El colegial

Ponerse delante de un público o de una cámara y comenzar a interpretar gags de cachiporrazos, ha sido ejecutado por numerosos personajes. Pero un nivel superior es el de los que consiguen hacer perdurar sus sketchs a través del tiempo. Uno de esos pocos fue Buster Keaton (Pickway, EEUU, 1895).

Nacido de padres malabaristas, Joseph Francis Keaton se ganó el apodo de Buster (golpe) recibiendo sacudidas en el número circense de sus padres. En 1917, con 22 años, Roscoe Arbuckle le dio la oportunidad de trabajar en el cine, y ese mismo año comenzó como actor en algunos cortos de humor.

En 1920 pasó a ser co-director de unas 26 películas que filmó en tan solo 9 años, la mayoría de ellas cortometrajes.

La importancia de la obra de Keaton se ve reflejada en cómicos como Stan Laurel, los Hermanos Marx o Peter Sellers, que forjaron a partir de su estilo un cine del absurdo que, muchas veces, ha sido popularmente más conocido y valorado.

Antes de El colegial, Buster Keaton rodó El maquinista de la General, un filme que ha sido considerado por los críticos como un hito importantísimo en la historia del cine mudo. Y sin embargo, esa aureola de inmortalidad que hoy la acompaña le fue negada en el mismo día de su estreno.

En esta película, Keaton es Johnny Gray, el maquinista de una locomotora llamada General que, para complacer a su novia, se convierte en la víctima de una acción estratégica del bando contrario: robar su locomotora. A partir de ahí, es el intento del maquinista por recuperar a su amor y todo lo que se deriva de esa hazaña lo que ha­ce moverse a la historia: persecuciones accidentadas, golpes y más golpes, despistes catastróficos…, con una factura tan creíble que hacen de esta cinta, y en general de toda la obra de Keaton, un documento incomparable a otros coetáneos del mismo género.

La solidez y credibilidad visuales de El maquinista de la General se deben en gran medida a la falta de postizos, pues todas sus peripecias por encima de la locomotora son auténticas. Los trenes en ningún momento son maquetas, sino trenes reales: chocan, descarrilan…, y también es auténtico el personaje que cae al río al pasar por un puente en llamas. Tras el sinfín de peripecias que Gray realiza para recuperar a sus dos amores (la Ge­neral y su novia secuestrada), yace en el fondo de la trama una búsqueda ingenua, ciega y obstinada de unos ideales que están representados por el amor y la vocación profesional.

Un año después de El maquinista de la General Keaton protagonizó El colegial, que fue dirigida por James W. Horne. Ronald, un chico recién llegado a la universidad, decide luchar contra sí mismo y comenzar a practicar algún deporte. Ese es el impuesto que debe pagar para conseguir el reconocimiento de la chica de la que está enamorado. Su enorme torpeza hace de este film un producto inconfundible del slapstick (el estilo del golpe y porrazo) en el que Keaton y Chaplin se movieron como peces en el agua.

Es memorable la escena en la que Ronald acude a un estadio de atletismo y va probando, una a una, las pruebas que los deportistas van dejando atrás en su entrenamiento. Buster Keaton no usaba dobles y, en algún momento, el espectador pondrá cara de dolor al contemplar los grotescos trastazos de Ronald. Siempre con su inexpresiva cara de palo, Keaton expresa mucho más que con gestos exagerados de dolor, asombro o alegría.

Uno de los méritos de ambas películas es que, guste más o menos el humor del slapstick, resulta envidiable el ritmo vivo de que goza la cinta. En ningún momento se pierde interés sobre el relato, y la película se hace redonda en su factura. Quizá en El colegial desconcierta el apresurado final de apenas 20 segundos, que muy bien se podría haber intuido sin ser mostrado. Pero ese es, por cierto, otro de los enriquecedores motivos del film: su antigüedad.

Ficha Técnica

  • País: EE.UU. (College), 1927
  • Dev Jennings, Bert Haines
  • Sherm Kell
  • Filmax
  • Duración: 68 min.
  • Público adecuado: +7 años
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