Rodrigo Sorogoyen, director y guionista de Stockholm
Rodrigo Sorogoyen, director y guionista de Stockholm: «Estamos sumidos en una situación muy crítica, pero las ganas de hacer cine pueden con todo»
Después de 8 citas, Rodrigo Sorogoyen da un salto de calidad con una película madura sobre el amor o el timo a primera vista.
Stockholm se rodó en 13 días, con un presupuesto pequeñísimo (60.000 euros), más de 250 personas que colaboran en la financiación, utilización de “crowdfunding” (financiación colectiva)… ¿La crisis agudiza el ingenio?
Rodrigo Sorogoyen/ Por supuesto, no cabe ninguna duda. A lo largo de la historia ha habido grandes pruebas de ello. Estamos sumidos en una situación crítica, pero las ganas de hacer cine pueden con todo. El ingenio se agudiza y se buscan las maneras y los recursos necesarios para que se siga practicando algo tan antiguo y primitivo como es contar historias.
Toda la película está apoyada en la interpretación de Javier Pereira y Aura Garrido, que monopolizan la historia. ¿No le daba miedo tanto riesgo? ¿Tenía dudas que entre los dos actores existiría la química necesaria?
R. S./ Para mí el guión era una base estupenda. Solo se necesitaban dos buenos actores. Y se escogieron a dos grandísimos actores. Ahí estaba la clave. La dirección de actores se basa en un 50% en el casting. No fallamos. En cuanto a la química surgió como debía surgir, que los actores no se conocieran entre sí ayudó mucho a la credibilidad de sus personajes y de su situación en la historia.
A lo largo de la película utiliza con frecuencia el plano-secuencia. ¿Le interesaba especialmente como medio de credibilidad interpretativa?
R. S./ Exacto. Soy fan del plano secuencia. ¿Si algo se puede contar con un plano por qué contarlo en dos? Es lo que da credibilidad a lo que sucede, a lo que el espectador ve. Es la mejor manera para que los artificios sean los menos posibles. Obviamente hay películas que no lo piden, pero Stockholm lo pedía a gritos. Sobre todo en la segunda parte de la película, la historia pedía planos largos y planos secuencias, había que huir del artificio y centrarse en lo real, intentar meter al espectador en esa casa y vivir lo que los personajes están experimentando. Y lo que están experimentando no es otra cosa que la más horrible cotidianidad.
Stockholm es una película generacional que se aleja totalmente de los clichés juveniles de taquillazos nacionales cinematográficos y televisivos como Fuga de cerebros o La que se avecina. ¿Era consciente de hacer una película a contracorriente?
R. S./ Gracias, la verdad. Era un objetivo primordial. Si no hubiéramos intentado hacer eso, la película no valdría para nada.
Es muy difícil contar una historia banal que le ocurre a casi todo el mundo cada fin de semana y hacerla interesante y desde una perspectiva madura. Esperamos haberlo conseguido, o habernos acercado, al menos.
El amor y el sexo se confunden en su película en conversaciones que suenan muy cercanas. ¿Cree que la hipersexualización que muestran las películas juveniles es una realidad que genera una ficción o una ficción que moldea la realidad? ¿Considera que las relaciones actuales están con demasiada frecuencia heridas de hipocresía y superficialidad?
R. S./ Por supuesto. Se retroalimentan mutuamente. Somos así por lo que vemos todos los días en la televisión y en las revistas. Pero no nos olvidemos que las revistas y la televisión tienen esos contenidos porque los demandamos. ¿Heridas de hipocresía y superficialidad? Somos más susceptibles a ello, sí. Nos es fácil caer en esa hipocresía y en esa superficialidad sin ningún reparo… pero también somos más resistentes. Estamos muy curados de espanto. Nos estamos haciendo muy escépticos.
Suscríbete a la revista FilaSiete