Los duelistas

Los duelistas: Una bella adaptación

D’Hubert y Feraud, oficiales de Napoleón Bonaparte, deciden batirse por una cuestión de honor. El lance no puede concluir satisfactoriamente, de modo que volverán a batirse… en muy diversas ocasiones, a lo largo de varias décadas, sin saber por qué se baten.

Los duelistas es una bella adaptación de El duelo, una novela corta de Joseph Conrad. Bella hemos dicho, aunque -signo del director británico- no toca el fondo de la historia del escritor que trataría con socarronería los temas del honor, el código militar, el nacionalismo y alguna manía personal. En 1977, Ridley Scott era un prestigioso director de televisión, especialmente conocido por sus cortos publicitarios. Los duelistas supuso su salto a la pantalla grande, que ya no abandonaría.

La película contiene la esencia de Ridley Scott: una magnífica fotografía, diseño de producción y una ambientación cuidada que da veracidad a cada escena. La cinta, realizada con un presupuesto reducido, aprovecha escenarios naturales y permite que el director regale al público un festival de imágenes primorosas, auténticos cuadros de época. Los especialistas reconocerán sin problema bastantes de ellos.

Pero este filme muestra también la falta de profundidad de Scott, que sistemáticamente maltratará a sus personajes. En Los duelistas, Keith Carradine y Harvey Keitel nos ofrecen correctamente sus caras de póker. No hace falta más. Las mejores películas de Scott serán grandes producciones bellamente fotografiadas, con personajes esquemáticos: Alien, Blade Runner, Black Hawk derribado…

Desgraciadamente Ridley Scott, con la merecida fama de sus grandes éxitos, tomó una deriva pedante, se empeñó en compararse a los mejores directores de la historia y en dar lecciones. Dados sus límites narrativos lleva años aburriendo con malas clases de historia bien fotografiadas, como El reino de los cielos, Robin Hood y, fin de ciclo, El último duelo.

Es curioso que su obra esté llegando a su fin con un título similar al primero, que tiene las mismas bellas cualidades -fotografía, ambientación, la misma falta de alma que el primero-, pero a la que añade su doble pedantería: querer enseñar al público lo que (según él) ignora, y compararse a un gran director, en ese último caso a Akira Kurosawa y su Rashomon.

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