Aida Folch, protagonista de El artista y la modelo

Aida Folch, protagonista de El artista y la modelo | Trueba la descubrió en El embrujo de Shan­gai. Es la musa de un ancia­no es­cultor en una arriesgada y hermosa película: El artista y la modelo. En blanco y ne­gro, sin apenas diálogos, dirigida a una minoría se­lecta que disfrutará con esta reflexión sobre el ar­te.

Entre una cinta y otra, esta catalana de 25 años ha demostrado su versatilidad con películas tan dife­ren­tes como Los lunes al sol, 25 kilates, Las vidas de Ce­lia o Salvador, además de alternar con el teatro y pa­peles en la pequeña pantalla.

Has vuelto a rodar con Fernando Trueba, tu descubridor en el cine. ¿Cómo es Trueba como perso­na y como director? ¿Qué has aprendido con él?

Aida Folch/ ¡De todo! Fernando es una de las personas más cultas que conozco y al mismo tiempo más ge­ne­ro­sa. Le encanta en­señar y mostrarte las cosas que él ha descubierto. Ade­más, es­ un hombre muy sencillo y divertido. Es una ma­ra­vi­­lla trabajar con él. Es un director que siem­pre man­tie­ne la calma, que trabaja con la delica­de­za de un ar­tesano. Disfruta con los actores, les dedica mucho tiem­po y eso hace que estés en el rodaje co­mo en familia.

¿Cómo definirías el tema de la película?

A. F./ Es una historia que habla del arte y su pro­ce­so creativo y cómo se enfrentan a este proceso dos per­sonas de diferentes edades y experiencias vitales. Es una cinta de silencios en la que todo es muy sutil, no hay apenas acción porque todo pasa en el interior de las personas.

Y, ¿cómo piensas que hay que acercarse a una cin­ta tan poco convencional?

A. F./ Con mente abierta y ganas de aprender. Estamos acostumbrados a una narrativa muy distinta, mu­cho más rápida, y ésta es una película con­tem­pla­ti­va. Pero me parece bonito aprender a disfrutar de la belleza de un plano, de la complejidad de la hoja de un árbol o de la luz que desprende el aceite de oli­va.

La escena en que el escultor te enseña a contemplar el dibujo de Rembrandt, Niño que apren­de a caminar, condensa el espíritu de la película, ¿no es así?

A. F./ Efectivamente, además de una escena preciosa es clave en la historia. Es el momento en el que mi personaje empieza a entender la profundidad que en­cierra el arte.

Una chica de pueblo que se convierte en la mu­sa de un artista. ¿Cómo has preparado tu personaje?

A. F./ Puedo decir que llevo mucho tiempo preparándolo. Hace seis años Fernando Trueba me ofreció es­te papel. Me preguntó si sabía hablar francés y cuan­do le dije que no me contestó que lo aprendiera en cinco me­ses. Así que hice las maletas y me fui a vi­vir a Francia. Volví y le dije: Fernando, ya hablo fran­cés. En ese momento el proyecto estaba estanca­do por falta de financiación y tuvieron que pasar unos años. Al final, Fernando me dio el guión y yo me pasé un mes sin leerlo…

¿Por qué?

A. F./ Me daba pánico que no me gustara y cuando lo leí -es el guion que más veces he leído- me daba mie­do no estar a la altura de lo que Fernando quería. Con él voy al fin del mundo y sólo quería que estuviera orgulloso de mí.

Trueba ha comentado que esta película es, en cier­to modo, un homenaje a la Nouvelle Vague, ¿viste cine francés para inspirarte?

A. F./ Vi El pequeño salvaje para coger ideas sobre el modo de moverse pero no quería copiar, ni compo­ner­ demasiado el personaje. Lo importante para mí era sentirme libre y relajada. Quería reflejar una mu­jer de los años 40 a la que le da igual su cuerpo, que no está preocupada por meter tripa, que no trata de se­ducir.

Has trabajado con tres monstruos de la interpretación española: Fernando Fernán Gómez, Javier Bardem y Luis Tosar…

A. F./ Conocí a Fernando Fernán Gómez con 14 años, era mi primera película y él iba ya en silla de rue­das, pero cuando íbamos a comer él era siempre el que hablaba, con esa voz tan fuerte y tan personal nos contaba historias y el resto nos moríamos de la ri­sa.

Bardem y Tosar me trataron genial en el rodaje de Los lunes al sol, seguía siendo “la niña” y me cuidaron mucho. Son muy amigos entre ellos y muy divertidos, nos reíamos continuamente y, al mismo tiem­po, tienen gran respeto por el trabajo y me ense­ña­ron muchas cosas. Por ejemplo, en ese rodaje descubrí cómo componían sus personajes, modificando in­cluso el modo de andar. Era sorprendente.

¿Cuándo descubriste que querías dedicarte a la in­terpretación?

A. F./ Empecé a hacer teatro en el colegio, pero era muy tímida y siempre quería quedarme en segun­do plano. Un día el profesor me dio el papel principal. Cuando se abrió el telón la timidez se me pasó en un segundo. Entendí que en el escenario yo podía ser lo que fuera y que nadie me iba a juzgar porque yo era sólo un personaje. Me liberé y en ese momento pensé: esto es lo que quiero hacer el resto de mi vida.

¿Cómo se presenta el futuro?

A. F./ De momento voy a seguir haciendo Cuénta­me y, como la cosa en España está tan complicada, es­toy pendiente de un par de proyectos en Francia… Es un salto y rodar en un país y una lengua que no es la tuya es una aventura, pero me gustan las aventuras.

Suscríbete a la revista FilaSiete