Viva la libertà: Dar todas las notas

La farsa es un subgénero arriesgado. Porque pare­ce que cuando te tiras a esa piscina puedes ha­cer lo que te brote… Y no, la comedia -en todos los sub­géneros que la conforman- tiene una natu­ra­leza y un comportamiento muy característicos, mu­cho más rígidos de lo que parece. Para dar to­das las no­tas hay que saber y haber ensayado mu­cho.

La química de la comedia es, en buena medida, cues­tión de tener las sustancias necesarias y acertar en las mezclas. Sin materia prima no hay nada que ha­cer. Puedes tener los ingredientes más exquisitos y arrui­narlos al juntarlos.

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La comedia en general, la farsa en particular, es un te­rritorio cartografiado; e internarse por él, pres­ci­dien­do de mapas y de las experiencias previas de los que lo han recorrido, es temerario.

Porque la farsa es una región con muchos peligros. A poco que te descuides, puedes acabar atascado en un barrizal, enredado en un laberinto es­pinoso, despe­ña­do o en el fondo de un pozo.

Sátiras con hechuras de farsa sobre el mundo de la po­lítica se han hecho muchas. Con más o me­nos espacio para el cinismo. Sin ir muy lejos, Bertrand Tavernier ha adaptado un cómic hace po­co, Quai d’Orsay. Y, co­mo ya contamos en la crítica de Claudio Sánchez (pincha aquí), el resultado no termi­na de ser satisfactorio. Al me­nos no está a la al­tura de lo mejor de Tavernier.

La película italiana que nos ocupa es, en muchos sen­tidos, una obra muy lograda. Y lo es porque tiene mu­cho equilibrio. Porque sabe caminar por los sitios ade­cuados a la velocidad adecuada. Como lo hicieron Ca­pra, Lubitsch, Chaplin, Tati, Stur­ges o Berlanga. Ca­da cual a su manera, con re­sultados asombrosos.

Dos hermanos gemelos. Un filósofo internado en un ma­nicomio. Un líder político internado en el grotesco cir­co de la política populista, de la par­titocracia italia­na. La bisagra es el jefe de gabinete del político, Andrea, un personaje sencilla­men­te formidable, ma­ravillosamente interpretado por Valerio Mastandrea, merecedor del David de Do­natello al mejor actor se­cundario.

Contar más es una canallada. De veras que lo es. El pre­miado guión de Roberto Andò y Angelo Pas­quini, ba­sado en la novela Il trono vuoto del pro­pio Andò, no se merece esos obscenos destripes que practican dis­tribuidoras y críticos perezosos.

La película tiene un elenco soberbio, está muy bien ro­dada y mejor montada. Hay sabiduría en la manera de hacer evolucionar el relato, que flu­ye tan suavemente que un espectador despistado pue­de pensar que es convencional y fácil de ar­mar. Todo lo contrario.

Los personajes femeninos son excelentes (esa Bruni Te­deschi, cien veces más hermosa y expresiva que su her­mana) y sirven como catalizadores de una sutileza en­comiable.

En medio de la función, como un metrónomo, es­tá uno de los mejores actores vivos. Se llama Toni Servillo. Nos hace reír y llorar, pensar y soñar.

Servillo baila, discursea, tararea melodías… con­vier­te su rostro en un mapa del tiempo con sol, nubes, ra­yos, truenos, lluvia cala bobos y cha­parrón que te em­papa. He’s an actor for all seasons. Proprio certo.

Ficha Técnica

  • Fotografía: Maurizio Calvesi
  • Montaje: Clelio Benevento
  • Música: Marco Betta
  • Duración: 94 m.
  • Distribuidora: Caramel
  • Público adecuado: +18 años (S)
  • Estreno en España: 21.5.2014

Italia, 2013. 

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