«Hoy faltan por todas partes diplomáticos con una fuerte convicción de que las palabras pueden ser más poderosas que las armas»
Recién llegado del Festival de Valladolid, Volker Schlöndorff me recibe en un céntrico hotel de Madrid para hablar de su espléndida película Diplomacia, que llegará en breve a la cartelera española. Expansivo y jovial como siempre, chapurreando bastante bien un castellano muy coloquial, el veterano y premiadísimo cineasta alemán se dispone a contestar mis preguntas mientras envuelve meticulosamente un misterioso paquete en un plano de la ciudad. «Es dulce de membrillo que acabo de comprar en un supermercado -reconoce con tono divertido-. Me encanta el queso con membrillo…».
Enhorabuena por la excelente acogida de Diplomacia en el Festival de Valladollid.
Volker Schlöndorff/ Gracias. Afortunadamente, en Valladolid ha gustado bastante al público y a la crítica, al igual que en Francia, Estados Unidos, Suecia y otros países donde se ha estrenado. Solo en Alemania ha sido un fracaso… Nadie es profeta en su tierra.
Con esta película da continuidad a una larga etapa en la que prácticamente solo ha realizado películas históricas.
V. S./ Es cierto que no ruedo un filme contemporáneo desde el año 2000, cuando realicé El silencio tras el disparo. En estos catorce años, solo he rodado una película que no sea una recreación histórica, Ulzhan, que rodé en Kazajistán. Esperemos que mi próxima película no sea histórica.
¿Por qué decidió adaptar la obra teatral de Cyril Gely?
V. S./ No he llegado a ver la obra teatral en los escenarios. Un amigo me envió la versión impresa y le contesté: «¡Otra historia de la Segunda Guerra Mundial! No la haré. Ya he cubierto con creces mi cuota de películas sobre ese hecho. Ya he contribuido a la causa…». Yo conocía vagamente que había un general alemán que quería destruir París, pero no sabía que había estado tan cerca de hacerlo. Esto me animó a realizar la cinta. Si ese general hubiera destruido París, seguramente yo no sería cineasta ni viviría cómodamente en esta ciudad, pues no hubiera ido a París diez años después del final de la guerra para aprender francés.
Supongo que también le atraería trabajar con André Dussollier y Niels Arestrup.
V. S./ Sin duda, son grandes actores que, además, habían interpretado con gran éxito la obra teatral original. Pero yo no tenía claro a Niels Arestrup, pues no es alemán, y algunos me decían que era imprescindible que ese actor fuera alemán. Yo le había visto en El profeta, y me había impresionado. Ningún actor me ha provocado tanto miedo como él en esa película. Y era fundamental en mi filme que el General Dietrich Von Choltitz provocara miedo a su alrededor y mostrara una extremada firmeza en su decisión de destruir París. Así que mantuve a Arestrup en mi película, salvando el cliché de que debía ser un actor alemán quien interpretara a ese personaje. Pienso que fue una gran decisión, pues Arestrup va mucho más lejos de lo que hubiera ido ningún actor alemán, y muestra una desinhibición impresionante.
Me ha gustado mucho la variedad y vigor de su planificación, con la que supongo que ha intentado suavizar la teatralidad del escenario casi único.
V. S./ Me alegra que te hayas dado cuenta de este esfuerzo, pues ha sido muy grande. Lo primero que hice fue buscar al director de fotografía, y hablé con bastantes antes de decidirme por Michel Amathieu. Yo no quería una puesta en escena estática, cargada de planos y contraplanos; quería dos cámaras muy fluidas, que se movieran constantemente por la habitación. Todo el mundo me decía: «Eso es imposible en una pequeña habitación de hotel». Finalmente conseguimos manejar muy bien las steadicams y adaptar el decorado a lo que queríamos. Los actores también me ayudaron mucho, pues habían representado la obra teatral unas 300 veces, y la conocían muy bien. Aunque eso, por otro lado, era también un cierto hándicap, pues se les habían metido rutinas y tics que perjudicaban sus interpretaciones. Así que estuvieron de acuerdo en actuar de otra manera, e incluso de reinventar sus actuaciones, precisamente para que pudiéramos filmarlas desde muy cerca.
