El viaje de Arián: Tanta sangre

El viaje de Arián | Casi dos años ha tardado en estrenarse la opera prima del joven director catalán Eduard Bosch, formado en la Universidad de Navarra y en el American Film Institute. Bosch, que viene trabajando en producciones televisivas catalanas, rodó en el 95 un homónimo mediometraje en 16 mm que ya produjo Ángel Blasco, un tipo al que habrá que estar atentos. En una película como El viaje de Arián, con el cadáver caliente y acribillado de un hombre que iba al fútbol con su hijo, con las elecciones vascas a la vuelta, parece más importante que otras veces saber qué dice Bosch sobre su película. “El terrorismo en el contexto democrático es un concepto pasado de moda, es algo inútil. Supongo que al final hay un momento en que nos hartamos del tema y reaccionamos. Para mí era una necesidad hablar de él. No tienes más remedio que escupirlo, decir ‘esto no tiene sentido’, y hacerlo en voz alta”. Ingrid Rubio -soberbio trabajo el suyo- leyó el guión, le pareció muy bueno, pero le dijo a Bosch: “¿No es un tema muy delicado para una primera película?”.

Pero un libro, un cuadro, una película, se emancipan de sus creadores cuando se exponen. Así que vayamos con lo nuestro, que no es glosar la barbarie etarra sino analizar una película. Vamos allá. Arián, 20 años, apasionada como casi todos los románticos, es hija de una familia humilde de Pamplona. El padre es un autóctono que habla y siente en euskera, la madre una andaluza. Arián compatibiliza las marionetas y el arte dramático al servicio de los niños con su pertenencia activa y convencida a Jarrai. La metáfora de los hilos de la marioneta es uno de los muchos aciertos de Bosch, que quiere contarnos el viaje de Arián, un viaje con parada y fonda en el comando Nafarroa, un billete hacia la muerte. Contarles más, deshuesar el argumento de la película, no me parece, y es y seguirá siendo mi norma habitual por respeto al espectador y a los autores.

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El viaje de Arián es una película vigorosa y muy bien hecha, sobre todo en su primera parte, que tiene altísimo nivel narrativo, interpretativo, técnico. Bosch y sus guionistas urden una trama sin fisuras, que es tan verosímil que sólo puede obedecer a un soberbio trabajo de documentación ponderada. Aunque entiendo que debe de ser muy complejo llevar de la mano durante hora y media un argumento tan comprometido (actuación policial, blindaje psicológico de los terroristas, relaciones con la secuestrada, tipología del asesino in fieri), me parece un tanto pueril caer en concesiones a la comercialidad -o al menos a la estúpida tónica dominante en el tratamiento fílmico de la materia sexual-. Así veo yo la tonta demora documental en una secuencia de sexo que no se justifica por mucho que el personaje poderoso de Silvia Munt sea un trasunto de la tigresa Idoia López Riaño, responsable directa de 23 asesinatos. Y veo también que a Bosch le cuesta cerrar su fenomenal historia: se atranca la película porque no atinan los guionistas en las secuencias de transición, ni acierta Bosch en la elección de los ritmos que envuelven los diálogos del viaje interno y externo de Arián.

Es difícil, eso sí, pedir más a un puñado de secuencias logradísimas, como la del instituto y la del episodio de la kale borroka, y la del padre de Arián en el bar de Pamplona. Ese padre conmovedor (vaya pedazo de personaje), que recriminado por su hija -ella piensa que hay que actuar para cambiar el estado de cosas del nacionalismo vasco-, la mira con un tono de infinito y recio amor, y le dice: “Yo siempre he estado dispuesto a dar la vida por mi tierra, pero no a matar por ella”.

Creo que es momento para ver esta dolorosa cinta, con todos los lícitos y comprensibles peros. Al menos 15 películas españolas han tratado el laberinto etarra. Sin duda, y a la espera del estreno de La voz de su amo de Martínez Lázaro y de Asesinato en febrero, de Eterio Ortega, la película de Bosch es la que más airosa e inteligentemente “sale” de este laberinto.

Ficha Técnica

  • País: España, 2000
  • Fotografía: Xavier Gil
  • Montaje: Javier Naya, Eduard Bosch, Mariona Mas
  • Música: Joan Valent
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