El acorazado Potemkin (1925), de Sergei M. Eisenstein (parte 3): Lanzamiento internacional

Según datos de la época, en doce días de febrero de 1926 El acorazado Potemkin tuvo en Moscú 68.863 espectadores; mientras que Robín de los bosques (1922), de Allan Dwan, con el famoso Douglas Fairbanks, tuvo en ese mismo período 55.241.

De regreso a Moscú el 23 de noviembre, Eisenstein se consa­gró por entero al montaje, dedicando días y noches enteras al trabajo con la moviola. Aquí se demostraría su genio definitivo. Trabajando directamente sobre los negativos era capaz de vislumbrar los momentos de corte, de énfasis visual, de ritmo narrativo. Tam­bién realizó una gran labor de síntesis: de los quince mil metros de película impresionados, el cineasta emplearía finalmente 1.850. Y así, rodeado literalmente de bobinas de celuloide, pasó cuatro semanas sin apenas descanso, hasta el mismo día del preestreno.

Estreno en la Rusia comunista

El primer pase de El acorazado Potemkin en el Teatro Bolshoi de Moscú tuvo lugar el 21 de diciembre de 1925. Había empezado la proyección cuando el ayudante de dirección, Grigori Alexandrov, salió del laboratorio en motocicleta con los últimos rollos. El director llegó a la sala cuando se pasaban las últimas imágenes, y fue recibido con una impresionante ovación. «Al día siguiente -escribió SklovskiEisenstein se despertó célebre». El hecho es verdaderamente sorprendente, habida cuenta de que la cinta era (¿sigue siendo?) una película difícil, o en todo caso austera, sin seducción inmediata: no hay héroes ni actores conocidos (el protagonista es la masa), por lo que se hace muy ardua la identificación del público. Además, hay una ausencia casi total de historia, de intriga hilvanada a la manera tradicional. Se trataba más bien de una obra vanguardista cuyo atrevido montaje de­bía desconcertar inevitablemente al público y a las autoridades del mo­mento. Y, sin embargo, triunfó como ninguna otra cinta rusa lo ha­bía hecho hasta entonces.

La película circuló en la Unión Soviética a partir del 19 de enero de 1926. En Moscú se estrenó en doce salas; el 22 de enero se proyectaba en veinticuatro. Y seguía subiendo. Según datos de la época, en doce días de febrero El acorazado Potemkin tuvo en Moscú 68.863 espectadores; mientras que Robín de los bosques (1922), de Allan Dwan, con el famoso Douglas Fairbanks, tuvo en ese mismo período 55.241. La crítica, normalmente controvertida -porque las exigencias del Partido en materia artística eran siempre categóricas-, fue sin embargo muy favorable. El crítico Anissimov dijo sobre la cinta: «La película es un acontecimiento. Al igual que El nacimiento de una nación (1915), de Griffith, inauguró el gran cine americano, el segundo trabajo de Eisenstein inaugura el gran cine soviético». Y Alexeiev, por su parte, sentenciaba en su reseña con fórmula paradójica: «Guion genial en su simplicidad, puesta en escena genial en su complejidad».

Fría acogida internacional

Sin embargo, y debido a su fuerte carga de propaganda comunista, la película tuvo una distribución restringida en la mayoría de los países. Solo Alemania la acogió con entusiasmo: estrenada en Berlín el 29 de abril de 1926, la cinta estuvo en cartelera durante más de un año. Pero al margen del país germano, ningún otro le dispensó una buena acogida. En Inglaterra sólo se autorizaron proyecciones privadas en cineclubs y salas no comerciales. En los Estados Unidos, cortada casi una tercera parte, se estrenó el 5 de diciembre de 1926 en una sala de Broadway y permaneció dieciséis semanas en cartel. La difusión pública de El acorazado Potemkin no se autorizó en Francia hasta 1953, en Japón hasta 1959 y en Italia hasta 1960. En España, la dictadura del General Primo de Rivera impidió su exhibición. En 1931, el Gobierno de la República autorizó las proyecciones privadas de la película en cineclubs (el primer pase fue en el cineclub Español de Madrid, en mayo de 1931), pero prohibió su proyección pública. Con la llegada del franquismo la película volvió a ser prohibida, hasta que en 1952 se inició la apertura del régimen y retornó a los cineclubs. Y todo por lo mismo: por su descarado tono propagandístico.

La cinta, aclamada en su tiempo como obra cumbre del realismo en el cine (el «realismo social»), permanece irónicamente en el Sépti­mo Arte como el triunfo de la estética sobre la verdad histórica. Porque ese buque privilegiado no era exactamente un acorazado, ni se abrió paso heroicamente entre los navíos blancos del ejército zarista, sino que la rebelión fue sofocada, los amotinados ajusticiados, y la famosa carga en las escaleras… nunca tuvo lugar. La película está basada en hechos reales: la sublevación de los marineros del Potemkin, pero la cinta dista mucho de ser una reconstrucción histórica, entre otras cosas porque su finalidad era estrictamente propagandística y no la fidelidad a los hechos. Con todo, sus enormes valores cinematográficos hacen que este punto -su veracidad o falsedad- haya quedado hoy absolutamente diluido.

Es interesante recoger aquí una cita del estudioso francés Denis Ma­rion: «Es posible creer a Eisenstein cuando afirma que improvisó la famosa secuencia de la escalera. Esto está claro para quien la analice con una mirada fría, pero, ¿quién es capaz de permanecer calmado ante un fragmento de un lirismo tan convulsivo? Pare­ce que, en realidad, la escalera tenía 120 peldaños. En la película tiene por lo menos seiscientos. Está alternativamente desierta -a excepción de algunos cadáveres- y abarrotada de gente. Uno no logra saber cómo disparan los soldados ni por dónde huye la multitud. No hay ninguna continuidad en la acción. Lo cierto es que no se trata de un relato (ni siquiera en modo épico) de un acontecimiento, sino de una meditación lírica sobre el carácter salvaje de la represión policial. El poeta se ciñe solamente al carácter emotivo de las imágenes, las desarrolla, las abandona, las retoma… como un motivo musical y no signos inteligibles de un acontecimiento que tuvo lugar en un momento dado».

Ciertamente, el filme es una obra maestra, y así han sabido reconocerlo los expertos. En 1952, una encuesta realizada por el Comité del Festival de Bruselas a realizadores de todo el mundo designó a El acorazado Potemkin la mejor película de la historia. En 1958, en el marco de la Exposición Universal de Bruselas, 117 historiadores del Séptimo Arte la volvieron a elegir como mejor cinta de todos los tiempos. Y en 1961, los setenta críticos de once países distintos que respondieron a la encuesta del British Film Institute la situaron nuevamente entre las mejores películas del cine universal.

Es una joya, una clase magistral sobre el montaje, la puesta en escena y el ritmo narrativo. Y tiene escenas antológicas, como la carga en la escalinata de Odessa, que ha sido copiada por infinidad de directores y homenajeada casi plano por plano por Brian de Palma en Los intocables de Elliot Ness (1987), incluyendo la caída del carrito por las escaleras. Quizás por esto nos ha llegado simplemente como obra de arte, y en modo alguno como documento histórico.

El acorazado Potemkin (1925), de Sergei M. Eisenstein (parte 1)

El acorazado Potemkin (1925), de Sergei M. Eisenstein (parte 2)

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