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Mujercitas: vestuario, estética y moda

Mujercitas es una historia universal y quizá por eso sigue siendo un éxi­to de la literatura juvenil

Mujercitas (Greta Gerwig, 2019)

Mujercitas: vestuario, estética y moda

Mujercitas: vestuario, estética y moda | El film ha creado una estética a lo largo de estos 150 años desde la pu­blicación de la novela. Una esté­ti­ca que no parece haber pasado a mejor vida dentro del efímero y rá­pi­do mundo de la moda.

En el año 2018 se cumplieron los 150 años de la publicación de la novela juvenil Mujercitas, de Louisa May Alcott (Little Women, 1868). En este siglo y medio, la vida de estas cuatro hermanas ha acompañado a muchas generaciones que han devorado las páginas de la novela, con la ilusión de ser como Jo y su carácter temperamental, como Meg y sus consejos de hermana mayor, como la piz­pireta Amy y su gracia natural o co­mo la tímida y bondadosa Beth.

Mujercitas es una historia universal. Quizá por eso sigue siendo un éxi­to de la literatura juvenil. En la sa­ga de Harry Potter (J. K. Rowling, 1997-2007), el protagonista se enfrentaba a un mago tenebroso; en li­bros escritos por la inglesa Enid Bly­ton, como la colección de Los Cinco (E. Blyton, 1943-1963) o Los siete se­cretos (E. Blyton, 1949-1963), los per­sonajes se veían envueltos en mis­teriosas tramas de aventuras; y muchos de nosotros acom­pañamos en­tusiasmados a Bastian y a Atreyu mien­tras leímos La his­toria interminable (Michael Ende, 1979). Sin em­bargo, las hermanas March nos son cercanas. En sus páginas leemos el día a día en la vida de unas ado­lescentes que nos muestran la ti­midez, el orgullo, la vanidad, el tem­peramento, la sencillez, la bondad, la generosidad, etc. En definiti­va, pecados y virtudes con los que po­demos identificarnos, con los que al­guna vez nos hemos topado, contra los que luchamos, dentro de un mar­co en el que no pasa nada, tan so­lo el crecer y el curso de la vida. To­do ello envuelto en un ambiente cá­lido, en una casa familiar donde el res­peto por los demás y por la naturaleza es lo más importante y donde se nos muestra la vida apacible y fa­miliar en Concord, Massachusetts.


Si analizamos la obra de Greta Ger­wig, no resulta extraño que rea­li­ce la nueva adaptación al cine de la novela de Alcott. Esta cineasta na­cida en Sacramento comenzó su ca­rrera cinematográfica como actriz de la mano del Mumblecore, un sub­gé­nero del cine independiente inspirado en la forma de producción de la Nouvelle Vague. De esta época destaca Frances Ha (Noah Baumbach, 2012), película con algún tinte biográfico de la vida de Gerwig. Ac­triz y personaje son de Sacramento, ambas se van a estudiar a Nueva York, movidas por la vida intelectual de Manhattan y los padres de la protagonista son los padres reales de Gerwig. Lo mismo ocurre con su se­gunda película como guionista y co­mo directora, Lady Bird (Greta Ger­wig, 2017). Recogiendo detalles de su vida en el instituto y de su ju­ventud en Sacramento, la cineasta elabora una honesta historia sobre la relación de una joven de 17 años y su madre. Fue, precisamente, la ma­dre de Greta Gerwig la que le re­cordó que ella misma había inter­pre­tado a Jo March en una obra teatral del colegio.

Con Mujercitas, la actriz, directora y guionista vuelve a su infancia di­rigiendo la cuarta versión cinema­to­gráfica que se ha hecho de la novela. Curiosamente, cuando empezó la producción, Gerwig tenía los mis­mos años que Alcott cuando ésta úl­tima escribió la novela, y parece que a ambas les funciona la fórmula de escribir sobre su experiencia personal y sobre ellas mismas.

Con la película de Greta Gerwig pa­rece consolidarse una estética y un concepto dentro del mundo de la moda muy ligado a las hermanas March, el de la feminidad. Mujercitas, además de ser una novela de re­ferencia para miles de jóvenes alrededor del mundo, ha creado una co­rriente en la moda que aún perdura. Los trajes, peinados, las flores, las cestas de mimbre, los estampados, los tejidos, incluso el mobiliario, han sido imitados y reinventados durante años.

