El maquinista de La General (1926), de Buster Keaton (parte 4): Una producción muy costosa

El maquinista de la General, de Keaton. Como acostrumbaba desde el inicio de su carrera cinematográfica, Keaton rechazó ser doblado por otros actores en las escenas de riesgo.

Como acostrumbaba desde el inicio de su carrera cinematográfica, Keaton rechazó ser doblado por otros actores en las escenas de riesgo. Feliz con un tren de verdad para él solo, aprendió a conducirlo hasta ser capaz de hacer todos los malabarismos escénicos que vemos en la cinta. En cada toma Keaton gritaba «¡Acción!» y se sumergía de inmediato en la escena, y el operador de cámara tenía orden de rodar hasta que Buster exclamara «¡Corten!»… o se matara.

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Secuencias antológicas

Con todo, la escena de mayor riesgo fue, no obstante, la menos aparente y quizás la más bella de su carrera. Rechazado injustamente por la chica, Keaton se siente invadido por un estado de profunda melancolía sentado sobre la biela de su locomotora, que de pronto comienza a funcionar con él encima: «En esa toma mi vida dependía de la pericia que tuviera el maquinista -explicó el realizador años después-. La máquina tenía que arrancar muy lentamente, porque si las ruedas resbalaban sobre los rieles, cosa bastante frecuente, yo podía caer hacia atrás y ser despedazado por la locomotora».

El rodaje comenzaba muy temprano cada mañana y se prolongaba hasta el atardecer. Keaton continuaba entonces el trabajo hasta bien entrada la noche preparando, con ayuda de sus colaboradores, el rodaje del día siguiente. Como otras grandes obras del cine cómico mudo, El maquinista de la General se realizó sin un libreto totalmente definido. Con pocas excepciones, los gags se ideaban, se desarrollaban y se ensayaban sobre la marcha. Y cuando una idea no funcionaba, Keaton detenía la actividad y se dedicaba a pensar, explorando nuevas posibilidades, hasta que ideaba una solución para la escena o descartaba la situación que producía el bloqueo.

Este modo de hacer, que explica esa tendencia a la narración episódica que vemos en la mayoría de los largometrajes cómicos -desde Chaplin hasta Laurel y Hardy-, había sido hábilmente compensado por Keaton en películas anteriores como La ley de la hospitalidad (1923) o El navegante (1924), en las que procuraba descartar todos aquellos gags que no hicieran avanzar la acción. Pero en El maquinista, cuya estructura narrativa ha sido comparada con un mecanismo de relojería, el realizador se supera a sí mismo. Cada situación deriva en la siguiente con la misma fluidez y simetría del recorrido ferroviario: Keaton atraviesa la primera mitad del filme de derecha a izquierda, persiguiendo a «The General» a bordo de «The Texas», y la segunda mitad, de izquierda a derecha, a bordo de la General y perseguido por la Texas. Todo lo que los perseguidos ejecutan contra el perseguidor durante la primera parte es ejecutado en sentido opuesto en el recorrido de la segunda parte. Sin embargo, lograr esa simetría y esa extraña perfección de la película supuso un alto costo para la productora. Keaton sabía que la historia y la puesta en escena -la bella y divertida persecución de los ferrocarriles- iban a producir un impacto seguro en el público, y por eso se tomaba su tiempo hasta lograr que cada situación fuera perfecta, digna del que iba a ser su mejor filme.

A esos retrasos, frutos del perfeccionismo, se sumaron otros causados por la necesidad de apagar los frecuentes incendios que las chispas de las locomotoras causaban en las pilas de heno y en las granjas circundantes. Sobre todo porque Keaton se empeñó en que las máquinas funcionasen realmente quemando madera y no con la fuerza de un motor. Uno de esos incendios escapó al control del equipo y, aunque finalmente fue detenido, dejó una densa capa de humo que obligó a suspender el rodaje durante varias semanas, hasta que las lluvias lo disiparon. Keaton aprovechó esos días para rodar los pocos interiores de la película, cuyo presupuesto se iba incrementando de forma geométrica.

La secuencia más cara de la historia

No obstante, la gota que colmó el vaso sucedió a finales del rodaje. Keaton decidió culminar su película con el gag más caro de toda la historia del cine mudo. Un oficial testarudo ordena al maquinista de la Texas que atraviese el puente en llamas: «Ese puente no se ha consumido lo suficiente como para detener su tren; avance y mis hombres se encargarán de vadear el río». La locomotora avanza y el puente se deshace bajo su peso, arrojando la máquina sobre el agua y las rocas. El plano siguiente vuelve sobre el oficial que, juzgado en silencio por la mirada inquisitoria de sus soldados, comprende tarde que acaba de ordenar una estupidez mayúscula.

La filmación de esa toma tuvo lugar el día 23 de julio de 1926. Sólo podía rodarse una vez, así es que Keaton dispuso seis cámaras para asegurar que reunía suficiente material como para montar toda la secuencia. Conocedora del hecho, toda la población de Cottage Grove se reunió para contemplar la espectacular destrucción de la máquina locomotora. El puente fue construido especialmente para que se desplomase al paso del más liviano vehículo, y la Texas utilizada en el rodaje fue doblada por la tercera máquina, en mucho peor estado, después de que los técnicos la juzgasen en peores condiciones que las otras dos.

Sus restos permanecieron en el río durante casi veinte años, hasta que fueron rescatados durante la segunda guerra mundial para reciclar sus componentes metálicos. En cambio, los extremos del puente desmoronado, con la madera consumida por el tiempo, todavía resisten sobre las orillas de Culp Creek y constituyen el último testimonio del paso de Keaton por aquel lugar. El costo de esa toma fue calculado en unos 42.000 dólares de entonces, aproximadamente un millón ochocientos mil según valores actuales.

El maquinista de La General (1926), de Buster Keaton (parte 1)

El maquinista de La General (1926), de Buster Keaton (parte 2)

El maquinista de La General (1926), de Buster Keaton (parte 3)

El maquinista de La General (1926), de Buster Keaton (parte 5)

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