También oxigenan muchos las salidas al exterior.
V. S./ Sí, aunque son muy pocas. Tienen la misión de reforzar la claustrofobia que genera el duelo entre los dos protagonistas. Es como el silencio y el ruido. Conviene alternar esas situaciones antagónicas para reforzar la que quieras. Como conozco muy bien París, en cuanto leí la obra teatral me obsesioné con aprovechar la espléndida situación del Hôtel Meurice, en plena Rue de la Rivoli, y desde cuyo tejado se ve todo París. Así que tuvimos que inventar en el guión una razón para que el general tuviera que subir a ese tejado… (risas). Todas esas conversaciones en los pasillos solo sirven para legitimar esa subida al tejado del general para poder comunicarse con sus subordinados.
¿Han modificado más cosas de la obra original?
V. S./ La obra teatral era muy buena, pero la hemos reescrito bastante, sobre todo porque yo encontré en Alemania fuentes históricas que Cyril Gely no había manejado. Por ejemplo, la transcripción de todos los interrogatorios de los aliados al general Von Choltitz, al día siguiente de su detención. Enseguida lo llevaron a Inglaterra, y allí siguieron interrogándole. Hasta tenían micrófonos en las celdas para revisar las conversaciones entre los presos, muchos de los cuales despreciaban a Von Choltitz por haber capitulado. Y él intentaba justificarse. Todos estos detalles enriquecieron su retrato en la película, enormemente ambiguo y contradictorio.
Ha aprovechado usted la ocasión para afrontar un montón de dilemas éticos, a cuál más peliagudo.
V. S./ El cine es metafísico o no es… El conflicto de Von Choltitz es muy interesante, pues como buen militar debe creer en la obediencia, pues en ella reside la fortaleza de un ejército. Sobre todo para un general alemán y además prusiano… (risas). Pero, al mismo tiempo, hay una conciencia humana que cuestiona esa obediencia. Por su parte, el cónsul Raoul Nordling era también un personaje muy interesante, pues no actuó en nombre de su gobierno, que era neutral, sino por pura iniciativa personal. Una toma de posición que, en cierto modo, rompió la neutralidad de su país. Él intentaba salvar París de un modo apasionado… Y me imagino su desesperación al estar delante de aquel general alemán, que era como un monolito, como un guerrero con armadura de acero. Fue como una lucha de paladines o como una partida de póker con una apuesta muy fuerte: el propio París.
En todo caso, su película elogia con decisión la negociación frente a la guerra. Un tema, por cierto, que sigue siendo de enorme actualidad.
V. S./ Sin duda, porque hoy faltan por todas partes diplomáticos con una fuerte convicción de que las palabras pueden ser más poderosas que las armas. No sé si son los políticos, que no quieren delegar el poder en los diplomáticos, porque quieren hacerlo todo ellos mismos. O es la opinión pública que a veces prefiere enviar militares, bombas, etc. Unos y otros, con esa idea de que hay que castigar a «los malos»…
Quizás faltan también políticos y militares con conciencia…
V. S./ Puede que sí. El problema es que los políticos solo piensan en sus resultados en las próximas elecciones. Su máximo horizonte vital es de cuatro años. No piensan más allá. Y, sin embargo, hay que pensar los problemas teniendo en cuenta a las generaciones futuras. Y esto a los políticos no les interesa.
¿Su siguiente película será también histórica?
V. S./ No, será una historia de amor… contemporánea. La he escrito con el premiado escritor irlandés Colm Tóibín, autor por cierto de El sur, una novela ambientada en Barcelona. Y también habla de España en La señal de la cruz. Viajes por el catolicismo europeo. Solo nos falta conseguir la financiación.