Entrevista a Laurent Cantet, director de El taller de escritura
· Laurent Cantet: «La película puede ayudar a entenderse a gentes que tienen visiones diferentes de las cosas»
Laurent Cantet, prestigioso director de La clase y Retorno a Ítaca, es un viejo conocido. Nos alegra verle.
¿Qué tal ha sido volver a rodar con un guion de Campillo?
Laurent Cantet/ He escrito (hay que decir que Cantet siempre participa en los guiones) varias películas con Robin, tenemos puntos de vistas similares sobre el cine, sobre el mundo, sobre temas políticos, resulta fácil trabajar con él. En este caso fue muy natural, al principio no sabíamos muy bien dónde iba la película, al final, poco a poco, se impone la lógica de la propia cinta, es un placer trabajar con él.
En una escena de El taller de escritura se habla de los límites de la literatura, de una línea roja que no debe traspasarse. ¿Existe esa línea roja?
L. C./ No, uno puede escribir sobre un asesino sin convertirse en uno. Ahí encontramos la diferencia entre la libertad de expresión y la libertad artística. No creo que se pueda decir todo. Pienso que si alguien me viniera con propósitos antisemitas, no tendría ningunas ganas de hablar con él. Al contrario, una película que reflexione sobre el antisemitismo me parece algo necesario, o indispensable. Son dos cosas completamente distintas.
La profesora advierte a Antoine que se va a quedar solo. El guion se atreve con los límites de la libertad de expresión.
L. C./ [Cantet matiza el personaje de Antoine]. No estoy seguro de que todo lo que dice sea verdad. Su problema es la dificultad que tiene para entender el mundo y encontrar su lugar en él. En cuanto a la soledad, tienen una actitud romántica. El filme muestra que en cuanto existe una posibilidad de apertura puede descubrirse a sí mismo. Tal tipo de situaciones pueden ser el último bastión ante la barbarie actual. Antoine es quien se expresa con mayor libertad, de hecho, es él quien se impone en el grupo. Por otra parte, no estoy seguro que sus propósitos agresivos sean sus verdaderas opiniones. La película muestra su vulnerabilidad ante el extremismo.
De hecho, lo muestra en su escrito final…
L. C./ El texto final muestra que existe la posibilidad de salir de aquel ambiente y de superar el supuesto destino que nos aguarda. Por lo demás, tiene unas opiniones que no tengo ninguna necesidad de promover. La película está posicionada, pero no protege a ningún personaje. Antoine no es alguien muy presentable, pero al mismo tiempo es un personaje atractivo. Tal vez porque nos damos cuenta de que él mismo es una víctima y ha caído en la trampa. Tal vez también porque lo humano es más fuerte que la ideología. Temo más por él que a él.
La palabra es muy importante en su película, cree que tiene más importancia que hace veinte años o, por el contrario, que se está banalizando.
L. C./ Creo que la ideología ha venido a menos, el pensamiento tal vez también. Creo que las cuestiones que hoy en día están en juego se han simplificado mucho. Si el presidente de una república puede resumir su pensamiento en 140 caracteres… podemos decir que la palabra ha perdido color [risas]. Pero seguimos llevando dentro la palabra. Y crear situaciones en las que la palabra es primordial resulta interesante. La experiencia del taller de escritura, por ejemplo, me refiero al rodaje, me ha demostrado que las palabras tenían todavía su fuerza. Uno de los jóvenes actores vino a verme al final, casi llorando, porque se había terminado. Me dio las gracias diciendo que nunca había hablado tanto ni reflexionado tanto sobre quién era y qué hacía en este mundo. Creo que uno de los mensajes del filme es si creamos estos espacios, podemos conseguir la inteligencia, la comprensión, y la madurez.
Los sucesos de Bataclan están presentes en toda la película, pero no se habla de ellos.
L. C./ Más aún, en el origen de la película está el deseo de abordar estos temas. Me interesaba mostrar a estos jóvenes una página de historia totalmente inédita. Algo impensable, sobre todo con veinte años y un pasotismo arraigado. Los atentados, especialmente los de noviembre, prueban que los objetivos eran principalmente los jóvenes. Y todo eso ha desencadenado en la sociedad francesa una continuación de miedo, miedo en la calle y miedo al otro. Y de un espíritu comunitario cada vez más fuerte, excluyente, que señala a la gente de origen árabe, clasifican a la gente en buenos y malos. Esos atentados han provocado algo profundo.
Para terminar con las palabras, la escena final en la que Antoine viene a leer lo que ha escrito, ¿refleja tal vez que lo que era incapaz de expresar de viva voz puede ser algo reflexionado y escrito?
L. C./ No me parece importante la diferencia entre leído o dicho directamente, lo que sí es fundamental es que haya reflexionado y haya verbalizado su situación. Que la experiencia sea literaria, que ello haya tenido una consecuencia real en su vida. Si la ficción tiene lugar en la película es porque Antoine lo quiere, él inventa la ficción. Inventa su ficción con Lucia. Como trabaja en una novela violenta quiere explorar esa relación y eso da a la película una dirección nueva con una presencia extraña, muy física, el mar, las rocas, el cuerpo, una experiencia poética de su relación con el mundo. Que podrá aprovechar más adelante. Por ejemplo, el gesto de disparar a la luna es puramente literario, en lugar de dispararse tira a la luna. Ha integrado la creación y eso le permitirá superar una situación a la que estaba abocado sin ello. Podría haberse dejado llevar por todo ese ambiente que le rodeaba.
Llama la atención que unos jóvenes se pongan como referencia series americanas, y no francesas.
L. C./ Me temo que sus referencias sean más americanas que francesas. Manifiestan sus ganas de escapar de lo cotidiano. Salvo Antoine, que sugiere ir a rodar a Boston. También es algo que manifiesta las ganas de salir del mundo pequeño en el que viven. Se trata de una apertura al mundo.
Háblenos de la elección de La Ciotat, una ciudad en decadencia. Es una película con gran pendiente social.
L. C./ Sí, la película habla de referentes que ya no existen; antes pertenecer a la clase obrera era algo, ahora ya no. Se ha establecido un foso entre dos generaciones. Por una parte estos jóvenes con una mirada inmediata sobre el mundo. No tienen futuro y el pasado no les interesa, viven en el momento presente. Olivia pertenece a otra generación y cree que mirar el pasado les puede dar un referente que les permita analizar el presente. Creo que esto es algo importante que puede ayudar a entenderse a gentes que tienen visiones diferentes de las cosas, aunque vayan en sentidos diferentes hay un punto de encuentro. La ciudad lo tiene, hay una especie de mitología del astillero, las grúas ahora son un monumento histórico, estarán siempre ahí recordando que la ciudad fue algo grande lleno de vida. Y también hace que los jóvenes se sientan excluidos de ello.
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