Verano 1993

Carla Simón nos regala, a través de su opera prima, la mejor película española del año

Verano 1993

Verano 1993: Puro cine

· Carla Si­món ha querido arrancar su filmografía con Verano 1993 contando su propia historia. La de una niña que en pleno estío pierde a su madre, cuan­do ya era huérfana de padre.

Verano 1993 es la película espa­ño­la del año. Lo es desde que la des­cubrimos en el Festival de Berlín. Fue allí la primera vez que la jo­vencísima directora catalana Carla Si­món se subió a recibir un premio: el premio del Jurado a la mejor opera prima. En el Festival de Málaga la victoria fue incontes­ta­ble. Desde ese momento, Verano 1993 sigue reco­gien­do premios y reconocimientos en los festivales por donde va pasando. Y eso que no es­tamos ante una de esas películas que busque el re­conocimiento, o la al­fombra roja… Es­tamos ante una de esas películas que buscan hacer dia­na en el corazón del espectador. Lo busca y lo con­sigue.

Pero vayamos por partes. Carla Si­món ha querido arrancar su filmografía contando su propia historia. La de una niña que en el ve­rano de 1993 pierde a su madre, cuan­do ya era huérfana de padre. A los dos se los llevó la bestia negra de los años 80: el Sida. Con 9 años, esa ni­ña -la pro­pia Carla– tiene que hacerse a una nueva familia, la de sus tíos, y a una nueva vida en el campo.


Cuenta Simón que la película na­ció de lo más profundo, de sus recuerdos, y se cocinó a fuego lento. «De mi padre no recordaba nada; de mi madre, muy pocas cosas. Enfrentarme a ello resultó doloroso. Pero sí tenía grabada en la memoria la sen­sación de ausencia, y el dolor, y la superación… esa necesidad de so­brevivir, de encajar en ese nuevo mun­do. Los niños son más inteligen­tes de lo que pensamos y son muy cons­cientes de la muerte y de la necesidad de tirar para adelante».

De eso habla Verano 1993, de la in­fancia y de la muerte, de los poderosos lazos familiares y del peso de la pér­dida. Y habla con un radical rea­lis­mo, con una naturalidad desnuda, con un verbo tan verdadero, tan humano, tan intenso que hace da­ño. Es lo que tiene rodar desde la vi­da mis­ma. Sin artificios. Sin aderezos.

La película llega además muy hon­do gracias a la naturalidad que im­primen las dos niñas protagonis­tas. Dos niñas que se comen la pantalla… hasta que de pantalla no que­da nada. Queda, de nuevo, la vi­da. «Nunca leyeron el guion -confie­sa Carla-, pero sí trabajé mucho con ellas para que las relaciones que mos­traban en la pantalla, en cierto mo­do, fueran relaciones ya creadas. Pa­ra eso, pasaron mucho tiempo jun­tas y cuando llegó el momento de rodar era fácil que improvisaran y acertaran».

La cineasta catalana reconoce que descubrió el cine con Víctor Eri­ce y Carlos Saura, y que Cría cuer­vos -otra de infancia y muerte- fue una pe­lícula muy importante pa­ra ella. Tam­bién reconoce que le de­be mucho a El país de las maravillas, de la italiana Alice Rohrwacher, otra his­toria familiar que transcurre en el campo.

La familia y el campo, dos claros re­ferentes de Verano 1993 que seguiremos viendo en el cine de Carla Si­món: «Vengo de una familia muy gran­de donde todos son muchos hermanos y han pasado muchas cosas, así que seguiré explorando en las his­torias familiares, que son las que me han llevado al cine. Y, después, có­mo viví el paso de la ciudad a un pueblo y ahora vuelvo a ser una urbanita, me interesa mucho también esa relación entre los dos mundos y la poética que tiene la vida de los pue­blos».

Con su historia personal, o mejor di­cho, con su propia biografía, Si­món nos ha regalado un con­mo­ve­dor relato que es puro cine. Lo di­cho, la mejor película española del año.

Ficha Técnica

  • Fotografía: Santiago Racaj
  • Montaje: Didac Palou
  • Música: Ernest Pipó
  • Duración: 96 min.
  • Público adecuado: +16 años
  • Distribuidora: Avalon
  • España (Estiu 1993), 2017
  • Estreno: 30.6.2017
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