· «La historia es de gran envergadura, pero sobre todo tan desafortunadamente universal que se hace imposible no ver en ella la realidad reflejada»
¿Cómo empezó esta aventura para usted?
Christian Duguay/ Primeramente, tuve un encuentro muy agradable con Nicolas Duval, Laurent Zeitoun y Yann Zenou de Quad; querían verme porque les había encantado Jappeloup: de padre a hijo. A los tres les apasiona el cine y conocen los complejos engranajes de este oficio. Me hace feliz encontrar gente que ha reflexionado profundamente lo que va desde la escritura del guion hasta el rodaje.
Cuando me preguntaron si conocía Una bolsa de canicas, de Joseph Joffo, tuve que admitir que jamás había leído el libro. La verdad es que es poco conocido en Quebec. Al descubrirlo, me impactó la tenacidad, la convicción y la fuerza de esta historia llena de esperanza. Es una epopeya luminosa narrada desde el punto de vista de los niños, acerca del mundo que los rodea y sobre la manera en que la realidad los atrapa. La historia es de gran envergadura, pero sobre todo tan desafortunadamente universal que se hace imposible no ver en ella la realidad reflejada, el sufrimiento y, a veces, los momentos felices de la gente.
¿Cómo fue su encuentro con Joseph Joffo?
C. D./ Con Joseph hablamos sobre todo de su padre: en su voz he comprendido lo que hay en las entrañas del libro. Cuanto me contó Joffo me permitió entrever el nexo de unión entre Joseph y mi cine; es posible hallar el mito del padre en todas mis películas. La figura paternal, para mí, es de naturaleza divina, aporta seguridad. Contrariamente, en el libro se evoca al padre pero no resulta la columna vertebral del relato.
¿En qué dirección pensaba orientar la adaptación?
C. D./ El libro está en primera persona, pero se escribió treinta años después de los hechos. Por el contrario, la película expone constantemente el punto de vista de un niño sin la perspectiva del narrador del libro. Se trata de un relato iniciático en el curso del cual los propios niños experimentan acontecimientos tan increíbles que, cuando Jo retorna a París, casi dos años más tarde, ya no es el mismo.
Usted conoce la época, ya que ha realizado un filme sobre Hitler. Pese a ello, ¿ha sentido la necesidad de documentarse sobre el periodo?
C. D./ Efectivamente, hice un trabajo tremendo para Hitler: el reinado del mal, conocía el contexto político, pero me fascinaba la ocupación alemana en Francia. Tal y como lo entiendo, era preciso sentir la Historia a través de los escenarios. Por ejemplo, en la parte de Niza, cuando vemos a los italianos abandonar Francia precipitadamente, comprendemos que los Aliados han desembarcado. Son este tipo de detalles los que nos permiten no ser demasiado explicativos. Una vez más, es la universalidad de esta historia la que ha conmovido tanto al mundo desde la aparición del libro. Se han visto tantos largos de esta época, que lo que hoy cuenta es la idoneidad de las emociones, las mismas hoy en día por más que el decorado haya cambiado.
Hábleme de la audición para los papeles infantiles.
C. D./ Tuve la fortuna de trabajar con Valérie Espagne, una formidable directora de reparto. Procuró más de un millar de niños, y entre éstos quedé seducido por Dorian Le Clech (Joseph) y Batyste Fleurial (Maurice). Por fortuna, se produjo un pequeño milagro entre ellos dos.
Dorian tiene chispa en la mirada. Por ejemplo, para la escena de la bofetada, le di la réplica, y las emociones emergieron con naturalidad. De súbito, comprendió lo que buscaba en su papel y se ciñó a mis directrices y al espacio en el que había de interpretar. Era necesario que viviera las escenas. Batyste tenía menos experiencia que Dorian, pero supo trabajar con rigor para entrar en la piel del personaje. Tiene un fuego interior que aprecio mucho y se mostró muy atento. Le mostré lo que era el arco de un personaje sin intelectualizar demasiado el papel: quería que pudiera sentir su texto y que se sumergiera en el detalle de la interpretación proveyéndola de la perspectiva de la escena en su totalidad.
¿Pensó en seguida en Patrick Bruel y Elsa Zylberstein para encarnar a los padres?
C. D./ Patrick se hizo una evidencia en pleno proceso de escritura. Esperaba la ocasión idónea para proponérselo. Él ya había leído un primer esbozo del guion y quedó prendado. Le mostré las escenas con Dorian, quedó atónito: creo que se proyectó en sus propias películas. Hablamos de nuestros hijos, del libro, de Un secret, de Claude Miller, y de mi percepción del papel. Y su encuentro con Dorian fue magnífico.
Al comienzo, temía que Elsa fuera demasiado joven para el papel. Pero pensándolo mejor, tomé consciencia de que en la época las mujeres eran madres muy jóvenes: no es sorprendente pues que tenga chicos en la veintena. Quería que asumiera su papel de madre y ha sido formidable.
En ocasiones, usted está lo más cerca posible de los actores.
C. D./ Sí, en los momentos más traumáticos de la película quería estar en los detalles. Por ejemplo, para la escena del tren he rodado con un objetivo macro para ser lo más sofocante posible y centrarme en dos o tres detalles concretos. Una lente cerca de los actores es la que deja una perspectiva y ofrece un punto de vista opresivo.
La música la firma Armand Amar.
C. D./ Es mi segundo largo con él tras Belle et Sebastian, l’aventure continue. Sabe cómo la música se inscribe para acompañar la dramaturgia y dar una nueva emoción a la película. Su generosidad y franqueza han sido absolutas. Hemos tenido un verdadero diálogo para crear los temas musicales. Antes había que instalar específicamente un tema para Elsa Zylberstein, a fin de que ésta fuera creíble en su modo de tener el violín y de afinarlo. Además, desde que ella toma el instrumento y los niños la miran, se comprende todo el pasado de la familia. Pues en Una bolsa de canicas el universo familiar es muy importante: cada vez que los padres de Jo y sus hijos se reencuentran era preciso que se percibiera hasta qué punto se sienten bien juntos, y eso llega con la música. Esta escena solo dura diez segundos, pero se comprende todo.
Fuente: A Contracorriente