El rey pescador: Don Quijote en Nueva York

El rey pescador es una película extraordinaria en el sentido literal de la palabra. Se trata de una obra singular, fruto de una serie de circunstancias que no se volverán a repetir. La historia también es singular aunque no excesivamente original, salvo por su forma estridente: Jack -a quien da vida un todavía joven y excelente Jeff Bridges- es una estrella de la radio. Su arrogancia le lleva a despreciar a uno de sus fieles oyentes cuando éste le pide consejo a través de las ondas. El hombre, desesperado, provoca una tragedia. Jack, atormentado por la culpa,  se abandona y malvive intentando ahogar sus remordimientos en alcohol. Un día le salva la vida Parry, un vagabundo medio chiflado, antiguo profesor de historia. Parry emula el espíritu caballeresco de la Edad Media y tiene por misión encontrar el Santo Grial. Parry está interpretado por Robin Williams en el mejor momento de su carrera, y fue candidato al Oscar por esta película. Jack, agradecido, se interesa por este hombre y siente que su redención pasa por ayudar a ese pobre loco.

La esencia de El rey pescador es canónica, una historia de amistad y de redención. El contexto es original, dos desgraciados, uno sumido en el alcohol y la desesperación, el otro viviendo una fantasía en las calles de Nueva York. Ninguno de los dos está totalmente pasado de rosca y ese leve resto de realismo convierte a esta película en algo grande. Nunca dejamos de notar que estamos en el siglo XX en una gran ciudad. Ni siquiera Parry lo pierde de vista, aunque adopte el ideal caballeresco y esté decidido a encontrar el santo cáliz. La aventura progresa a base de amistad y compromiso, de realidad y de fantasía, y se convierte en algo mágico cuando Jack decide ayudar a Parry en la busca, a sabiendas -cree él- que es absurdo encontrar el Grial en Nueva York. A lo largo de este singular viaje, ambos caballeros encontraran el éxito y el fracaso, conquistarán el amor de sus damas, descubrirán qué cosas valen la pena y cuáles no, junto a otros muchos valores que parecían sepultados en los libros de caballerías.

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Para los no iniciados, un primer visionado con El rey pescador puede resultar desconcertante -la película mejora con cada nuevo visionado-. Conviene decir que es, probablemente, la obra seria -no Monty Python- más lograda de Terry Gilliam, y que tiene todo su universo: una crítica feroz del mundo moderno, una admiración sin límite por Don Quijote y lo quijotesco (tema de su última película), y un feroz sentido del humor surrealista. Afortunadamente para todos, el guion no lo escribió él. Richard LaGravenese, candidato por El rey pescador al Oscar al mejor guion original, era consciente de que escribía una historia para Gilliam. El autor de Hermosas criaturas y Diarios de la calle no necesitó que le empujaran demasiado para forzar el realismo. Toda la película es un prodigio de equilibrio, un juego por encajar de manera lógica una serie de elementos disparatados a golpe de imaginación. Y funciona con una delirante perfección, en parte gracias al director y en parte también gracias a los cuatro intérpretes principales, los ya mencionados Robin Williams y Jeff Bridges que forman una gran pareja, pero también gracias a Mercedes Ruehl y Amanda Plummer, que dan la réplica a sus hombres a modo de Sancho Panza una, de Dulcinea la otra. Ruehl ganó el Oscar a la mejor actriz secundaria.

Una película diferente, deliciosa y genial. Un delirio de imaginación y -sin duda- una rareza.

Ficha Técnica

  • Fotografía: Roger Pratt
  • Montaje: Lesley Walker
  • Música: George Fenton
  • País: EE.UU. (The Fisher King), 1991
  • Duración: 137 min.
  • Distribuidora: Columbia
  • Público adecuado: +16 años
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Reseña
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Historiador y filólogo. Miembro del Círculo de Escritores Cinematográficos. Ha estudiado las relaciones entre cine y literatura. Es autor de “Introducción a Shakespeare a través del cine” y coautor de una decena de libros sobre cine.