literalmente.
Hay secuencias memorables: la batalla de zancos, la búsqueda del tesoro, la comida en el restaurante… todas ellas tienen doble sentido y mensaje; pero si hubiera que quedarse con una sola, probablemente -a sabiendas de que no es la más importante de la película- me quedaría con la proyección de una película de Chaplin, Charlot emigrante, en la que vemos disfrutar por igual a religiosos, alumnos grandes y pequeños y personal no docente de la escuela. Se trata de una lección de humanidad, de amor a la educación, de respeto a los mayores y también, de amor al cine.
Creo que Malle pasó gran parte de su vida aprendiendo a rodar esta película: hacer un momumento de sensibilidad sin sensiblería; contar un recuerdo personal sin endulzarlo con nostalgia; hacer historia personal, y que sea verídica. De hecho, después de esta película rodó poco, solo tres títulos más, el último Vania en la calle 42, poco antes de su prematura muerte, considerada por muchos su mejor obra.
Ficha Técnica
- Dirección: Louis Malle,
- Guion: Louis Malle,
- Intérpretes: François Berléand, François Négret, Philippe Morier-Genoud, Gaspard Manesse, Raphaël Fetjo, Francine Racette, Stanislas Carré de Malberg,
- Fotografía: Renato Berta
- Montaje: Emmanuelle Castro
- Música: Franz Schubert
- País: Francia (Au revoir les enfants)
- Año: 1987
- Duración: 104 min.
- Distribuidora DVD: A Contracorriente
- Público adecuado: +12 años