Las cuatro hermanitas (George Cukor, 1933)

En la primera adaptación a la gran pantalla, la versión de George Cu­kor (Little Women, 1933), el vestuario se cuidó hasta el más mínimo de­talle, gestándose una estética que continuaría en las versiones posteriores. El responsable de esto fue Wal­ter Plunkett, uno de los diseña­do­res de vestuario más importantes de la historia del cine, modista de pe­lículas como Lo que el viento se lle­vó (Victor Fleming, 1939), Cantando bajo la lluvia (Stanley Donen, 1952) o Un americano en París (Vi­cente Minelli, 1951), por la que ga­nó el premio de la Academia. El di­señador trabajó a fondo para dotar a cada hermana de una personalidad diferente, pero reutilizando las mis­mas telas y prendas para todos los vestidos, reflejando, de esta forma, la pobreza de las hermanas y las combinaciones en sus ropas que és­tas podían hacer. En palabras de Cu­kor: «Walter Plunkett diseñó la ro­pa con un gran sentido de la fami­lia: las chicas eran pobres pero de ele­vado espíritu, y se arregló para que una de ellas vistiera con un ves­tido en cierto momento, y luego otra her­mana tomara prestada una fal­da y una chaqueta, y así sucesiva­mente». Al vestir a Jo, interpreta­da por Katherine Hepburn, la actriz pi­dió al diseñador que para su personaje confeccionara un vestido copiado de su abuela materna.

La siguiente versión cinematográ­fi­ca llegaría de la mano de Mervyn Le­Roy (Little Women, 1949). De nue­vo, Walter Plunkett se encarga­ría de diseñar los trajes para la película. Si en 1933 el diseñador que­ría de­jar patente que las herma­nas compartían la ropa haciendo diferentes com­binaciones con las pren­das, aquí se ve claramente la con­dición de los March, dónde se reu­tilizan los trajes. Al final de la pe­lícula, en una de las úl­timas esce­nas en las que aparece la pequeña Beth (Margaret O’Brien), ésta viste con el mismo vestido que lleva Jo (Ju­ne Allyson) al principio de la cin­ta. Plunkett era muy detallista y ob­servador y, a través de su trabajo, po­demos saber más, no solo de los per­sonajes, también de la historia que nos están contando. En ambas pe­lículas los estampados de cuadros, los lazos, las muselinas que describe la autora en la novela, las camisas, los delantales, los colores intensos co­mo el azul, el amarillo y el verde, las flores y los sombreros de paja son ele­mentos que resaltan la feminidad de las niñas, reflejando la pureza, la sencillez, la elegancia, la bondad y la alegría de las hermanas, pero sin perder la esencia de cada una de ellas. De esta forma, Meg lleva vestidos más finos, Jo más toscos, Amy más elegantes y Beth más sencillos.

El trabajo visual de la película de LeRoy se completa con la dirección de arte de Cedric Gibbons, ganador de once premios Oscar, entre los que se encuentra el otorgado por su trabajo en la adaptación del libro de Alcott. El salón de Orchard Hou­se (la casa donde vive la familia March), las habitaciones de las hermanas, el palacio del señor Lawrence, el sótano dónde Jo escribe sus his­torias y los elementos decorativos como los libros, las vajillas, el fras­co de colonia que compra Amy, el piano de Beth, incluso la comida, crean un espacio en perfecta armonía con la situación en la que viven los personajes y su forma de ser. Espacios sencillos, de colores cálidos, lle­nos de vida, que invitan al calor del hogar.

Mujercitas (1994)

Hasta 1994 no llegaría una nueva adaptación al cine de Mujercitas. Es­ta tercera versión, dirigida por Gi­llian Armstrong, contaba con Co­lleen Atwood en el diseño de ves­tuario, otra de las figuras más im­portantes dentro del mundo del ves­tuario cinematográfico. De la mis­ma forma que Plunkett describió a las cuatro hermanas a través de los trajes, Atwood quiso crear una cálida gama de colores y dar un to­no hogareño a través de los trajes, sin olvidarse de la personalidad de los personajes. Como en los trabajos an­teriores de Plunkett, la diseñado­ra quiso vestir a Jo (Winona Ry­der) con telas más toscas, como la franela, y presentar a la joven de mane­ra al­go desaliñada, a Meg (Trini Al­varado) con recato y elegancia na­tural, a Amy (Kirsten Dunst/Samantha Mathis) más cuidada, con la­zos y telas más sofisticadas, y a Beth (Claire Danes) de manera muy cam­pestre.

