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Monsieur Verdoux

Chaplin hace su película más incómoda, una comedia negra que no fue bien recibida en Norteamérica

Monsieur Verdoux (1947)
Monsieur Verdoux (1947)

Monsieur Verdoux: Cuando Charlie mató a Charlot

¡Charlot habla!, se podría haber gritado con el mismo entusiasmo con el que se publicitó «Garbo ríe» cuando se estrenó Ninotchka (1939). En el año 1946, Chaplin ya había dejado atrás el cine mudo, aunque seguramente nunca lo dejó del todo, y esta película es un buen ejemplo de ello. Ya en El gran dictador (1940) hablaba, quizás a su pesar, y se marcaba uno de los monólogos más importantes de la historia del cine. Siempre he tenido la impresión de que a Chaplin le hubiera encantado continuar por los siglos con su bombín, su bastón, sus botas y su ropa desastrada, con su personaje como suspendido en el tiempo sin decir jamás una palabra, de hecho a finales de la década de los treinta era el único en Hollywood que seguía haciendo películas mudas. Pero como dice el Eclesiastés, hay un tiempo para todo, un tiempo para reír y otro para llorar, un tiempo para callar y un tiempo para hablar. En El gran dictador aún queda mucho de Charlot en el barbero judío, pero en Monsieur Verdoux el famoso vagabundo es quizás su primera víctima.

La idea de Monsieur Verdoux partió de Orson Welles, y está basada en un personaje real, Henri Désiré Landru, un empleado de banca francés que mató a once mujeres además de estafar a otras trescientas. Un Barba Azul moderno sobre el que Welles pretendía realizar un documental; pero el director de Ciudadano Kane (1941) -siempre con apuros económicos- terminó cediendo a Chaplin la idea a cambio de cinco mil dólares y un título de crédito.

Chaplin produce, escribe, dirige, actúa y compone la música. Una historia que podría haber hecho las delicias de, por ejemplo, un director como Hitchcock, quien podría haber indagado con su mirada afilada en la parte más morbosa del tema. Chaplin la lleva a su terreno: la comedia, una «Comedy of Murders» como anuncia en los títulos de crédito del comienzo. Monsieur Verdoux es una comedia muy negra; y una película muy arriesgada, pues el público descubre en ella, no con excesivo agrado, que aquel vagabundo que le había hecho reír y llorar durante años ahora se ha convertido en un asesino en serie de mujeres.

La cinta, tal como ocurrió en la realidad, se desarrolla en Francia. Henri Verdoux es despedido de su trabajo como cajero en una sucursal bancaria y, para mantener a su mujer y a su hijo, comienza a frecuentar a ricas viudas a las que engaña y en última instancias las hace pasar a mejor vida. La acción se convierte así en una especie de juego de malabares de platos chinos, donde Verdoux debe mantener todos los engaños a la vez en constante movimiento.

En las películas de Chaplin siempre es de admirar sus cambios de tono, cómo la risa a menudo se transforma en llanto. Y siempre lo hace con sutileza, eso es algo que solo está a la mano de los más grandes en el cine clásico. En el cine más moderno el cambio de tono suele estar mal visto por la crítica, quizás porque los script doctors de los estudios nos han acostumbrado a que tanto historias como personajes sean más lineales y solo algunos, como por ejemplo Roberto Benigni, se atreven hoy día a variar el tono durante el metraje. Y Chaplin aquí transita de puntillas de la comedia a la tragedia sin mover el bigote, pasando del desopilante intento de asesinato de Annabella Bonheur -interpretado de forma chispeante por una actualmente olvidada Martha Raye-, a una clásica escena lacrimógenamente chaplinesca de damisela en apuros, terminando en su último tramo con críticas al capitalismo, algo que ya había hecho anteriormente en Tiempos modernos (1936). Estas críticas y unas cuantas reflexiones morales sobre el bien y el mal son quizás los momentos más incómodos de la película, pues el personaje de Verdoux compara su asesinato de mujeres con el negocio de la guerra, afirmando que los números santifican, si matas a una persona eres considerado un villano, pero si matas a miles se te considera un héroe. Aquello no cayó muy bien en una EE.UU. que acabada de salir de la II Guerra Mundial y el público le dio la espalda. En Europa, en cambio, fue mejor recibida. Hay que reconocer que cuando Chaplin se pone la careta del payaso serio, destila tristeza y, por qué no decirlo, también cierto grado de amargura.

Welles consideraba a Chaplin un gran actor, pero le tenía como un director de pocos recursos; sin embargo aquí el trabajo de Chaplin tras la cámara es exquisito. Se esmera en la puesta en escena sacando un gran partido de sus actores, en especial de un puñado de actrices memorables, rueda con elegancia aprovechando la fotografía luminosa de Roland Totheroh en los momentos de comedia, sacando jugo dramático a los encuadres rodando a contraluz en los momentos más inquietantes; y haciendo uso, eso sí, de la elipsis en vez de regodearse en los crímenes. Y como comenté anteriormente, no abandona del todo el cine mudo: las dos mejores escenas son las del intento de asesinato de Annabella Bonheur en la barca y la de la boda. En ambas brilla el mejor Chaplin, sacando a relucir sus legendarias dotes para el slapstick.

Ficha Técnica

  • Fotografía: Roland Totheroh
  • Montaje: Willard Nico
  • Música: Charles Chaplin
  • Diseño de producción: John McFadden
  • Vestuario: Drew Tetrick
  • País: EE.UU., 1947
  • Duración: 123 min.
  • Disponible en: Filmin, Acontra+
  • Público adecuado: +16 años
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Reseña
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Juan Velarde
Escritor de relatos de terror y misterio, y guionista de cine y televisión. Admirador de Ford, Kurosawa, Spielberg y Hitchcock, no necesariamente en este orden
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