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El gran Gatsby: Trajes para un soñador

El reto de la oscarizada Catherine Martin en El gran Gatsby era conseguir crear un gentleman que al mismo tiempo dejase traslucir su condición de ad­venedizo

El gran Gatsby

El gran Gatsby: Trajes para un soñador

El reto de la oscarizada Catherine Martin en El gran Gatsby era conseguir crear un gentleman que al mismo tiempo dejase traslucir su condición de ad­venedizo.

La novela de Fitzgerald tiene el sabor soleado pero funesto de una tra­gedia griega: la eterna devoción de un hombre por una mu­jer que está fuera de su alcance. Una sociedad altiva y ávida de derroches lo excluye displicente de su círculo de “selectos”. Gatsby confía en que podrá doblegar el axfisiante destino que le imponen, sin im­portar lo enfangado que pueda estar el camino que tenga que recorrer para alcanzar su sueño. Una luz verde, al otro lado de la bahía, es la metáfora exac­ta de algo cercano pero inasible, a lo que aspira sin em­bargo con infinita esperanza. En esa tensión -tan le­jos, tan cerca- la historia se electrifica y descarga so­bre nosotros como una tormenta de verano.

La última adaptación de este clásico ha sido la pelí­cu­la de Baz Lurhmann, quien dinamita esa sociedad de apariencias con un ritmo desbocado y la misma factura de celofán con que envuelve todas sus producciones. En la tarea de construir visiblemente a Gatsby ha par­ticipado también su mujer, la australiana Catheri­ne Martin, que ya había ganado un Oscar por el vestuario de Moulin Rouge (2001) y que en esta ocasión es además responsable de la atmósfera art déco con la que evoca esa época de inquietud e insaciable modernidad que fueron los dislocados años 20.


En vez de asumir ella misma la confección del vestuario, Martin tomó una decisión tan drástica como bri­llante: encargar la totalidad de la indumentaria mas­culina a “Brooks Brothers”, la legendaria casa de con­fección americana que le hacía los trajes a Fitzgerald. El prestigio de esta cadena de sastrerías (la más an­tigua de Estados Unidos), cuya ropa es aún hoy para los ame­ricanos un signo de distinción, empezó a consolidarse en 1865 cuando Abraham Lincoln pidió que le hicieran el abrigo que llevó al teatro el día que fue ase­sinado. En el forro le habían bordado un águila y la inscripción: “un país, un destino”, casi una premonición de la carrera “presidencial” de la firma: Roosevelt les encomendó en 1945 el capote que llevó en la Con­ferencia de Yalta, Kennedy el traje de su boda con Jac­queline en 1953 y Obama el abrigo que llevó a su in­vestidura en 2009.

Pero la contribución de “Brooks Brothers” a la historia de la indumentaria masculina no se limita a la esfera po­lítica. También introdujeron en América la camisa con cuellos abotonados que visten Gatsby y el resto del elenco “elegante”, y que está inspirada en la que usa­ban los jugadores de polo ingleses que aseguraban así que los cuellos no se les levantaran con el aire durante los partidos. Las vendían en el 346 de la Avenida Ma­dison -una de las ubicaciones más exclusivas de Man­hattan- y allí iban a elegirlas el propio Fitzgerald y los estirados miembros de los clubs de Yale y Harvard. El arrogante marido de Daisy Buchanan -la mujer a la que Gatsby amaba más que a su propia vida- pertenecía a uno de esos clubs, lo que demuestra hasta qué punto la presencia de esas camisas en la película no puede ser más simbólica.

En los años 20, “Brooks Brothers” lanzó la “repp tie”, una corbata que también ayudó a popularizar Fitz­gerald y que Leonardo DiCaprio (Gatsby) y Tobey Ma­guire (Nick) -amigos de ley tanto en la novela como en la vida real- llevan en el film con la indolente segu­ri­dad del que se sabe vestido a la última. Esa corbata de diagonales repetidas se inspiraba en la que utilizaban los regimientos militares británicos y fue sinóni­mo, años más tarde, del estilo “Ivy League”, el sport ele­gante americano con que se vestía en las universidades más elitistas. Su uso alude, de manera velada, a la preocupación de Gatsby por que su paso por Oxford fue­se una referencia inamovible en la invención de su pa­sado.

El reto de Martin era conseguir crear un gentleman que al mismo tiempo dejase traslucir su condición de ad­venedizo. Los trajes de lino que se hicieron para Gatsby fueron confeccionados por ello en tonos muy cla­ros, una alusión a su estatus ya que se ensucian con facilidad y es necesario sustituirlos. Uno de ellos de un rosa pálido (en la novela de Fitzgerald, no abundan las descripciones de vestuario pero las que hay son muy reveladoras), es ridiculizado con abierto sarcasmo por Tom Buchanan, quien da a entender que ele­gir ese color tan extravagante era una prueba irrefutable de que Gatsby no había pisado Oxford en su vi­da. Otra fisura por la que se colaba su verdadera procedencia es el hecho de que Jay es el único que lleva “spec­tator”, zapatos bicolores usados entonces por los mú­sicos de jazz que, aunque estaban muy de moda en­tre los nuevos ricos, eran despreciados por la clase al­ta por considerarlos demasiado llamativos.

Igualmente Gatsby suele llevar las camisas con un al­filer mientras que Nick y Tom, que no tenían nada que demostrar, nunca lo usan. Martin consigue con esa modernidad ostentosa de Gatsby mostrar la distancia que le separaba de la clase privilegiada que, enton­ces como ahora, bajo una actitud falsamente discreta, ocul­taba un desprecio mezquino a los que por sus orígenes humildes preferían lo vistoso a lo depurado.

Martin decidió además enfatizar la valerosa determinación de Gatsby de reconquistar a Daisy, obligándole a llevar bastón en la escena del reencuentro. Su for­ma de andar apoyándose en él es tan forzada que se hace aún más evidente su angustiosa incomodidad en ese momento crucial en que sabe que será juzgado so­lo por su apariencia. DiCaprio contribuye además con su actuación a construir el Gatsby más conmovedor: detrás de su fachada de autopromoción, emerge un hombre sen­cillo, casi rudo, haciendo lo imposible por derrotar ese mundo de huecas apariencias, que le ha negado lo que más quería, con sus mismas armas.

Al final, Gatsby fracasa, pero es sólo un fracaso aparente. Mientras que los Buchanan, incapaces de renunciar a sus privilegios de clase, hacían añicos a las per­sonas que ponían en peligro su acomodada existen­cia, Gatsby se dejaba la vida a jirones con tal de lograr su sueño. A Fitzgerald no le tembló el pulso al escribir que él era, con diferencia, el mejor de todos ellos.

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