· “Me gusta un cine que me plantee preguntas, que me haga replantearme cosas, que me ayude a ser mejor persona”
Andreas Muñoz (Madrid, 1990) es Ignacio de Loyola, un soldado, un pecador, un santo. Un actor cercano y amable, apasionado, que busca formarse continuamente para mejorar en su profesión. Gara y Omar, sus hermanos, también son actores, corre savia interpretativa por las venas de los Muñoz, y ganas, y entusiasmo.
Acaba de terminar de rodar la serie Peaky blinders con Tom Hardy, y sus referentes son Robert de Niro, Sean Penn, Joaquin Phoenix, Javier Bardem… Le gustaría trabajar con directores independientes, con J. A. Bayona, Amenábar, Almodóvar, Alberto Rodríguez…
Para Andreas Muñoz / Ignacio de Loyola no habrá Goya, porque la película es filipina y no es coproducción española, aunque el 90% de los actores y parte del equipo son de nuestro país. El Goya tendrá que esperar.
Andreas es un actor que va a por todas y si hay que jugársela, se la juega, y si con solo 9 años hay que zambullirse en el agua fría, con plomo en las ropas, allá va él, sin miedo. Por eso su nombre está dos veces en los títulos de crédito de El espinazo del diablo, una como actor y otra como especialista. Y por ahí empezamos, por sus inicios en el cine con Guillermo del Toro.
Cuénteme cómo se inició en el cine, cómo fue esta oportunidad de participar con Guillermo del Toro en El espinazo del diablo.
Tenía 9 años. Recuerdo que estábamos en las pruebas bastantes chavales, con la productora El Deseo, nos hacían juegos para probarnos. Nos metían a todos en una habitación, de repente nos apagaban la luz y nos teníamos que esconder. Luego nos decían: «ahora tenéis que pasar mucho miedo». Nos hacían la prueba de cómo pasar miedo. Era muy joven, pero es un recuerdo muy bonito, la verdad. Recuerdo que éramos muchísimos niños y éramos unos trastos. Ahí es donde conocí a Chris Downs, asistente de Guillermo del Toro, que fue quién me habló de esta película y por su culpa estoy aquí.
¿Tiene recuerdos de aquel rodaje con Guillermo del Toro?
Sí. Recuerdo una escena que acababa de haber una explosión en el orfanato y lo habían preparado con diferentes fuegos y demás, y recuerdo a Guillermo del Toro ir al set, no estar conforme y decirles «yo no ruedo hasta que esto no esté como yo quiero que esté». Eso se me quedó marcado. ¡Es un gran perfeccionista! Y yo creo que eso es lo que hace que su cine sea así de bueno. Si algo no está como él quiere que esté, no se rueda. Yo era un crío y aquello me dejó marcado.
Luego hay una cosa que mucha gente no lo sabe. Hay una escena al final en la que el fantasma recoge a Eduardo Noriega y se lo lleva al fondo, ese soy yo. Tuve que sustituir al chaval que tenía que hacer de ese fantasma, tenía otitis y no pudo hacerlo. Entonces, me llamaron a mí. Después de ocho horas con los maquilladores, me pusieron el látex para que no se fuera el maquillaje debajo del agua. Estábamos rodando en un parque de bomberos, además. Para mí todo era fantástico. Era un tanque que usaban los propios bomberos para entrenar. Me metí en el agua y estaba muy fría. También estaban turbias, porque habían echado café y otros elementos para dar sensación de que el agua estaba sucia.
Me querían meter debajo y yo no podía. Entonces llegó el director, Guillermo del Toro, y dijo «no pasa nada, cambio el final, hago otro final». Y yo le dije, «no, Guillermo, esto lo hago como sea». Me metieron plomos en los bolsillos, y Eduardo Noriega me estaba esperando en el fondo con una bombona de oxigeno y, cuando Eduardo subía hacia mí, la cámara nos tenía que encontrar en un agua sucia y turbia y, cuando nos encontraba -imagínate los segundos que estaban pasando mientras tanto-, el director gritaba acción por unos speakers que estaban bajo el agua, y era el momento en que yo le abrazaba. Yo estaba rodeado de dos ó tres bomberos , que siempre me decían «si no puedes respirar, si no puedes más, haznos una señal con los dedos hacia arriba y te subimos».
¿Y usted aguantaba bajo el agua?
