Inicio Críticas películas El niño y la bestia

El niño y la bestia

Con alusiones a Viaje al Oeste y a Moby Dick, este filme trasciende el puro entretenimiento para erigirse en un relato más atractivo, complejo y profundo

El niño y la bestia (Mamoru Hosoda, 2015)

El niño y la bestia: El corazón de las tinieblas

· La historia gira en torno a un niño de nueve años, Kyuta, que por azares del destino se encuentra con Kumatetsu, un ser sobrenatural que habita en un lugar llamado Jutengai.

Mamoru Hosoda es, sin lugar a dudas, una de las figuras más interesantes del panorama animado ja­ponés actual. Responsable de películas como La chi­ca que saltaba a través del tiempo (2006), Su­mmer Wars (2009) y Los niños lobo (2012), Hosoda con­sigue con El niño y la bestia su primer estreno co­mercial en salas españolas.

Con una temática siempre enfocada hacia la problemática de la infancia y de la adolescencia, el cineasta japonés ha venido construyendo desde su ope­ra prima un universo en donde la pregunta primordial vuelve una y otra vez a sus personajes: ¿cuál es mi papel en el mundo? En el caso de sus dos últimas películas, esta línea argumental se desdo­bla para ofrecer dos caras sobre la familia: en Los ni­ños lobo se interroga sobre el papel de los padres en el desarrollo de sus hijos -una inquietud sur­gida de su propia paternidad-, mientras que en El niño y la bestia cambia el punto de vista para cen­trarse en la influencia que los niños ejercen so­bre sus progenitores.


La historia gira en torno a un niño de nueve años, Kyuta, que por azares del destino se encuentra con Kumatetsu, un ser sobrenatural que habita en un lugar llamado Jutengai. A pesar de su mutua des­confianza, de sus caracteres taciturnos y de su en­fado con el mundo, ambos deciden aliarse y convertirse en aprendiz y maestro con la esperanza de vol­verse más fuertes. Con alusiones a Viaje al Oeste de Wu Cheng’en y, fundamentalmente, a Moby Dick, de Herman Melville, la película trasciende el pu­ro entretenimiento para convertirse en un relato mu­cho más complejo y profundo. De la propuesta ini­cial de «película de artes marciales», se pasa a una fábula donde la arrogancia, el miedo, la ira y la soledad llevan a los personajes a adentrarse en las tinieblas de sus corazones, en una lucha que no es con el otro sino con uno mismo.

El esquema del largometraje, al igual que el del res­to de su filmografía, se estructura en dos partes. En la primera, en clave de comedia, se presentan los personajes y se desarrollan las relaciones entre es­tos; una vez establecidos los vínculos emocionales, se da paso a un segundo tramo donde se exploran, desde el drama, los interrogantes vitales que ha ido diseminando en el guion. En este sentido, el cine de Hosoda está provisto de un sinfín de pequeños detalles que subrayan las líneas maestras de su narración. En El niño y la bestia, los vemos des­de la mención casi inadvertida en el arranque del filme al libro de Melville y en sus sucesivas alusiones -metáfora de su reflexión sobre la lucha del hom­bre contra sí mismo-, hasta en la evolución del gra­fiti de la calle en la que vive Kumatetsu -símbolo de las mutaciones familiares.

Divertido, ágil, inteligente y emotivo, este anime aglu­tina todas las características sobre las que se ha construido el universo del cineasta: magnífico di­seño de personajes, desarrollo de personalidades com­plejas y diversas, grandes dosis de humor visual, un cuidado guion y un uso proverbial del lenguaje cinematográfico. Sin embargo, la película tam­bién reproduce uno de los grandes lastres de sus guio­nes, sus problemáticos finales. Hosoda tiende a cerrar precipitadamente sus relatos; en este caso, es­te defecto se acusa aún más con un desenlace triple en el que se pierde el ritmo de los tres primeros cuar­tos de la historia, y en el que el trasfondo del per­sonaje de Ichirohiko resulta difícil de creer. Esta cir­cunstancia no es ajena a otros grandes nombres de la animación japonesa, ya que el propio Hayao Mi­yazaki ha cerrado muchas de sus obras de un mo­do un tanto atropellado o incluso torpe.

La alusión a Miyazaki no es gratuita en el caso que nos ocupa. En primer lugar porque la llegada de Kyuta a Jutengai hace inevitable la referencia a El viaje de Chihiro pero, también, porque muchos apun­tan a este dibujante, guionista y director japo­nés como el sucesor del cofundador del Studio Ghibli. Si bien suscribo que el director de El niño y la bes­tia ha recogido su testigo, en el sentido de que su cine -altamente imaginativo- tiende a la fantasía, a las historias con varios niveles de lectura, a los personajes complejos y que está dirigido al gran pú­blico, creo que es conveniente romper con dicha com­parativa. Mamoru Hosoda y su recientemente fun­dado Studio Chizu destacan en el panorama del ani­me japonés por méritos propios. Con grandes do­sis de humor, inteligencia y dramatismo, su cine pre­valece por sí mismo y nos promete gratas sorpre­sas en un futuro no tan lejano.

Ficha Técnica

  • Dirección artística: Takashi Omori, Yohei Takamatsu, Youichi Nishikawa
  • Música: Masakatsu Takagi
  • Voces originales: Kōji Yakusho, Aoi Miyazaki, Shōta Sometani, Suzu Hirose, Lily Franky, Mamoru Miyano, Kappei Yamaguchi, Keishi Nagatsuka
  • Duración: 119 min.
  • Público adecuado: Todos
  • Distribuidora: Sherlock
  • Japón (Bakemono no ko), 2015
  • Estreno: 22.4.2016
Suscríbete a la revista FilaSiete

Salir de la versión móvil