Luces de la ciudad (1931), parte II: Un rodaje extenuante
Luces de la ciudad | En su libro de memorias, Chaplin recuerda también el origen de la otra parte de la historia: “El argumento secundario de Luces de la ciudad estaba basado en una idea que había estado yo acariciando desde hacía años: dos miembros de un club de ricos, discutiendo la inestabilidad de la conciencia humana, deciden hacer un experimento con un vagabundo que encuentran dormido en un malecón. Le llevan a un suntuoso apartamento y le ofrecen comida abundante, vino y una noche de gratos recuerdos. Cuando se desploma -de pura borrachera- y se queda dormido, lo vuelven a llevar adonde le encontraron. Y él se despierta pensando que todo ha sido un sueño. De esta idea salió la historia del millonario que vemos en la película: el que protege al vagabundo cuando está borracho y lo desconoce cuando está sobrio. Este tema motiva el argumento y hace posible que el vagabundo pueda simular que es rico ante la chica invidente”.
Una película privada del rodaje, rescatada por Kevin Brownlow en el documental Chaplin desconocido, le muestra meditando, contando sus pasos en el decorado, con todo el mundo en suspenso, pendiente de que llegue la inspiración salvadora: un momento único en la historia del cine.
El perfeccionismo de Chaplin
La escena de Charlot con la florista ciega pasa por ser uno de los instantes sublimes en la historia del celuloide. Es una escena tierna, inolvidable, que tiene lugar al son de una música calcada de La violetera (Chaplin tuvo que pagar por ella a Padilla y Montesinos una suma considerable por plagio); una escena que parece el colmo de la simplicidad, pero cuya realización supuso un auténtico calvario. Chaplin hizo repetir a Virginia Cherrill (una joven sin experiencia, seleccionada por el director entre una multitud de grandes actrices) decenas de veces el simple gesto de tender una flor. Así horas, días, semanas: la toma final fue la número trescientos. Una película privada del rodaje, rescatada por Kevin Brownlow en el documental Chaplin desconocido, le muestra meditando, contando sus pasos en el decorado, con todo el mundo en suspenso, pendiente de que llegue la inspiración salvadora: un momento único en la historia del cine.
Esta pormenorizada y extenuante elaboración de Luces de la ciudad, donde el luego director Robert Parrish hace un pequeño papel como vendedor de periódicos y la futura estrella Jean Harlow aparece como figurante, es característica del perfeccionismo de Chaplin. Dirigía a los actores interpretando todos los papeles, hasta los más pequeños; de forma que todas las interpretaciones son en realidad suyas. El guión lo escribía no con papel, sino con película: filmando sus ensayos y tanteando detalles hasta encontrar lo que quería. Insatisfecho por la escena de la flor, despidió a la protagonista y la sustituyó por Georgia Hale, dispuesto a rehacer toda la película; pero pronto comprendió que, a pesar de todo, su intuición inicial era certera, y volvió a contratar a Virginia con un salario que ella hizo subir desorbitadamente.
La prueba definitiva de su espíritu perfeccionista es la decisión heroica de suprimir la secuencia de apertura -descubierta en 1983 por Brownlow, en el documental Chaplin desconocido– donde Charlot intenta, durante siete minutos de inenarrable comicidad sostenida, introducir con su bastón una tablita de madera en una rejilla de ventilación: uno de los momentos cumbres de su arte, que Chaplin suprimió para no comprometer, con su brillantez, el equilibrio narrativo de la película.
Con todo, su filme conserva otra escena aún más maravillosa: la conmovedora escena final, con el encuentro del vagabundo y la florista, recuperada la visión, que descubre por el tacto la identidad de su desconocido benefactor. La frase de ella -“ahora ya puedo ver”: patética en su doble sentido-, y la tímida sonrisa de él no cierran la película: la dejan abierta para toda la eternidad, para toda la historia del Séptimo Arte.