Aguanté. Pero hubo una vez en que empecé a señalar para arriba y nadie me vino a recoger porque ¡no se veía nada! Mi madre, que estaba fuera y cronometraba el tiempo, estuvo a punto de tirarse al agua, porque dijo que pasé casi minuto y medio abajo. No pasó nada, seguimos rodando… La escena se rodó perfecta y recuerdo a Guillermo del Toro correr hacia mí, me cogió en brazos, en volandas, me dio cuatro o cinco vueltas. Y me dijo «¡Pídeme lo que quieras! ¡Pídeme lo que quieras! ¡Es tuyo!». Yo le dije: «Guillermo, solo quiero una cosa: que mi nombre esté dos veces en la película, una como actor y otra como especialista». Y si vas a los créditos, está dos veces. Y así comenzó todo. (Risas).
Luego lo pensé y me dije que tenía que haberle pedido ser protagonista en su siguiente película. (Más risas). Pero bueno, sé que antes o después volveré a trabajar con él. Es un hombre al que yo considero casi mi padre.
¿Cómo le llegó la propuesta para interpretar el papel de Ignacio de Loyola? ¿Cómo es la historia?
La historia es que yo soy un tipo inquieto y me gusta seguir aprendiendo como actor. Me parece importante formarme. Me salió la oportunidad de estudiar arte dramático en el Reino Unido y estuve allí dos años. Y tuve oportunidades, estuve trabajando en Macbeth y luego fui protagonista en Hamlet, para mí fue un sueño. Chris Downs sabía por dónde iba mi carrera y se puso en contacto conmigo. Me comentó que tenía unos amigos filipinos de la industria del cine y que venían a rodar a España y estaban buscando un actor protagonista para su película, y me describió al personaje. Yo al ver que era un gran espadachín y sabía montar a caballo me di cuenta que podía encajar perfectamente. Vinieron a Madrid a hacer la prueba, pero yo estaba con Hamlet en el Reino Unido y no pude acudir. Mandé a mi hermano y le dije que tenía que hablar de mí y decirles que era el idóneo para el personaje. Y así fue. A los seis meses me llamaron y me pidieron que fuera a Barcelona, que iban a seguir haciendo pruebas de casting y querían conocerme. Me hicieron las pruebas, que no eran fáciles porque hay un desdoblamiento del personaje. Empecé con la escena final, la de la cueva, que en verdad se representa a dos personajes.
Hablando de Ignacio de Loyola, ¿cómo ha sido la preparación? ¿Cómo se sumerge uno para interpretar a un personaje que en mitad de la película es otro?
Así es. Llevé a cabo la interpretación como de dos personajes. Dividí entre Íñigo de Loyola e Ignacio de Loyola. Tuve que trabajar con estos dos personajes, aunque al final los dos se complementan y se llega a un equilibrio. El director quería mostrar con la parte del soldado Ignacio el estilo de fuego, un hombre que quería ser el mayor soldado del ejército español, que era muy radical, muy perfeccionista, egocéntrico. Era bastante radical. Luego, la parte de peregrino, que era más espiritual, mística, agua, como le llamábamos, pero también bastante radical. El mejor peregrino de todos los peregrinos. Si no tenía que comer para mendigar y dar la comida a los demás, así lo hacía. Luego se dio cuenta que el equilibrio estaba en la aceptación del todo, en la aceptación de Íñigo y de Ignacio.
Es lo que hemos querido transmitir, cómo un soldado después de haber errado llegó a ser canonizado como santo. Nos interesaba también humanizar el personaje. La primera pregunta que me hice al recibir el guión fue: ¿Cómo se lleva la vida de un santo al cine? ¿Cómo interpreto esto? Tenía una fácil respuesta. Ignacio falleció sin saber que fue santo, se dio cuenta que lo que más le gratificaba era dar su vida por los demás. Esto es lo que encontré en el proceso de investigación sobre el personaje, a base de analizar, estudiar la vida de Loyola, leer su autobiografía, de leer también al Papa Francisco, ver diferentes cuadros de la época, de la realeza, de estudiar que Ignacio era el pequeño de trece hermanos y al nacer falleció su madre y su padre le repudiaba desde pequeño… Y esto es duro. Es algo muy duro con lo que tuvo que vivir. Él siempre ha querido llevar el nombre de Loyola a lo más alto.
Para mí es un caramelo a la hora de interpretar, porque tiene unas paletas de colores inmensa, y esto es lo interesante de los personajes.
¿Cómo ha sido trabajar con Paolo Dy? ¿Es tan perfeccionista como Guillermo del Toro?
Sí, la verdad es que sí. Es su primera película, y también es el guionista. Sabía exactamente lo que quería porque llevaba dos o tres años trabajando con el guion de esta película. Es muy perfeccionista y le considero prácticamente un genio. Hemos rodado la película en 17 días. No ha sido fácil. Estamos hablando de que este hombre ha traído un equipo filipino a rodar a España, sin prácticamente haber vivido aquí. Era un grandísimo reto. Te tienes que aclimatar a España, de hecho un día se desmayó porque estábamos a 45 grados, y el hombre quería levantarse para seguir… Tenía mucho también de Íñigo de Loyola. Es un grandísimo director. Lo que ha conseguido es algo muy grande, es prácticamente un milagro que hayamos hecho esta película.
