Evasión en la granja (Chicken Run): Y se armó un buen pollo

¿Hay vida inteligente en un gallinero? La última producción de los estudios británicos Aardman no deja resquicio a la duda: sí, y con muchas ganas de levantar el vuelo. Al menos eso es lo que quiere conseguir la protagonista, Ginger, una gallina idealista y valiente que no dudará en arriesgar sus plumas por buscar para ella y sus compañeras un mundo libre sin miedos, fuera de la granja. Evasión en la granja (Chicken Run), un divertidísimo y entrañable remake de La gran evasión, tiene un soberbio arranque construido con los frustrados intentos de fuga dirigidos por Ginger. Los directores, Peter Lord y Nick Park, apuntan desde el primer momento lo que va a ser todo el filme: un ejercicio de virtuosismo al servicio de un guión excelente. Éste, aunque firmado por Karem Kirkpatrick, parte de una historia ideada por los propios realizadores. Es un jocoso acierto el paralelismo que establecen entre el campo de concentración y el gallinero, los prisioneros de guerra y las gallinas, los carceleros nazis y los dueños de la granja: el bobalicón señor Tweedy y su dominante esposa.

La riqueza de la historia, con abundantes giros y recursos dramáticos, está sustentada en el cuidado diseño de personajes que, tanto en sus aspectos físicos como psicológicos, es detallado y complejo. Aquí entrarían no sólo Ginger y los Tweedy, también están Rocky, la alegría del corral, un gallo seguro de sí mismo que con su aparición hará renacer la esperanza en el gallinero; Mac, la gallina-genio; Bunty, la ponedora más productiva, orgullosa y conformista; Babs, la más parlanchina, incapaz de dejar de hacer punto; y Fowler, un viejo gallo militar que con ocasión o sin ella no para de hablar de sus batallitas. La definición de personajes creada con la animación de muñecos de plastelina es parte del virtuosismo al que antes me refería. Los estudios Aardman, fundados en 1976, tienen un brillante palmarés, destacando dos Oscar en el apartado de cortometrajes.

Sin entrar en muchos detalles, hay que tener en cuenta que estos «locos perfeccionistas» trabajan con 24 imágenes por segundo, y que lo que se ve no está dibujado, sino que existe en realidad. Son decorados, cientos de accesorios de todo tipo de materiales, figuras de plastelina a las que se ajusta manualmente el movimiento de cada fotograma…, así que nos basta con multiplicar 24 por 60, y lo que nos dé por los 85 minutos que dura la película, para hacernos cargo de lo ocupados que han estado durante estos dos años los treinta y dos animadores y casi cuatrocientos empleados que han participado en la película.

La otra parte del virtuosismo desplegado se encuentra en la utilización del lenguaje fílmico. Lord y Park se han hecho de rogar antes de dar el arriesgado salto desde el corto al largometraje, conscientes de la dificultad para mantener sus niveles de calidad durante tantos minutos. El resultado salta a la vista: vemos todo tipo de planos, de movimientos de cámara, de angulaciones, una cuidadísima fotografía y un sentido del ritmo que en ningún momento se utilizan de modo efectista, sino con la sabiduría del buen contar. El humor, la aventura y el romance se aúnan en una de las mejores producciones del año. Si después de ver la película se quedan con ganas de más, les recomiendo el nuevo proyecto de los estudios Aardman, The angry kid, una producción que verán solo los navegantes de internet en su página web: www.aardman.com.

Ficha Técnica

  • País: Reino Unido (Chicken Run, 2000)
  • Fotografía: Frank Passingham, Tristan Oliver
  • Música: John Powell
  • Dirección artística: Tim Farrington
  • Estreno en España: 14 de agosto 2000
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