Dan Gilroy: «En cuanto se pretende que los informativos ganen dinero, las noticias se convierten en un entretenimiento»
¿Cómo se le ocurrió la idea?
Dan Gilroy/ Hace muchos años me interesé enormemente por un fotógrafo de escenas de crimen de los años 30 y 40 llamado Weegee (pseudónimo de Ascher Fellig). Sus instantáneas eran verdaderas perlas entre los coleccionistas. Fue el primero en ponerse un escáner de emisoras de policía en el coche, en Nueva York. Eso fue sobre 1940. Se ponía a conducir por la ciudad y se las arreglaba para llegar a las escenas del crimen antes que nadie. Era un fotógrafo extraordinario, pero no encontré la forma de realizar un filme ambientado en la época, así que aparqué la idea y me mudé a Los Angeles. Hace unos años oí hablar de los nightcrawlers, esa gente que conduce por Los Angeles a 160 por hora con los escáneres en marcha. Como guionista, pensé: “este mundo es fascinante”, pero no supe exactamente qué hacer con él. Solamente era parte de la idea, y no conseguí manejarla hasta que pensé en Lou, el personaje que la iba a protagonizar. Una vez conectados el mundo y el personaje, fue como tener dos partes complementarias del átomo, y todo cobró sentido. Entonces ya supe qué quería hacer con aquellos dos elementos.
¿Conocieron a algún nightcrawler real?
D. G./ Sí, Jake y yo, junto con el director de fotografía Robert Elswit, fuimos un par de noches con un tipo llamado Howard Raishbrook, que nos hizo de asesor técnico. Fue espeluznante. La primera acción que vimos fue un horrible accidente de tráfico, en el que tres niñas habían salido disparadas del coche tras chocar de frente contra un muro. Sinceramente, creo que en la vida me quitaré esa imagen de la cabeza. Jake, Robert y yo nos quedamos estupefactos, mirando, mientras que aquel hombre salió de su vehículo con toda profesionalidad, filmó la escena, editó el vídeo en cinco minutos y lo vendió a cuatro televisiones. Tanto él como el resto de personas que hacen esto se ven a sí mismos como legítimos proveedores de servicios. En sus cabezas, las historias que están filmando solo son las noticias de apertura de los informativos locales de Los Angeles, así que si hay demanda de este material, ¿quién soy yo para juzgarles o para decir que lo que hacen está mal? Obviamente, el personaje de Lou cruza la línea roja en varios momentos y deriva hacia un mundo amoral, pero yo nunca he querido retratar así a estas personas, ni a los medios informativos, ni siquiera a Lou. Creo que en cuanto el cineasta aplica la inmoralidad a algo está impidiendo que el espectador tome sus propias decisiones. Mi moralidad puede ser muy distinta a la tuya, y lo que para mí es importante, podría no ser tan prioritario para ti. Quisimos reflejar este pequeño nicho de mercado y los medios de Los Angeles de la forma más realista posible, y dejar que el espectador decida quién es el malo y dónde radica el problema.

¿Cambió su propia visión del periodismo durante el rodaje?
D. G./ No, sigue siendo la misma. Yo fui periodista, trabajé para Variety, así que el periodismo me interesa directamente, pero soy consciente de que en EE.UU., hace décadas, las cadenas de televisión decidieron que los informativos tenían que ser rentables, cuando nunca había sido así. Creo que en cuanto se pretende que los informativos ganen dinero, las noticias se convierten en un entretenimiento, y todos perdimos un gran valor cuando aquello sucedió, porque más que obtener historias en detalle que nos educan y nos informan, nos dan narrativas confeccionadas para vender un producto. La narrativa de Los Angeles, y creo que la de la mayoría de cadenas de información locales –Michael Moore lo trató en Bowling for Columbine-, es la narrativa del miedo. Es una regla de tres: si no estás viendo mi canal estás en peligro porque ahí fuera hay cosas que te pueden matar a ti y a tu familia, y si no estás viendo esto (con publicidad intercalada, por supuesto), no sabrás lo que es. Es una fórmula muy potente y eficaz.
¿Qué debería cambiar?
