Christian Petzold, director de Bárbara: «Queríamos captar ese espacio específico entre las personas, con todo el entorno, todo lo que rechazan y aceptan»
En las películas de estos últimos años se ha mostrado una Alemania del Este bastante «desaturada». No hay colores, no hay viento, tan solo los grises de las fronteras y los cansados rostros que recuerdan a los pasajeros con la mirada vacía de los trenes nocturnos en la estación de cercanías de Gera.
No queríamos filmar a una nación oprimida y acabar yuxtaponiendo el amor como fuerza inocente, pura, liberadora. No queríamos símbolos. Basta con entenderlos, pero nunca aportan más de lo que ya se sabía.
Durante la preproducción vimos varias películas. Una de las que más nos impresionó fue Tener y no tener, de Howard Hawks. Dos amantes, Lauren Bacall y Humphrey Bogart, se observan, llenos de suspicacia, rodeados por la policía secreta, obligados a hablar entre líneas. En este film se ve cómo las circunstancias producen a personas nuevas que se besan, hablan y se comportan de un modo diferente.
Otra película fue El mercader de las cuatro estaciones, de Rainer Werner Fassbinder, donde la Alemania del Este de los años cincuenta está muy presente. Más que un telón de fondo, es una experiencia espacial donde las personas aman, discuten y callan.
Queríamos captar ese espacio específico entre las personas, con todo el entorno, todo lo que les ha hecho desconfiados, todo lo que les inspira confianza, todo lo que rechazan y aceptan.
Durante los ensayos, una de las actrices, que había huido de Alemania del Este en los setenta aprovechando una gira teatral en Occidente, nos contó que había aceptado invitaciones para cenar aun sabiendo que no estaría. Que se habría ido para siempre. La terrible soledad permanece porque ha abandonado su vida anterior.
Unas pocas semanas antes de empezar a rodar, me reuní con todo el reparto. El primer día, para arrancar, leí un texto en el que describía a los personajes. Luego vimos escenas de películas, por ejemplo, una de amor de Claude Chabrol. Me preocupaban varias cuestiones: ¿Quién cuenta la historia? ¿Dónde está situada esa persona? ¿El narrador está alejado como puede estarlo una cámara de vigilancia o está entre los protagonistas? ¿El narrador forma parte de la historia? Después de eso, empezamos a hablar de los detalles, repasamos los personajes, los decorados, los olores, los recuerdos.
En 1991, Harun Farocki rodó el documental Videogramme einer Revolution (Videogramas de una revolución) acerca de Rumanía y la caída de Ceausescu. Antes de eso siempre pensaba que la policía secreta, la Securitate, tenía micros y cámaras por todas partes. El sistema de Ceausescu se desmoronó y descubrimos que todo estaba podrido. El miedo salía de la propia gente y funcionaba de maravilla. La desconfianza había envenenado la belleza, el cariño y la libertad.
Fue algo que noté durante mis visitas a Alemania del Este. La desconfianza estaba por todas partes, no solo porque el Estado parecía estar por todas partes, sino porque había una especie de economía de trueque: «Si te doy algo, conseguiré algo a cambio». He querido que la película enfocara ese problema. ¿Cómo infecta el poder al amor? Por eso, la atracción de André tiene una segunda lectura: «Me abrirás tu corazón y tu alma, te leeré y lo sabré todo de ti». Eso es lo que me interesaba y no el retrato de Honecker colgado en la pared.
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