Lo que queda del día: Profesionales y aficionados
La novela del escritor japonés Kazuo Ishiguro (Nagasaki, 1954) estuvo a punto de ser llevada al cine por el director Mike Nichols con guion de Harold Pinter y con Jeremy Irons y Meryl Streep en sus papeles principales; pero finalmente se convirtió en una de las películas más reconocidas del trío formado por el director James Ivory, el productor Ismail Merchant y la guionista Ruth Prawer Jhabvala, que desde The Householder (1963) constituían uno de los equipos creativos más fructíferos que ha dado el cine británico, y que ya habían realizado con éxito entre otras Una habitación con vistas (1985) y Regreso a Howards End (1992).
Al igual que en la novela, la película transcurre en dos líneas temporales separadas por casi veinte años. La primera de ellas nos lleva a 1956, cuando Stevens –Anthony Hopkins– hace un viaje en coche hasta la costa inglesa para encontrarse con miss Kenton –Emma Thompson-. Se trata de un flashforward de la acción principal que se desarrolla en 1936 en la mansión de los Darlington. Stevens es por entonces mayordomo de Lord Darlington y está entregado en cuerpo y alma a su trabajo, pero su ordenada vida se tambaleará con la llegada de miss Kenton como nueva ama de llaves.
James Fox interpreta con grandes dosis de patetismo a Lord Darlington, una figura ambigua con un componente trágico a la que la Historia pondrá en su sitio. Un noble inglés que organiza en su casa encuentros con miembros del partido nazi. Se ha tomado como misión personal el lograr que las potencias occidentales no aíslen a una Alemania que empieza a resurgir tras el Tratado de Versalles. Pero sus intentos acabarán de una forma dramática con el estallido de la II Guerra Mundial. Será el representante americano, el senador Lewis –Christopher Reeve– quien criticará duramente estas conferencias describiendo a Lord Darlington como “un clásico caballero inglés, decente, honorable y bien intencionado; pero son todos ustedes unos aficionados, y estos asuntos internacionales no deben de estar nunca en manos de aficionados. Los días del instinto noble han terminado. No necesitamos caballeros sino auténticos políticos profesionales”.
En la película se contrapone continuamente a los profesionales y los aficionados, pero lo cierto es que ninguno de los dos grupos sale bien parado. Stevens es de los primeros. Es un perfeccionista, un obseso del orden y del trabajo bien hecho, incapaz de anteponer sus sentimientos a su labor profesional. Ni siquiera hace una excepción cuando su padre muere durante una de las reuniones de Lord Darlington; y sigue a rajatabla un estricto código por el que entre los miembros del servicio no debe haber más relación que la meramente profesional, lo cual le impedirá a él mismo mantener cualquier contacto extralaboral con miss Kenton. Es esa profesionalidad llevada hasta el extremo la que hace que Stevens sea el perfecto mayordomo británico, pero le deshumaniza y le hace incapaz de saborear la vida. A pesar de ello, o precisamente por ello, tiene un alto concepto de su trabajo, afirmando que no necesita conocer mundo porque el mundo viene a él, a Darlington Hall. Antes de recibir a los invitados extranjeros arenga al resto del servicio como si de un general se tratara, afirmando: “la historia podría escribirse aquí en estos días. Todos ustedes pueden sentirse orgullosos de su papel, aunque sea llevando bolsas de agua caliente. Cada uno tiene su cometido: el metal pulido, la plata brillante, la caoba reluciente cual espejo. Así recibimos a los visitantes, que sepan que están en Inglaterra donde todavía hay orden y tradición”.
Lo que queda del día se ha convertido en un clásico en pocos años, aunque en su momento no tuvo el reconocimiento que se merecía al coincidir en todas las entregas de premios con aquel huracán que fue La lista de Schindler. James Ivory atrapó con su cámara la esencia de ese mundo en descomposición que ya estaba en el libro de Ishiguro, pero su gran mérito fue sobre todo lograr que la pequeña historia, la del servicio doméstico, no se resintiera al entrelazarse con la grande, los prolegómenos de la II Guerra Mundial, consiguiendo contar una gran historia de amor que no posee ni fecha de inicio ni de caducidad, frustrada por la profesionalidad de su propio protagonista; aún así saltan chispas cuando el mayordomo y el ama de llaves se encuentran en la misma habitación.

