Toro

El estreno de la segunda película de Kike Maíllo (Barcelona, 1975) en los cines españoles coincide con su selección para ser, fuera de concurso, la película de apertura del Festival de Málaga. Tiene la película un trío de actores protagonistas con tirón. Sacristán, Tosar y Casas representan a tres generaciones y la estrategia de agruparlos es inteligente.

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Se esperaba una buena película del director de la valiosa Eva, que llevaba a la pantalla un guion de Rafael Cobos (Grupo 7 y La isla mínima) y de Fernando Navarro (Anacleto) con Antonio Pérez y Enrique López Lavigne como productores.

La historia de un preso en libertad condicional que intenta rehacer su vida tras haber trabajado para un mafioso en la Costa del Sol no se caracteriza por la originalidad. Algo no necesariamente reprochable: se puede hacer una buena película sin que sea original, en el sentido de novedad o singularidad destacada en el tratamiento.

El problema de Toro es que está llena de clichés en los temas, el conflicto y la trama. Hay demasiados personajes (los hermanos del protagonista, su novia, su sobrina, el matón…) que resultan artificiosos, casi caricaturescos. Y eso no se suple con colorines, patillas y tatuajes.

La violencia brutal a la que apela la cinta es casi tan gratuita como la canción que la gran Estrella Morente interpreta en los créditos, que sencillamente no pega ni con cola: un poema de Juan de la Cruz en Fuengirola… Algo parecido ocurre con la puesta en escena, los neones y tantas secuencias donde en vez de la Costa del Sol parece que la acción tuviese lugar en una ciudad fantasma donde están esperando que llegue el sheriff y mientras tanto el malo hace lo que le da la gana. La metáfora es respetable, pero no funciona.