Vincent Cassel, actor protagonista de Especiales: “No estamos solo ante una película sobre el autismo; habla de compromiso y de gente que se preocupa por otros”
El actor francés Vincent Cassel, protagonista de Especiales -el último trabajo de Olivier Nakache y Eric Toledano-, explica cómo fue el proceso de creación de la película.
¿Cómo fue su primer contacto con Éric Toledano y Olivier Nakache, directores de Especiales?
Vincent Cassel/ Cuando me ofrecieron Especiales, me explicaron cuan importante era ésta para ellos… Llevaban mucho tiempo con la idea de este proyecto, pero no se sentían entonces totalmente preparados para dirigirla. Recuerdo que cuando nos vimos por primera vez todavía no habían escrito una sola línea. Solo les dije que no me hicieran leer doce mil versiones del guion. Les dije que no tenía prisa y que los esperaría.
¿Le apetecía trabajar con ellos?
V. C./ Así es y así se lo expresé. Sentía curiosidad. Conocía su trabajo, y había visto lo que eran capaces de hacer, pero no sabía realmente cómo lo conseguían. Aunque lo entendí en seguida: confían en su guion, pero no dejan de buscar en ningún momento. Para mí, la verdadera dirección de actores está en el modo en que un director -o en este caso dos directores- mira a un actor. Discernieron algo en mí que no sospechaba que estuviera allí, cosas que no sabía que era capaz de «sacar».
¿Recuerda su primera visita a la asociación «Le Silence des Justes»?
V. C./ Quedé bastante desconcertado. Pero también del todo conmocionado. Me sorprendí sollozando y me pregunté: «¿Cómo voy a trabajar con estos chicos, estos adolescentes y estos adultos? ¿Cómo marcaré distancia para con estos casos de autismo en ocasiones graves?». Al observar a Stéphane y a los cuidadores del lugar, entendí que dedicaban sus vidas a mejorar las de sus «residentes», al precio de las propias. Sin sentimentalismos. Son «hacedores». El autista sufre por su incapacidad para comunicarse. Pero cuando se los estimula, se les puede enriquecer su bagaje sensorial. Dicho de otro modo, alguien que lleva veinte años en esta organización sin afán de lucro y oficialmente reconocida no tiene la misma cara que alguien que acaba de comenzar.
¿Cómo se sacudió todos esos miedos que ha mencionado?
V. C./ Tuve que enfrentarme a mis propios dilemas. Invertí tiempo con ellos, y sobre todo dejé de lloriquear. Me decía una y otra vez que no debía tener miedo de avanzar a primera línea y recibir un par o un trío de bofetadas. Lo cierto es que algunos de ellos son bastante fornidos. Cierto día, Éric y Olivier me llevaron a que me entrevistara Papotin, un diario escrito por adolescentes y adultos autistas, y aquella experiencia fue como un gatillo.
¿Por qué?
V. C./ Invitan a personalidades (jugadores de fútbol, músicos, actores, políticos…) a una carpa para ser entrevistadas por un grupo de periodistas autistas. Algunos de ellos se obsesionan tanto por un detalle que nadie puede ya seguirlos. Otros recitarán un poema consistente en onomatopeyas. Una divertida experiencia poética y abstracta con algunas perlas evidentes. Aquí no hay espacio para imposturas. Estás al «descubierto». Hay que dejarse ir.
Usted tenía un «modelo»: Stéphane Benhamou…
V. C./ Bruno, mi personaje, es Stéphane sin ser Stéphane. Por supuesto que fui a verlo a la asociación por mi cuenta, y de vez en cuando dábamos una vuelta juntos. Observaba su silueta, sus actitudes físicas, lo que transpiraba como ser humano. Puede parecer extraño, pero a menudo pienso en los personajes que encarno en términos de texturas. Stéphane tiene una manera de llevarse que a mí me decía mucho. Nos dice quién es. Solo vino un par de veces al plató y aún ¡hubo que arrastrarlo! Trabaja instalado en una gran urgencia. ¿Altruismo? ¿Humanismo? Las razones por las que hace lo que hace son de hecho muy simples.
Usted habla de su cuerpo, pero exactamente ¿qué le tomó prestado?
V. C./ Su barbilla, su mirada -a menudo se abstiene de mirar a la gente para evitar que ésta se sienta incómoda-, y también la inquietud. Comencé con la soledad que percibí en un hombre sin esposa ni hijos, y que se realiza dando amor a los autistas, con quienes trabaja. Pero extrapolamos con Stéphane como con los «Shidduchs» (encuentros organizados) a los que se presta.
