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La casa de papel

Netflix anunció en la publicación de sus datos del primer trimestre de 2018 que La casa de papel había sido la serie de habla no inglesa más vista en la historia de la plataforma

La casa de papel

La casa de papel: Los ladrones somos gente honrada

· La casa de papel es un divertimento eficaz en parte, para dejarse llevar sin pensar demasiado, pero tiene algunos factores negativos que debería corregir en su segunda temporada si quiere prosperar.

Nada como dar un buen titular. Netflix anunció en la publicación de sus datos del primer trimestre de 2018 que La casa de papel había sido la serie de habla no inglesa más vista en la historia de la plataforma. La noticia fue recibida con entusiasmo en Atresmedia, como es lógico, y se ha convertido en un eslogan que se repite en todos los foros.

Es de suponer que algo de esto hay cuando el gigante americano ha asumido la producción de la tercera parte, pero datos, lo que se dice datos concretos, no aportan. En todo caso, ya se sabe que el éxito llama al éxito y, si no lo era o lo era solo según determinados parámetros, en 2019 seguro que arrasará.


Una semana antes de sumergirme en la serie, vi Plan oculto (2006), la ingeniosa película de Spik Lee con Denzel Washington, Clive Owen, Jodie Foster y Willem Dafoe en el reparto, sobre un sagaz detective que se enfrenta a un ladrón que asalta un banco, toma un grupo de rehenes y los cubre con una máscara idéntica a la de los secuestradores. Cuando empecé el primer capítulo de La casa de papel pensé que iba a ser más de lo mismo, y en parte lo es.

En este caso, el protagonista es un excéntrico personaje, El profesor (Álvaro Morte), que recluta a una serie de delincuentes venidos a menos con el objetivo de atracar la Fábrica de Moneda y Timbre de Madrid, pero no para robar dinero sino para crearlo a lo largo de once días de atrincheramiento. En el transcurso de la operación secuestran a sesenta y siete rehenes a los que visten como ellos, esta vez con mono rojo y caretas de Dalí.

Cada uno de los ladrones recibe en clave el nombre de una capital del mundo: Tokio, Denver, Río, Moscú, etc. En el exterior, el dispositivo policial de la inspectora Raquel Murillo (Itziar Ituño) trabaja contrarreloj para entrar en la fábrica, detener a los criminales y liberar a los prisioneros.

La serie de Álex Pina (Vis a vis, El barco, Los hombres de Paco) arranca con éxito, pero una vez planteada la situación en la fábrica encalla por las mismas razones de siempre: el ansia y la dispersión. Con Vis a vis y El barco comparte la difícil convivencia en un entorno cerrado; con Los hombres de Paco, el ambiente policial. Con las tres, amistades, traiciones y amoríos, del profesor y la inspectora, de los ladrones entre sí y de los secuestradores con los rehenes. Un cóctel sentimental y hormonal inverosímil, más propio de Física o Química, Compañeros o Al salir de clase que de un robo con secuestro, heridos y un marco temporal limitado. Francamente, la situación no da para tanto desfogue.

He de confesar que la dejé en el cuarto capítulo, pero al cabo de unas semanas volví a ella para hacer la crítica con un poco de rigor. La sorpresa fue que donde el interés de muchas series decrece, en ésta se intensifica. Sobre todo hacia el final de la primera parte y en casi toda la segunda, menos un final anticipado, facilón y previsible, con moraleja al estilo «quien roba a un ladrón (los bancos) tiene cien años de perdón», y cabos sueltos que deja muchas preguntas en el aire.

El plan urdido por El profesor funciona como un tiro y no deja de sorprender la capacidad que tiene para salir indemne de los lazos que él mismo se echa al cuello con su doble personalidad Sergio/Salva desde el hangar donde da las órdenes a los ladrones y plantea sus exigencias a la policía. En este sentido, el guion es eficaz, pero le pesan las cuarenta y cinco revisiones y un montaje apresurado con el capítulo siguiente pisándole los talones.

Álvaro Morte borda su interpretación de tipo inteligente, cuadriculado, maniático e inseguro llena de tics, aunque quien se lleva la palma en el despliegue actoral es Pedro Alonso como Berlín, jefe al mando en el interior de la fábrica, un personaje sin nada que perder, refinado, brutal, prepotente y maltratador. También destaca la creíble actuación de Jaime Lorente como Denver, macarra impulsivo de extrarradio, y la relación con su padre, Moscú, ex trabajador de la mina reconvertido en cerrajero, que interpreta otro gran actor, Paco Tous. Alba Flores como Nairobi hace honor a su apellido y cautiva a la pantalla con un personaje entrañable y mucho poderío. Completa el elenco, en positivo, el actor Darko Peric en su papel de Helsinki.

Otros actores principales salen peor parados. Úrsula Corberó, como Tokio, responsable de la voz en off que guía la narración, apoya excesivamente su personaje en el cliché habitual: miradas seductoras y habilidades amatorias de las que no consigue desembarazarse desde sus tiempos de Ruth en Física o Química. El personaje de su novio, Río (Miguel Herrán), no ayuda. La inspectora Raquel Murillo empieza con fuerza pero su romance con un desconocido, que resulta ser el atracador, la convierte a la postre en un personaje débil y ridículo. Entre los secundarios apenas hay interpretaciones sólidas y las relaciones resultan forzadas, en especial la de Berlín y la rehén Mónica Gaztambide, que padece un síndrome de Estocolmo de libro. En las actuaciones corales, los rehenes actúan llamativamente mal.

En el capítulo técnico, el diseño de producción y la fotografía son correctas, con un uso eficaz del color rojo, y los efectos especiales no están mal, aunque, como siempre, los polis son muy malos disparando y los cacos muy hábiles esquivando las miles de balas que silban a su alrededor con algunas escenas, como la de la moto, absolutamente increíbles. El uso del flashback en las escenas de los cinco meses de preparación del robo es acertado y algunos recursos de montaje como la fijación de las horas que van transcurriendo. En la música del compositor Manel Santiesteban destaca la canción principal de Cecilia Krull, My life is going on, muy pegadiza. Y la conocida melodía del canto partisano Bella Ciao, que acompaña una escena memorable y da nombre al último capítulo.

Lo dicho, La casa de papel es un divertimento eficaz en parte, para dejarse llevar sin pensar demasiado, pero tiene algunos factores negativos que debería corregir en su segunda temporada si quiere prosperar, evitando los derroteros del romance tórrido o del thriller de polis tontos. Si no, no le auguro mucho futuro. Una precuela del profesor Sergio Marquina y Berlín, eso sí que funcionaría.

Ficha Técnica

  • País: España (2017)
  • Fotografía: Migue Amoedo
  • Montaje: Luis Miguel González Bedmar, Verónica Callón, David Pelegrín, Regino Hernández, Raquel Marraco, Raúl Mora, Patricia Rubio
  • Música: Iván Martínez Lacámara, Manel Santisteban
  • Duración: 1 temporada (16 capítulos de 70 minutos).
  • Emisión en España: Atresmedia, Netflix
  • Público adecuado: +18 años (VX)
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