D. G./ Es un problema de tales dimensiones que no le veo una solución. Sinceramente, no quisiera ser la persona que ponga una barrera moral que separe lo que puede verse y lo que no. Mi única esperanza es la autoconciencia. Por ejemplo, si vas conduciendo por la autopista en Los Angeles y hay un atasco, y llegas al origen del colapso, donde te encuentras cinco muertos por un accidente en un carril que va en sentido contrario, la gente reduce la velocidad para mirar qué ha pasado. Y yo me digo: “No mires. No te conviertas en parte del problema”. A veces lo consigo y a veces no. Y lo que me gustaría es que cuando los espectadores vean la película, reflexionen y sean un poco más conscientes del mundo en que vivimos, lo cual sería la principal esperanza.
¿Cree que las noticias de la televisión están yendo demasiado lejos, como lo hace el personaje de Rene?
D. G./ Pondré un ejemplo muy claro. Como es sabido, Los Angeles es la capital mundial de persecuciones automovilísticas. En las cadenas locales, la emisión en directo tiene seis segundos de diferido, porque a veces disparan a alguien, y teóricamente una emisora ética de noticias no debe mostrar tales imágenes. Pues bien, en los últimos años, ese retraso no ha funcionado o no ha servido para evitar la retransmisión en directo de una ejecución. Ves eso y empiezas a pensar que a uno u otro se le habrá ocurrido lo de: “¿para qué demonios necesitamos el diferido de seis segundos? ¡Si la audiencia se va por las nubes cuando mostramos la ejecución!”. Las sanciones de la Comisión Federal de Comunicaciones no son tan altas como para evitar tales situaciones.
¿Deberían elevarse las multas?
D. G./ No pretendo proponer una solución. Yo lo que quiero es tratar de presentar un retrato preciso de lo que está pasando. Tengo mi propia opinión, pero la gente debería estudiar el problema personalmente. Deberían hablar y pensar acerca de esta situación.
¿Lo pondría al mismo nivel que las recientes ejecuciones de Estado Islámico y la disponibilidad de los vídeos de los degollamientos?
D. G./ Absolutamente. Para mí ésa es la línea roja. Yo soy incapaz de ver esas imágenes. No las quiero tener en mi cabeza. Hay determinadas cosas que no puedo mirar, como aquel accidente, sigo sin poder olvidar aquella noche. Pero sí, es cierto que hay mucha gente proclive a mirar escenas escabrosas. No creo que, como sociedad, sea sano para nosotros consumir esos vídeos, pero es como la comida rápida. Odio pontificar sobre eso, pero se podría mirar a los proveedores de comida rápida y decir “son unos criminales; nos están perjudicando la salud”. Sin embargo, nosotros seguimos queriendo comer fast food. Por tanto, ¿quién es el malo?
¿Esta película trata sobre la falta de privacidad?
D. G./ Bueno, no es muy distinta de TMZ, la web de cotilleo y lo que hacen sus paparazzi. Lo que hace Lou es en realidad la versión de telenoticias de lo que hacen los paparazzi en la prensa rosa, y creo que la línea ahí es muy difusa. Este tipo de cobertura mediática puede hacer daño a la gente. A la gente la pueden matar, y tú vas y lo filmas.
Por varios motivos, ésta es la historia de un éxito. ¿Está criticando un mundo en el que Lou puede obtener recompensa de este tipo de trabajo?
D. G./ Podría verse como una crítica, pero lo que me propuse fue retratar de forma objetiva lo que creo que es una realidad. Tengo la sensación de que si volviera al cabo de diez años, Lou sería el dueño de una gran empresa. Creo que mucha gente que asciende a lo más alto de una multinacional toma decisiones mucho peores que las de Lou. Cuando eres capaz de dejar sin pensión a 40.000 personas y luego comprarte un yate de 120 metros, eso es mucho más criminal que lo que hace Lou.
¿Los que salen en la emisora son periodistas reales?
D. G./ Todos los periodistas que aparecen son reales. Son las estrellas de las noticias locales de Los Angeles.
¿Alguno de ellos se lo tuvo que pensar para participar en la película?
D. G./ Yo les pregunté: “¿Habéis leído el guión? ¿Queréis participar?”. Y todos respondieron: “¡Pues claro!”. Y creo que además pensaron: “Ésta no es nuestra emisora. Son las otras, las que hacen eso”.
Fuente: Filmax
Suscríbete a la revista FilaSiete