Alberto Rodríguez, director y guionista de Grupo 7: «Grupo 7 trata de un narcotráfico de mesa camilla y babuchas»
Alberto Rodríguez, director de Grupo 7, Es un tipo afable pero contenido. Hay críticos que le auguran un rotundo éxito en los próximos Goya. Él no echa las campanas al vuelo: «Todavía queda mucho tiempo y cine por estrenar. No adelantemos acontecimientos».
Le encontramos en una sesión del Máster de Guión de la Universidad de Sevilla. Sus primeras referencias son para la situación actual del cine español. «No es nada halagüeña. Este año se han empezado siete películas. El pasado, iban 20 por estas fechas. La media de los últimos años está en 130. Si logramos llegar a 40 nos podemos dar con un canto en los dientes. Con la crisis van a quedar las de bajo coste y alguna de gran presupuesto, de catástrofes, como Lo imposible, de Bayona«.
Doce años han pasado desde El factor Pilgrim, aquella aventura londinense, una película sencilla pero fresca y original. En su haber cuatro largos y guiones y dirección de series como Hispania. «No se puede escribir sin tener claro qué quieres decir. La idea es lo que hace que la película ‘suba’. Todo está contenido ahí. Definirla requiere estudio. Con 7 vírgenes estuvimos tres meses hablando de lo positivo y negativo del sistema penal, entrevistamos a menores, etc.».
Grupo 7 nació de un sumario que le facilitó un amigo abogado sobre un caso de narcotráfico en la Sevilla de los 80. Han pasado 30 años y la ciudad ha cambiado. «Entonces, en lugares tan céntricos como La Alameda ocurrían cosas increíbles, era un barrio peligroso, difícil de transitar. Quisimos contar la historia de cuatro policías encargados de limpiar varias zonas de Sevilla en el contexto de la Expo’92, cuando el dinero entraba a espuertas en la ciudad, como en la época de la Conquista de América. La historia trata de un narcotráfico de mesa camilla y babuchas. Muchas veces relacionamos la droga con maletines de billetes, gafas de sol, cochazos, y sin embargo la realidad es bien distinta».
Equilibrio entre acción y personajes
El resultado es un film policiaco inusual, con persecuciones vertiginosas por los tejados de la fábrica de Artillería de San Bernardo y por las calles del centro sevillano, pero con un tratamiento intimista de los personajes. «Una película donde la acción y los personajes se equilibran», explica. «Últimamente las películas de acción parecen videojuegos y nosotros queríamos algo más real. Mostrar el ascenso y caída de cuatro polis que son una banda de gángsters. Las películas de corrupción se suelen contar desde el punto de vista de un periodista, de un policía, de un abogado que se encuentran en el lado de los buenos. Al principio, íbamos a hacer eso pero pensamos que había demasiadas películas así. Queríamos que el espectador entrara en el punto de vista de estos policías corruptos. Es bueno acompañar al público para que entienda dónde está el bien, pero es mejor que comprenda lo que está viviendo el personaje, aunque sea malo».
El rodaje estuvo lleno de contratiempos. Unos, por la proximidad en el tiempo de los sucesos que se cuentan: «Es más difícil recrear épocas recientes que antiguas. Para una película del siglo XVI pones una capa y dice todo el mundo: ‘ah, sí, es del siglo XVI’. No hay referentes; pero en una película reciente, sí. Sacas un móvil en 1989 y todos saben que entonces casi nadie tenía, eliges una localización y salen por todas partes los nuevos bolardos». Otros, por la complejidad de la historia: «La película narra la evolución del grupo de policías y ocupa cinco años, del 87 al 92. Esto requiere cambiar mucho de localizaciones, y perjudica a la dirección de actores porque les obliga a resituarse. En total han sido 130 secuencias y más de 80 localizaciones. Y todo rodado en 8 semanas escasas».


Para el director sevillano, la definición de los personajes tiene gran importancia, así como los objetos, que actúan como metáforas. La vida real le sirve de base. «Hay un personaje en la película que está inspirado en un gitano que vive en La Alameda y lleva 30 años de yonqui. A veces está hecho polvo, otras muy aseadito y repeinado. Es un tipo inmortal. Lleva una pulsera de Vírgenes a las que da muchos besos. Voy tomando fotos de objetos que me inspiran. Un disco de Pata Negra con unas palmeras de fondo, que parece Los Ángeles, y delante una ladera llena de basura. O un ángel que sale en un cuadro de un bar de la película. Porque los cuatro policías son cuatro ángeles caídos, por eso tienen nombres de arcángeles. Hay quien dice que la película es muy religiosa. No es así, es esta ciudad la que es muy religiosa. En cada esquina hay un cuadro, una iglesia, y, lógicamente, eso se nota en la película».
Autocrítica
Alberto Rodríguez mira su trayectoria con espíritu crítico. 7 vírgenes (2005) y After (2009) son dos películas sobre el paso del tiempo. En el primer caso, el paso a la madurez de un chaval que lo pierde todo; en el segundo, unos cuarentones peterpanes. «Entre las dos, es mejor la primera, por tratar de adolescentes. Con After tuvimos un problema de tono. Se prometía una película divertida que resultó patética al ser mayores sus protagonistas. Nos salió muy dura. Además, procuramos dar intensidad a todas las frases y eso no puede ser, porque entonces no destaca nada».
Sin embargo, habla de El factor Pilgrim (2000) como de un primer amor. «La ilusión de la primera película nunca más la tienes. En aquel momento, Santi Amodeo y yo estábamos en otras cosas pero pensamos: o damos el salto ahora y nos jugamos el dinero o seguimos como estamos. Y decidimos lanzarnos a escribir. Yo había ahorrado tres millones de pesetas. Fuimos a Londres en verano con la intención de rodar la película en 21 días. Queríamos saber si éramos capaces de enfrentarnos a un ‘largo’ y controlar los tiempos dramáticos. Si hubiéramos hecho un mejor guión la película hubiera resultado mejor. Al llegar, tuvimos ocho días para encontrar actores ingleses, buscamos decorados, alquilamos una casa para grabar donde también vivíamos. No sabíamos nada de escenas, rodábamos en cualquier esquina, en un taxi, dando propinas, sin permisos… Tardamos dos años en terminar de montar. Aparecieron dos productoras y decidieron apoyarnos. Luego se estrenó en el Festival de San Sebastián en 2000. No fue mucha gente a verla pero para Santi y para mí fue el comienzo de una carrera».
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