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Entrevista a Jean-Paul Rappeneau, director de Grandes familias

· «Ya no se pueden rodar películas de presupuestos tan elevados; bueno, sí se puede, Besson lo hace, pero él rueda en inglés, sus películas son norteamericanas»

Jean-Paul Rappeneau tiene ochenta y cuatro años, pero no es un anciano, es un director veterano, maduro, pero ni por lo físico: delgado, recto, de movimientos rápidos; ni por lo anímico: vivo, ágil, divertido, entusiasta, se le puede considerar viejo. Tiene ochenta y cuatro años, de hecho los cumple hoy, día de nuestro encuentro con motivo del próximo estreno de Grandes familias, su última película, que viene doce años después de la anterior, Bon Voyage. Tras una breve presentación, para romper el hielo, digo «para mí usted no es el mítico director de Cyrano, sino el mítico director de Gracias y desgracias de un casado del año dos«. Casi da un bote en su silla, he captado su atención, y sigo «vi esa película en su estreno, yo era muy joven, y me reí muchísimo». Me pregunta dónde la vi, le dije que aquí, en Madrid; aunque el resto de su obra lo vi en Francia o en Bélgica. Le digo que he seguido con interés toda su filmografía, cosa que no es difícil porque no son tantos títulos. Se me queda mirando y lleva la mano al corazón: «Estoy conmovido, en efecto, no son demasiadas películas».

Ha pasado mucho tiempo desde la última.

«Ha sido, principalmente, un accidente. Hubo un gran proyecto en el que invertí mucho tiempo y energía; había preparado una comedia de espías, habíamos construido los decorados, todo estaba listo y, a dos meses de iniciar el rodaje, los financieros decidieron que era demasiado caro y se retiraron; el proyecto fue cancelado: cuatro o cinco años de trabajo. Caí enfermo, tuve una depresión. Ya no se pueden rodar películas de presupuestos tan elevados; bueno, sí se puede, Besson lo hace, pero él rueda en inglés, sus películas son norteamericanas. Tuve que volver a películas que me interesaran más, sobre la Francia de hoy, películas de presupuesto menor, pero que me interesaran más».


Durante un largo rato hablamos de lo que le interesa de verdad, que es volver a las raíces, y repite, como un ritornello, «eso es igual en España que en Francia», finalmente reconducimos la conversación a la película que ha permitido este encuentro.

«En el fondo, el tema de esta película es el regreso: un hombre dejó su hogar y partió a un lugar lejano, en este caso a China, y al regresar, descubre que su antiguo mundo ha cambiado; es más, ha desaparecido. La casa donde había vivido está a punto de ser derruida y en su lugar van a construir una urbanización que, aclara, no es necesaria».

Veo que ahí se mezclan temas muy diversos.

Sí, es la realidad y es mi experiencia personal. Yo viví dieciocho años en Provence, luego fui a estudiar a París, y al volver, mi casa no existía, había sido derruida, en su lugar había una monstruosidad de cemento, que no pegaba con nada, el resto no había cambiado. Pero eso había beneficiado, económicamente, a diversas personas, no a mi familia. El mundo de los especuladores, ya no hay buenos y malos definidos, se puede hacer una canallada inmobiliaria amparado en ‘beneficios ecológicos para la comunidad’. Los amigos Gilles Lellouche y Mathieu Amalric son un buen ejemplo, ellos mismos lo dicen ‘¿qué te ha pasado? Antes no eras así’. Ellos recuerdan cómo eran las cosas antes de su marcha a China. Lellouche, además, es promotor inmobiliario, y se le ve mirar y admirar sus logros, circular en coche por sus urbanizaciones, dejar de ser el amigo para convertirse en el empresario ambicioso. Y luego, la familia, también afectada por esa modernidad y ambición.

El título.

No me gusta la traducción española, Grandes familias no es Belles familles. No es la misma idea, no se trata de Grandes, es decir, nobles, importantes; sino más bien de familias bien avenidas, y aquí tratamos de eso; y de más de una, ya que son diversas familias de la misma localidad, tal y como era en mi Provence natal. Deliberadamente he elegido que no se identifique con un lugar concreto, sino que pueda representar cualquier localidad fuera de París.

Ha conseguido reunir un reparto extraordinario.

Un reparto de ensueño, y han sido, durante el rodaje, como una familia, he tenido mucha suerte, creo que por haber estado tanto tiempo sin rodar, estos maravillosos actores, tres, cuatro generaciones del cine francés, al enterarse de que volvía a trabajar, quisieron darme la bienvenida. Todos ellos son maravillosos. Ha sido una suerte y un placer. Además, como le decía, también reflejan eso de que hablábamos: Gema Chan, que interpreta a la novia china de Jérôme Varenne (Mathieu Amalric), en realidad es inglesa de origen chino, y se integró al equipo dando el tono perfecto a la historia.

Finalmente, ¿me puede decir qué grandes directores que ha conocido le han influido más?

Hay muchos, Renoir, Lubitsch, Becket (Jean), muchos. Sin duda considero que mi maestro es Orson Welles. ¿Sabe? Realicé Cyrano porque Welles quería rodar esa obra, y no pudo hacerlo. Al final me dije, voy a hacerla, en su honor.

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