Tres escenas quedan para el recuerdo. La primera es el momento en que miss Kenton anuncia a Stevens el fallecimiento de su padre durante una importante reunión en Darlington Hall. Está rodada con los protagonistas en penumbra, con sus siluetas recortadas al trasluz. El mayordomo se niega a abandonar su puesto para despedirse de su progenitor con la excusa de que su padre lo habría querido así. Miss Kenton, de forma muy protocolaria, le pide permiso para cerrar los ojos al fallecido lo que Stevens acepta, respondiendo con la misma falta de sentimientos que si le preguntara si pueden servir ya el segundo plato en la cena.
La segunda es la famosa escena del libro, cuando miss Kenton entra en la habitación de Stevens y, saltando la barrera invisible interpuesta por el mayordomo, trata de arrebatarle el libro que este lee. Es la forma que tiene miss Kenton de provocar a Stevens para que se decida a declararse. Caen todas las fronteras y por un instante parece que Stevens va a claudicar y por fin va a mostrar sus sentimientos por el ama de llaves. La composición que hacen los dos actores en esa escena es maravillosa, tan contenida que uno desea zarandear al mayordomo para que reaccione. Miss Kenton termina sorprendida de que el libro no se trate en realidad más que de una ñoña historia de amor, y Stevens reconduce la situación una vez más a lo profesional, afirmando que lee esos libros para cultivar su conocimiento del idioma. La declaración de Stevens no solo no se produce sino que profundiza más en la herida, prohibiendo a miss Kenton que vuelva a molestarle en su tiempo libre.
Por último, la escena del autobús. Ya en 1956, Stevens y Kenton acuden a un encuentro en el que ambos mantienen sus esperanzas de corregir los errores del pasado. Están felices de volverse a ver después de tantos años. Instantes antes han acudido a un puente donde todo el mundo ha aplaudido tras el encendido de las luces, pero ahora la escena se vuelve oscura bajo la lluvia. Ninguno de los dos dice lo que quiere decir. Todo se vuelve de nuevo contención y lenguaje no verbal, y los rostros de ambos transmiten que ya la vida ha elegido por ellos y solo les quedan los rescoldos. Lo que queda del día es un ejemplo de cómo la verdadera historia a menudo va por debajo en las grandes películas. Estas tres escenas muestran que lo importante no es lo que se dice, sino lo que no se dice.
Tanto Hopkins como Thompson están en el momento cumbre de sus carreras. El personaje de Hopkins está en una huida permanente de sí mismo, en una continua negación de cualquier deseo ajeno a su quehacer profesional. Se pasea como un fantasma por las habitaciones, apareciendo súbitamente por puertas falsas de secretos pasadizos, abriendo y cerrando puertas con una delicadeza extrema. Hopkins preparó su papel con un mayordomo profesional, Cyril Dickman, que durante cincuenta años formó parte del servicio del Palacio de Buckingham, quien le confió: “No es nada difícil ser mayordomo, en realidad es bastante simple: cuando estás en una habitación debe estar más vacía que nunca, ese es el secreto”. Mientras que Emma Thompson hace de un ama de llaves dispuesta a dejar su trabajo en cuanto la vida le ofrezca algo mejor. A ella no es la profesionalidad lo que le mueve sino el miedo a la soledad. La actriz se inspiró en su propia abuela paterna que trabajó como ama de llaves durante años.
Ficha Técnica
- Dirección: James Ivory,
- Guion: Ruth Prawer Jhabvala,
- Intérpretes: Anthony Hopkins, Emma Thompson, Hugh Grant, Peter Vaughan, James Fox, Christopher Reeve,
- Fotografía: Tony Pierce-Roberts
- Montaje: Andrew Marcus
- Música: Richard Robbins
- País: Reino Unido (The Remains of the Day), 1993
- Duración: 134 min.
- Distribuidora en España: Netflix, Columbia
- Público adecuado: +12 años