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Adiós, muchachos

Malle pasó gran parte de su vida aprendiendo a rodar esta película: hacer un momumento de sensibilidad sin sensiblería

Adiós, muchachos (Louis Malle, 1987)

Adiós, muchachos: Recuerdos de la infancia

Adiós muchachos | Hace poco más de treinta años Louis Malle, de la Nouvelle Vague, cosechó un buen puñado de premios, nacionales e internacionales, con esta sorprendente película: una historia de niños, en un internado dirigido por religiosos, en la Francia ocupada. No hay disparos ni efectos especiales, la fac­tura es clásica, sobria; pero tiene una fuerza tremenda.

La historia se centra en la amistad entre dos chicos de tre­ce años, en el curso 42-43. Julien es un líder y es un ni­ño bien, su madre lo ha enviado a ese colegio porque allí es­tará más seguro que en París. Jean es un poco raro; re­servado, no habla de su familia, y es muy listo; llegó al co­legio el 26 de diciembre. Lógicamente llamó la atención y fue blanco de las pullas de la clase, hasta que Julien, su principal rival, deseoso de conocer mejor a ese extraño chi­co, terminó siendo su mejor amigo y compartiendo su se­creto: Jean es judío.

Llama la atención el realismo y la sinceridad de Adiós, muchachos, escrita por Malle, cimentada en sus recuerdos de in­fancia. El personaje de Julien está basado en el cineasta, que estudió en ese colegio durante la ocupación, que rodó la película en ese internado -le Petit-College d’Avon-, que ter­mina el filme con la tremenda frase «Bonnet, Negus y Du­pré murieron en Auschwitz, el padre Jean en Mathausen, el colegio reabrió sus puertas en octubre de 1944, han pa­sado más de 40 años pero hasta el día de mi muerte re­cordaré ca­da segundo de aquella mañana de enero»; que lloraba cuan­do dijo, a la salida de la première en el festival de Telluride: «Esta película es mi historia, por fin está contada».


Esos recuerdos son sencillos, la vida en el internado a la som­bra del invasor; los chicos hablan, experimentan, se pelean, desobedecen, estudian, juegan y hablan mucho de sus familias, de la guerra y de lo que harán en un futuro más o me­nos próximo. Como buenos adolescentes, son muy curiosos, se equivocan mucho y se pelean mucho por naderías; y que, como en el caso presente, se considera culpable de la de­tención de su amigo.
Queda claro que en ese internado la educación recibida es excelente, que los religiosos son hombres de grandes vir­tudes, preocupados por la formación de los jóvenes, y se de­jan la vida en ello, literalmente.

Hay secuencias memorables: la batalla de zancos, la bús­que­da del tesoro, la comida en el restaurante… todas ellas tie­nen doble sentido y mensaje; pero si hubiera que que­dar­se con una sola, probablemente -a sabiendas de que no es la más importante de la película- me quedaría con la pro­yección de una película de Chaplin, Charlot emigrante, en la que vemos disfrutar por igual a religiosos, alumnos gran­des y pequeños y personal no docente de la escuela. Se tra­ta de una lección de humanidad, de amor a la educación, de respeto a los mayores y también, de amor al cine.

Creo que Malle pasó gran parte de su vida aprendiendo a rodar esta película: hacer un momumento de sensibilidad sin sensiblería; contar un recuerdo personal sin endulzarlo con nostalgia; hacer historia personal, y que sea verídica. De hecho, después de esta película rodó poco, solo tres tí­tulos más, el último Vania en la calle 42, poco antes de su prematura muerte, considerada por muchos su mejor obra.

Ficha Técnica

  • Fotografía: Renato Berta
  • Montaje: Emmanuelle Castro
  • Música: Franz Schubert
  • País: Francia (Au revoir les enfants)
  • Año: 1987
  • Duración: 104 min.
  • Distribuidora DVD: A Contracorriente
  • Público adecuado: +12 años
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Reseña
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Historiador y filólogo. Miembro del Círculo de Escritores Cinematográficos. Ha estudiado las relaciones entre cine y literatura. Es autor de “Introducción a Shakespeare a través del cine” y coautor de una decena de libros sobre cine.
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