Es un judío practicante, y trabaja con Malik, un musulmán a quien encarna Reda Kateb…
V. C./ Desde el principio, nos preguntamos: «¿Qué hacemos con la religión?». Está ahí por medio de los kipás, los velos y los mezuzás… Además, rodamos algunas escenas que la evocan incluso más, pero Éric y Olivier las eliminaron en el montaje. Y está bien así. En la película se muestra la religión tal como se practica en estas asociaciones. Un tema que en todas partes resulta inextricable y puntilloso no es en absoluto así para sus miembros.
Por otro lado, Malik sólo desliza de pasada que es musulmán y con tres hijos…
V. C./ Y es más, lo dice cual pulla mientras asiste al «Shidduch» del que Bruno hace lo que sea por huir. Los «Shidduchs» son el pretexto para algunas escenas más bien cómicas… Desde El odio a Irreversible, siempre he intentado inyectar algo cómico en mis papeles más oscuros. Aquí encarno a un hombre tan implicado en su trabajo que en ocasiones temía que fuera el personaje menos divertido de todo el filme. Por suerte, en esas citas, Bruno se enreda continuamente. Estás en pareja cuando sientes que te apetece. Y a él le queda mucho por hacer.
¿Conocía a Reda Kateb?
V. C./ Me pareció como si fuéramos miembros de la misma familia. Me gusta su rostro un tanto roto, su look a lo Benicio del Toro o Javier Bardem. Es un actor de primera magnitud, un dandy de la calle, el compendio de lo que es tener clase. Nuestro encuentro fue tal y como esperaba. También me encantó la capacidad cómica y la generosidad de Alban Ivanov, ¡una elección obvia! Cuando llegaba tarde al plató porque no oía la palabra «¡Acción!» se lo hubiera tenido que filmar. En sí mismo era muy interesante.
Usted tiene muchas escenas con Benjamin Lesieur (Joseph). ¿Cómo las abordó?
V. C./ ¿Estábamos actuando? ¿No actuábamos? Actuábamos. Aunque no podría decir en qué. Me sentía tranquilo cuando él también disfrutaba al encontrar su ritmo, al hacer segundas tomas. Lo emocionaba estar allí, en su posición, feliz. Y sí, como actor tenía sus peculiaridades. Le hablaba así: «Sería mucho más fácil si te sitúas a un lado, repites después de mí, y lo dices una vez más». Éric y Olivier son dos voces. Nunca se meten en el campo del otro pero en ocasiones dan indicaciones distintas para mayor embrollo de uno (risas). No tardé en pedirles: «Por favor, dejad de hablarle. Soy el que lo hace, como Bruno en la película». Aunque, desde luego, no siempre me hacían caso. Históricamente, Benjamin hace las veces del primero de los chicos autistas que Stéphane atendió. Si no quiere estar por ti, te ignorará, pero si le gustas, es capaz de algunos despliegues emocionales verdaderamente intensos.
La escena de danza es una locura poética…
V. C./ Algunos de ellos bailan. Otros tocan el piano. Otros declaman, y uno no siempre lo entiende todo, pero ¡qué belleza! Y aún hay algunos que no hacen nada. Cierto día, en el curso de una sesión del taller, vi a uno de ellos tumbado en una cabina con las pequeñas luces que se emplean para estimular a los autistas. Tiene quince años, no puede expresarse porque no habla, pero la inteligencia de su mirada -la mirada de un pequeño príncipe- te atraviesa. ¿Qué hay tras esos ojos? ¿Cuál puede ser su proceso de pensamiento?
La película plantea una cuestión básica: ¿debería contravenir las normas?
V. C./ ¿Puedes permitirte pensar de modo distinto? En la sociedad actual, cualquiera que tiene algo que ofrecer piensa de modo distinto. Stéphane Benhamou se deja la piel para hallar soluciones en un sistema que ha descarrilado. Ignora al legislador. E inspira a otros que quizá ayudarán a que la situación evolucione. Especiales no es una película sobre el autismo; habla de compromiso y de gente que se preocupa por otros.
¿Con qué estado de ánimo abordó la escena en que se opone a los inspectores del IGAS?
V. C./ Tuvimos que dar con el ritmo y respetar un imperativo: no convertir la secuencia en una «emocional». Bruno está furioso, pero sabe lo que quiere. ¿Está siendo un tanto astuto? En Brasil hay una expresión para eso: hay que saber cómo llorar para lograr lo que necesitas.
Los monitores con los que ha trabajado retratan una generación comprometida…
V. C./ Han hallado un sentido a sus vidas. Éric y Olivier no hablan sobre los infortunios de los barrios desfavorecidos. Muestran a un grupo de superhéroes de diecinueve y veinte años que tienen un empleo que tres cuartas partes de nosotros seríamos incapaces de afrontar.
Fuente: A Contracorriente Films
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