Entrevista a Daniel Monzón, director y coguionista de El Niño: «Quería dar a la película un cierto aire documental, de modo que rebosara veracidad»
Daniel Monzón, director de El Niño | Aunque no ha conseguido mantener el ritmo de Ocho apellidos vascos, El Niño se está convirtiendo en una de las películas españolas más taquilleras de la temporada y en una de las favoritas para competir en los grandes premios. Por lo pronto, ya es una de las tres seleccionadas por la Academia de Cine para competir por España en el Oscar al mejor filme en lengua no inglesa. Hablamos de este vibrante thriller, sobre narcotráfico en el Estrecho de Gibraltar, con su director y coguionista, Daniel Monzón. Tras fracasar con sus primeras películas, las toscas El corazón del guerrero y El robo más grande jamás contado, este vitalista ex crítico de cine mallorquín subió de nivel con la intrigante La caja Kovak y triunfó rotundamente con el drama carcelario Celda 211. Ahora confirma sus cualidades narrativas y dramáticas con El Niño, que también ha coescrito con el asturiano Jorge Guericaechevarría.
En El Niño ha afrontado numerosos desafíos, ya desde ese guion con varias tramas paralelas…
Daniel Monzón/ Una vez terminada, me doy cuenta de que El Niño era una película muy ambiciosa en muchos aspectos, empezando por el guión. Quiere ser una especie de retrato del narcotráfico en el Estrecho de Gibraltar, lo que ya de por sí no es poca pretensión… Además, intentamos mostrar ambos lados de la ley y no juzgar a los personajes. Para ello, lo primero que hicimos Jorge y yo fue bajarnos al Sur para hacer allí un trabajo de campo, empaparnos de la zona y hablar durante horas con los verdaderos protagonistas de la historia: agentes de vigilancia aduanera, guardias civiles, policías, delincuentes… De ahí surgió el guión.
¿La realidad modificó mucho sus planteamientos iniciales?
D. M./ Nosotros nos habíamos construido una estructura mental, para saber más o menos por dónde queríamos ir. Pero luego la realidad nos iba haciendo regalos, de modo que fuimos dejando a un lado nuestros planteamientos iniciales para dotar de carne y vida a la historia. Todo lo que aparece en la película surge de lo que nos han contado de primera mano o de lo que hemos vivido personalmente en la zona del Estrecho.
Otro reto han sido las impresionantes secuencias de acción, poco habituales en el cine español.
D. M./ Aunque tiene pasajes espectaculares, yo quería dar a la película un cierto aire documental, de modo que rebosara veracidad, autenticidad. Por eso también elegí chavales de la calle para interpretar al protagonista y a muchos personajes secundarios. Queríamos que la película reflejara muy bien todo lo que Jorge y yo habíamos oído y vivido durante la escritura del guión. Así que, cuando me planteé las secuencias de acción, concluí que debían conservar ese estilo directo y verista, hasta el punto de que el espectador las viviera tan metido en ellas como lo estuvimos nosotros, que rodamos en el helicóptero, en la lancha rápida… Con esa misma adrenalina que mueve a los gomeros a hacer lo que hacen.
Vamos, a la vieja usanza, sin muchos efectos digitales…
D. M./ En efecto. Me dejan frío muchos de esos espectáculos digitales que nos llegan de Hollywood en los últimos años. Es como si estuvieras viendo a alguien jugar a un juego de ordenador. Sí, son bellos e impactantes, pero no me conmueven. Tenía una cierta nostalgia del cine de acción de los años 70, donde veías a los actores haciendo sus propios stunts, donde daban un puñetazo y te dolía, donde se tiraban realmente de un tren en marcha… Por eso hemos hecho también así las secuencias de acción de El Niño. Además, tenía un coordinador de acción fantástico, Jordi Casares, que trabajó mucho en el cine estadounidense de aquella época.
¿Participó todo el equipo en esas secuencias?
D. M./ Sí, nos pusimos todos la cinta de Rambo, nos metimos en las lanchas y los helicópteros, y vivimos lo que viven los protagonistas de la historia. Si me apuras, esas escenas se rodaron de una manera casi documental, con toda la seguridad posible, claro, para evitar percances, pero muy cerca de la realidad. Todos los actores también quisieron entrar a ese juego, así que vivieron esas escenas en sus propias carnes. Yo quería que el agua salpicara al espectador como nos salpicó a nosotros. Todavía tengo salitre en las pupilas…
Hablando de actores, ha reunido un reparto sensacional, que mezcla veteranos y debutantes.
D. M./ Las secuencias de acción eran un gran reto. Rodar en tantísimos exteriores, con el tiempo cambiante, con un plan de rodaje infernal, también era un desafío. Pero, como director, mi gran responsabilidad era conciliar unos actores muy profesionales -aunque sepan trabajar en un registro hiperrealista- con otros que son directamente el naturalismo per se; o sea, chavales salidos directamente de la calle, que no han hecho una película en su vida, y que le metes en un monstruo de esta envergadura.
¿Y qué hicieron?
D. M./ Pues fomentar que nos conociéramos a fondo, y ensayar mucho las escenas. Con la excusa de entrenar la conducción de lanchas y motos, estuvimos casi un año comentando el guión todas las tardes: la trama, los personajes, los diálogos… Y yo iba limando y ajustando cada papel a su intérprete concreto, asumiendo a menudo las sugerencias de cada actor, su propia visión. De este modo logramos que todos los personajes resultaran personas vivas, de carne y hueso, que es lo que quieres que aparezca en pantalla. Seres vivos, y no gente que recita un texto que ha sido escrito en una habitación sin aire. Hay que dejar que entre el aire de lo real, y aporte vida a la película.
Una realidad, por cierto, a la postre más optimista que pesimista, lo que yo personalmente considero un acierto.
D. M./ Soy una persona optimista, que sobre todo cree en el ser humano. No tanto en el sistema, pero sí en cada hombre y mujer. Incluso en Celda 211, que era una tragedia desoladora, había una brizna de esperanza en esa amistad inesperada entre Malamadre y Calzones. El Niño también trata de un asunto serio, a veces irrespirable, pero desde una perspectiva esperanzadora. Yo soy así. Además, no le veo sentido a hacer una película que solo quiera buscar lo sórdido, la desesperanza… Pienso que el cine es un espectáculo para compartir con mucha gente, y del que tienes que salir con algo positivo. Que la experiencia que has vivido en el cine, aunque sea un viaje al infierno -como lo era Celda 211-, te haya enriquecido. Es mi naturaleza. No puedo evitarlo.