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Entrevista a Vladimir Perisic, director y guionista de La patria perdida

"Creo que en el fondo la verdadera política empieza cuando hay disentimiento dentro de la familia"

Vladimir Perisic, director y guionista de La patria perdida

Entrevista a Vladimir Perisic, director y guionista de La patria perdida

Entrevista | El director serbio Vladimir Perisic estrena esta semana La patria perdida, una ficción enmarcada en las elecciones de 1996 en Yugoslavia. Con la sospecha de fraude electoral, el ganador finalmente fue Slobodan Milosevic, algo que terminó por encender la mecha de la guerra de los Balcanes.

En algún momento La patria perdida recuerda a La zona de interés, recientemente galardonada con el Oscar a la mejor película de habla no inglesa. En ambas producciones se recrean sucesos históricos terribles desde un núcleo familiar muy sólido y tangencial a la tragedia, que ofrece una perspectiva original para el espectador.

Se puede decir que en las dos hay acontecimientos históricos extremos, que plantean el problema no tanto de la representación sino de la figuración. Creo que en Yugoslavia, en los años 90, con todos esos crímenes de guerra, hay algo que me parece difícilmente figurable. Y ese planteamiento indirecto le otorga un espacio más amplio y libre al espectador. Ese terror es más fuerte pero éticamente más justo cuando se deja al espectador libertad para imaginarlo. La diferencia con La zona de interés es que se trata de una consciencia en un momento tan esencial de la madurez como es la adolescencia. El hijo empieza a percibir una situación política muy extraordinaria, y toda la dimensión del horror que está aconteciendo en esos momentos. Y de esta manera el espectador y el protagonista comparten un punto de vista que resulta muy completo.

¿La historia que cuenta la película tiene componentes autobiográficos?

La parte autobiográfica tiene que ver con que yo crecí con una madre que formaba parte del partido socialista, aunque ella trabajaba en la rama de la cultura. A partir de esos recuerdos he creado una ficción en la que me interesaba observar la política desde el punto de vista de un adolescente que tiene a uno de sus padres trabajando dentro del sistema. Esta excusa me permitía plantear la cuestión de la “doble lealtad” a un amor filial y a un principio moral. El tener que elegir entre el amor a una madre y a la justicia en un contexto, digamos, de “derechas”, que descansan fundamentalmente sobre la fidelidad al grupo, a la sangre. Y quería poner a esos personajes en una situación en la que pudieran cuestionarse esta lealtad tan profunda con una proposición de nueva ética política. Era el lema de Pétain: Familia, Patria, Trabajo. Creo que en el fondo la verdadera política empieza cuando hay disentimiento dentro de la familia. Por eso utilizo a estos personajes, para hacer una crítica desde dentro del núcleo más íntimo entre madre e hijo.

La actriz que protagoniza la película es la veterana Jasna Djuricic (Yugoslavia, 1966), que había sido reconocida internacionalmente con un personaje más bien antagónico a éste en Quo Vadis, Aida? (Jasmila Zbanic, 2020). ¿Le preocupaba este contraste tan marcado en dos películas centradas en el mismo contexto histórico y tan cercanas en el tiempo?

No. Jasna es una gran actriz. Mi película final de carrera (el mediometraje Dremano Oko, 2003) la hice con Jasna y Boris, su marido, que también aparece en La patria perdida interpretando al profesor. Son dos actores excepcionales y son un poco como mi familia desde hace años. Así que estaba convencido que los dos eran necesarios para la película, y que Jasna podría interpretar personajes tan diferentes. Además, me parece que para los actores es muy enriquecedor meterse en la piel de personajes tan opuestos.

La patria perdida (2023)
La patria perdida (2023)

Muchas veces se habla de la necesidad del paso del tiempo para poder analizar y recrear la historia desde una perspectiva objetiva. ¿Piensa que ha pasado el tiempo suficiente para ahondar en la Guerra de Yugoslavia con la distancia precisa?

Creo que son dos cosas diferentes. He podido hablar con historiadores y ellos piensan que la distancia debe ser de, al menos, veinte años. Porque este tiempo permite dos cosas: tener una cierta distancia emocional, pero también tener el número suficiente de fuentes para poder alimentar la historia. Cuando hice Ordinary People en 2009 sobre los crímenes de guerra, que fue la primera producción que trataba este tema en mi país, era una película que yo sentía la urgencia de hacerla en ese momento, al igual que, por ejemplo, Roberto Rosellini tenía la necesidad de rodar Roma, ciudad abierta en 1945. Han pasado quince años desde que rodé esa película y los procesos jurídicos de los crímenes de guerra se han celebrado. Así que tenemos esas fuentes y podemos tener esa base documental más sólida para reconstruir una historia verdadera, algo que en mi caso me ha permitido definir mejor esta ficción. Si Ordinary People era una descripción fenomenológica de los crímenes de guerra, con La patria perdida me he otorgado el derecho y el placer de la ficción. He podido hacer casi un thriller político, algo que no me podía haber permitido hace 15 o 20 años.

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