El club de los poetas muertos: ¡Oh, Capitán! ¡Mi Capitán!

Hace treinta años Peter Weir, el director de Gallipoli y Único testigo, volvía a sorprender con una gran pelícu­la que protagonizaba Robin Williams, el actor que había saltado a la fama con Good Morning, Vietnam. La cin­ta fue candidata a cuatro estatuillas de Hollywood y se llevó una, amén de otros muchos premios y nominacio­nes. Desde entonces se ha convertido en una obra de culto.

La historia transcurre a finales de los años cincuenta, en el muy exclusivo Internado Welton de Nueva Inglate­rra, donde se forman las élites del país. Ese curso llega al co­legio un nuevo maestro de literatura, el profesor Keating, quien de una manera poco convencional animará a los alumnos a valorar la poesía y los grandes maestros, a pensar por sí mismos y a asumir el «carpe diem» de Ho­racio. La influencia del profesor Keating será decisiva en las vidas de sus alumnos, hasta el punto de ser consi­de­rada peligrosa.

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El club de los poetas muertos fue un fenómeno, una pe­lícula que llegó al público de una manera especial, a jó­venes y mayores por igual, despertó inquietudes, suscitó diversos debates sobre educación, animó a muchos a leer a Thoreau y a Witman. Hay que reconocer que en el debate la película pierde porque en el fondo las ideas no son nuevas ni brillantes.

Lo que hace grande esta cin­ta es el conjunto que ha animado Peter Weir, una pues­ta en escena en la que entran un Robin Williams en un papel que le sienta a la perfección, enfrentado a un equipo docente ultra conservador, y a una clase de jó­venes actores que -en su mayoría- iniciaron en ese mo­mento una gran carrera.

El montaje es brillante, la ban­da sonora compuesta por Maurice Jarre es una joya; y el director tiene en sus manos un guion en el que se en­cuentran los temas que ha cultivado toda su vida: con­flicto padre-hijo; conflicto generacional; rebelión juvenil y autoridad; y le supo sacar partido.

Al final esta película muestra, una vez más, que el buen cine no necesita originalidad, sino buenos guiones que lleguen al público, que las mejores historias tratan de gente normal y sus problemas, y la labor del cineasta es hacerlo llegar a las butacas.

Recuerdo un profesor que preguntó a otro, a la salida del cine, «¿tu podrías hacer lo que hizo Keating con tus alumnos?». La respuesta fue «con esos alumnos, sí».

Ficha Técnica

  • País: EE.UU. (Dead Poets Society), 1989
  • Fotografía: John Seale
  • Montaje: William M. Anderson
  • Música: Maurice Jarre
  • Duración: 124 min.
  • Distribuidora DVD: Divisa
  • Público adecuado: +12 años
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Reseña
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Historiador y filólogo. Miembro del Círculo de Escritores Cinematográficos. Ha estudiado las relaciones entre cine y literatura. Es autor de “Introducción a Shakespeare a través del cine” y coautor de una decena de libros sobre cine.