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Espartaco (1960, de Stanley Kubrick (parte 2)

Nada más leer la novela de Ho­ward Fast, Douglas comprendió que aquélla debía ser su película

Espartaco (1960), de Stanley Kubrick

Espartaco (1960), de Stanley Kubrick (parte 2): Vueltas y revueltas del proyecto

· Espartaco de Kubrick | Nada más leer la novela de Howard Fast, Douglas comprendió que Espartaco debía ser su película, por lo que compró los derechos para Bryna.

No era éste el primer proyecto cinematográfico sobre el legendario gla­diador. Ya en la época muda se habían filmado dos películas con el tí­tulo Spartacus: la primera en 1913, de Enrico Vidali, y la segunda en 1919, de la que hoy apenas queda rastro. La que años después diri­ge Ricardo Fredda (Espartaco, 1952) resulta mucho más acertada en la recreación histórica, por su respeto a la figura del esclavo (un antiguo general castigado, que se redime al rebelarse y ser crucificado). El re­parto incluía a Massimo Girotti en el papel del esclavo tracio, Ludmilla Tcherina y Gianna Maria Canale, una de las reinas del peplum.

Tampoco fue el de Kubrick el último proyecto sobre el tema. Como sue­le suceder en estos casos, el éxito de la superproducción de Bryna pro­piciaría varias secuelas, como El hijo de Espartaco (Sergio Corbucci, 1962) con el inefable Steve Reeves, y de nuevo Gianna Maria Canale. En los años siguientes llegarían Roma contra Roma (1963) y Espartaco y los diez gladiadores (1964). El argumento también inspiraría y daría tí­tulo a una intensa partitura del compositor armenio Aram Khat­cha­tu­rian, utilizada para un ballet de carácter no menos heróico.

Un guionista con seudónimo

Nada más leer la novela de Ho­ward Fast, Douglas comprendió que aquélla debía ser su película. Así, com­pró para Bryna los derechos cinematográficos del libro y acudió en so­licitud de ayuda a United Artists, que había distribuido Los vikingos con gran éxito. A la primera negativa del Estudio, que le desconcertó, si­guió un telegrama informándole de la inviabilidad de su proyecto: Uni­ted Artists estaba preparando el rodaje de una película sobre el escla­vo tracio a partir del texto The gladiators, original de Arthur Koestler. Yul Brynner iba a ser la estrella del film y Martin Ritt su di­rector.

Douglas trató entonces de aliarse con el enemigo, proponiendo juntar los proyectos porque -argumentó-, “el filme tiene dos papeles estu­pen­dos”. Como respuesta, en la revista Variety apareció una fotografía pu­blicitaria de Yul Brynner caracterizado como Espartaco, anunciando que el rodaje de la película era inminente y que estaba presupuestada en cinco millones y medio de dólares. Encolerizado, Douglas remitió un telegrama a Arthur Krim, Jefe de la United Artists, anunciándole que gastaría cinco millones quinientos dos mil dólares en Spartacus. Pe­ro como las dificultades nunca vienen solas, a este contratiempo se le unió otro aún mayor: el Estudio no sólo había registrado el título de The gladiators, sino también el de Spartacus

Douglas sintió entonces que se le iban las fuerzas y pensó seriamente en abandonar, pero la capacidad persuasiva de su socio Edward Lewis le devolvió a la lucha. De momento, logró la autorización de Fast pa­ra ampliar la opción sobre los derechos de su novela -había agotado ya el primer año- a cambio de un dólar simbólico y la promesa de que él redactaría el guión, lo que a la postre se revelaría como una opción de­masiado arriesgada. Acto seguido emprendió la búsqueda del director y de los restantes intérpretes.

Tras varios intentos, quiso atraerse al afamado David Lean, que acababa de concluir El puente sobre el río Kwai. Pero éste desechó la oferta ale­gando que el proyecto “no encajaba en su estilo y quedaría mal si lo dirigía él”. Según Douglas, este tropiezo era mínimo comparado con la desastrosa calidad de las primeras 60 páginas del guión escritas por Ho­ward Fast: “No había apelado a los elementos dramáticos que él mis­­mo había incluido en el libro. Sólo eran personajes que escupían ideas, meros discursos”.

Descubrió entonces el tremendo error que había cometido al prometer tan alegremente la escritura del guión. Y tras abonar en balde los ho­norarios de Fast, recurrió al guionista Dalton Trumbo, que había si­do uno de los famosos “Diez de Hollywood” encarcelados por negarse a de­clarar sus convicciones políticas ante el Tribunal de Actividades An­tia­mericanas. Conocido por su rapidez y su talento, Trumbo utilizaba dis­tintos seudónimos. En 1956, la Academia de Hollywood había otorga­do el Oscar al mejor argumento a un tal “Robert Rich” por El bravo, de Irving Rapper. “Rich” no subió al estrado para recoger la esta­tuilla. Era Dalton Trumbo.

Oficialmente, el guión de Espartaco sería escrito por “Sam Jackson” (seudó­nimo elegido para la ocasión por Trumbo) y su socio en Bryna Edward Lewis. Según refiere Douglas en sus memorias, Dalton no aco­gió el proyecto con entusiasmo, ya que consideraba que “el enfoque marxista de Fast era de miras tan estrechas como el de los contra­rios al comunismo”, pero aceptó escribir el guión. La condición que puso fue poder partir de cero,

Espartaco (1960), de Stanley Kubrick (parte 1)

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