¿Alguna anécdota del rodaje?
Hay una cosa curiosa. Tenemos un presupuesto de menos de un millón de dólares y entonces no tienes mucho tiempo para rodar. Recuerdo que la cuarta semana, en el Monasterio de la Oliva, quedaban literalmente 20 minutos de rodaje y teníamos que filmar una escena, la de la Inquisición, muy complicada. Había que grabar dos testimonios y no había tiempo porque eran dos secuencias. Paolo empezó a pensar y decidió rodar una secuencia a doble cámara y, aprovechando los extras, rodó a la vez dos secuencias diferentes en una toma. Y salió muy bien. Creo que todo el equipo técnico y artístico hemos hecho un gran esfuerzo y ha quedado un gran resultado.
¿Alguna anécdota más?
(Risas). La última semana se me quemaron las córneas y estuve rodando prácticamente con los ojos anestesiados. Es una situación dura, pero se terminó la película.
Otra cosa fue cuando fuimos a los Pirineos para la última escena del rodaje. Vino una gran tormenta. Rodamos deprisa y corriendo todos los planos, en apenas diez minutos. No había tiempo, venía una tormenta brutal, con rayos, y con todo el equipo eléctrico que llevábamos era muy peligroso. De allí salimos rápido al campamento base y, de casualidad, nos encontramos en medio de la nada con el coche de mis padres, con toda mi familia, que venían a verme el último día de rodaje. Fue una casualidad, porque nadie les había dicho dónde estábamos.
¿Cómo definiría esta película: cine de aventuras, cine religioso…?
Un drama histórico. Tiene su parte de aventura, la parte amorosa, de romance; obviamente se habla de religión, pero para mí es un drama histórico, es lo que mejor define esta película. Y está basada en hecho reales.
¿Cómo crees que la recibirá el público en España?
De momento en los preestrenos que hemos tenido el público se ha sorprendido muchísimo, porque quizá esperaba algo más light, más suave, y se han encontrado con una historia bastante cruda, como es la realidad, y a la gente le ha sorprendido y les está encantando. Esperamos que al menos vayan muchas personas a verla, sin prejuicios, y les va a sorprender. Esta película es parte de la historia española. Y tenemos mucha historia en nuestro país que debe ser contada.
¿Qué tipo de cine le gusta?
Puff… ¿qué tipo de cine me gusta? Me gusta el cine verdadero, quiero decir, en el que los personajes tienen lucha interna y evolucionan… Me gusta un cine que me plantee muchas preguntas, que me haga evolucionar e incluso ser mejor persona. Que me haga replantearme parte de la vida. No me gusta el cine fácil. Me gusta el cine elaborado, el que prácticamente grita. El cine de silencios… Creo que el silencio de una mirada puede estar lleno de diálogo.
¿Qué actores actuales le sirven de referencia?
Al que siempre he seguido mucho es a Robert de Niro. Él está constantemente trabajando con lo que le requiere el personaje. Cómo anda, cómo se mueve, cómo habla, a qué huele… Es lo que intento llevar a cabo. De Niro estuvo tres meses trabajando en un taxi en Nueva York para prepararse de cara a Taxi driver… Otros actores que me encantan son Sean Penn, Joaquin Phoenix o Javier Bardem. Son buenos actores que me inspiran, en los que me veo muchas veces reflejado. Debo seguir trabajando y ojalá pueda estar algún día al nivel de ellos. También me parece que Penélope Cruz ha hecho un gran trabajo en su carrera y ha llegado muy lejos. Hay que tenerle un gran respeto, no es fácil lo que ha conseguido. Tuve la oportunidad de verla en los Goya y tiene una grandísima luz.
¿Con qué directores españoles le gustaría trabajar?
Con J. A. Bayona, Amenábar, Almodóvar, que creo que va a hacer una producción en inglés. Y, ojalá, si la hace, me gustaría estar ahí. También Alberto Rodríguez. Y hay otro director sevillano con el que tengo muy buena relación, Miguel Ángel Vivas, con quien he trabajado en Mar de plástico. También con directores independientes.
El trabajo de actor, ¿es una profesión difícil? En la última gala de los Goya, quedó patente que hay muchos actores que tienen dificultades…
Es una profesión complicada, pero muy gratificante. A los actores lo que nos mueve es el amor a esta profesión. Que alguien esté interesado en ti para un proyecto es un gran regalo. Como actor amo esta profesión, los que la amamos vamos a seguir hacia delante, dándolo todo, con o sin presupuesto…
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