Para completar esa gama de colo­res y esa cuidada atmósfera hogare­ña, la película contó con Geo­ffrey Simp­son como director de fo­to­gra­fía, que utilizaría el color de las velas y la luz del sol veraniego pa­ra crear una gama de colores que re­cor­daría a las pinturas americanas de autores como George Caitlin o Fre­deric Edwin Church.

Para la nueva producción, Greta Ger­wig fue al Museo Metropolitan de Nueva York a ver las pinturas cos­tumbristas y las obras paisajísticas de los pintores americanos del si­glo XIX. Allí se empapó de todos los cuadros que encontró en los que apa­recían niñas durante la Guerra Ci­vil americana, hasta que dio con una obra que le llamó especialmente la atención. La obra era de Winslow Homer y estaba fechada en 1870. En el óleo se puede ver a tres jóvenes es­curriendo sus vestidos en la costa de Massachusetts. En cuanto Gerwig lo vio dijo: «Estas son mis chicas». Y a partir de ese momento buscó a sus chi­cas entre imágenes de la guerra, re­latos antiguos y demás fuentes. Es­to la llevó a sumergirse en la fotografía de Julia Margaret Cameron o la obra de la pintora norteamericana Li­ly Martin Spencer. Especialmente to­mó como inspiración una pintura don­de una nueva esposa prepara un gui­so.

El vestuario de esta última pelí­cu­la corre a cargo de Jacqueline Du­rran. Tomando de referencia las pin­turas y fotografías que Gerwig le proporcionaba, la diseñadora estudió con cada uno de los actores la forma de ser y de sentir de los per­sonajes.

Mujercitas (Greta Gerwig, 2019)

Directora y diseñadora trabaja­ron jun­tas la relación entre los persona­jes de Jo (Saoirse Ronan) y Laurie (Timothee Chalamet). Greta Ger­wig quería transmitir de alguna ma­nera visual el hecho de que Jo tie­ne nombre de chico y Laurie de chi­ca, por lo que Durran estableció un intercambio de prendas entre ellos como sombreros o chaquetas. En contraste a Jo, Meg, interpretada por Emma Watson, es una joven a la que le gustaría encajar en el grupo de sus amigas elegantes, por lo que supuso un reto para Jacqueline Du­rran poder transmitir la pobreza y esas ganas de elegancia de la hermana mayor.

La vida en el campo, el lino y las te­las vaporosas en verano y gruesas la­nas y franela en invierno, las flo­res, el mimbre, las tazas de porce­la­na, la leña en la chimenea, las col­chas de las camas, los lazos en el pe­lo, etc., son elementos dentro de una misma atmósfera que transmi­ten una cálida acogida a quien quiera acercarse a ella.

En los últimos años hemos sido tes­tigos de una vuelta a esa moda len­ta, a lo artesano, a lo natural, lo ro­mántico y lo femenino dentro del mun­do de la moda.

El pasado mes de octubre, la edición española de la revista Vogue ana­lizaba en un artículo cómo había re­surgido lo femenino como la nueva ten­dencia en las pasarelas. Firmas co­mo Cecil Bahnsen, Chloé o Celine han explorado el cuerpo femenino y pre­sentado al público prendas con cier­tos aires románticos que evocan a una mujer clásica. Camisas, lazos al cuello, chaquetas entalladas, los vo­lantes o faldas largas son algunas de las prendas que perfectamente po­drían llevar Meg, Jo, Beth y Amy. Las firmas Simone Rocha, Erdem o Mo­lly Goddard se han atrevido para la temporada de 2020 con prendas de tul, organza, bordados florales y las faldas voluminosas. Incluso, fuera de la alta costura, encontramos ejem­plos de firmas que se suman a es­ta tendencia donde el estampado floral, el estilo romántico y las faldas largas evocan otras épocas, co­mo es el caso de marca española Man­go.

El caso más explícito que encontramos de cómo Mujercitas ha in­flui­do en nuestra forma de vestir, y cómo crea tendencia, es el de la di­señadora australiana Emilia Wickstead. Ésta sorprendió presentando recientemente su colección primavera/verano 2020 en el Royal Albert Hall de Londres, una colección inspirada directamente en la novela de Alcott.

Mujercitas ha creado una estética a lo largo de estos 150 años desde la pu­blicación de la novela. Una esté­ti­ca que no parece haber pasado a mejor vida dentro del efímero y rá­pi­do mundo de la moda. Como si de un fondo de armario se tratase, el mun­do de Alcott parece que perdura a lo largo de los años conquistando a cada nueva generación que lee la novela y que disfruta viendo las adap­taciones cinematográficas.

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